El Salvador: ¿Una sociedad violenta o violentada?
Dada la complejidad, diversidad, universalidad
e interpretación del fenómeno social conocido como violencia, resulta casi
imposible encontrar una definición científica con validez general. Tampoco hay una
teoría general y una teoría especial de la violencia. Por el contrario, existen
muchas teorías que explican la violencia en la sociedad. Por esta razón, los
expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se limitan a tipificar la
violencia en tres categorías, de acuerdo con el autor del acto violento.
Violencia personal, violencia interpersonal y violencia colectiva.
Entonces, sí se asume como cierto el carácter universal
de la violencia, hay que concluir que no existe sociedad alguna en el mundo que
esté exenta de violencia. En algunas hay más suicidios que en otras, y en otras,
sobresale la violencia colectiva.
La existencia de la violencia interpersonal y
colectiva en la vida cotidiana de la sociedad salvadoreña es un hecho concreto
e irrefutable. El Salvador es uno de los países del mundo, después de Honduras,
con la tasa de criminalidad más alta. Para entender y comprender el fenómeno de
la “violencia salvadoreña” es necesario escarbar en la historia contemporánea de
El Salvador. Solamente así, se puede explicar el origen de la guerra
revolucionaria o guerra civil de fines del siglo pasado y la genealogía de las
bandas criminales. Esto quiere decir, que la violencia en la actualidad no es una
consecuencia directa de la guerra civil ni tampoco puede explicarse únicamente con
la existencia de las pandillas criminales, conocidas como las maras[1].
Pienso que la causa principal de la violencia colectiva sigue siendo el sistema
socioeconómico injusto y excluyente que reina en El Salvador desde la década de
los veinte del siglo pasado –para no irnos más lejos en el tiempo–, agravado y
polarizado al extremo en los últimos 25 años, eso sí, con el auge y la expansión
territorial de las bandas delictivas.
¿Somos los salvadoreños más violentos que el
resto de los habitantes del planeta?
¿Somos los primeros en sacar el cuchillo? ¿Existe en “el salvadoreño” una
predisposición a la violencia?
En primer lugar, la violencia no es una
impronta que se hereda vía ADN. Los matones de barrio, las pandillas juveniles,
las bandas criminales, el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia de
género existen en todas partes del mundo, incluso en aquellos países en los que
supuestamente reina la paz y la concordia.
Definitivamente, no
somos un pueblo violento ni por naturaleza ni por aptitud, sino más bien, diría
yo, que nuestra sociedad está más condicionada y/o acostumbrada a la violencia
interpersonal y colectiva. Es decir, que los salvadoreños hemos aprendido a
vivir en un clima de alta tensión y polarización social. De ahí, que una de las características
principales de la idiosincrasia salvadoreña, independientemente de la
procedencia social y el poder adquisitivo que se tenga, es la de estar en
vigilia permanente y siempre alerta al peligro. El “salvadoreño” tiene la fama
de ser: abuzado, chispa, águila, avispado,
buzo, vivo y trucho[2].
Sí este prejuicio
fuera cierto, todas las guanacas y todos los guanacos[3]
deberíamos de considerarnos, en cierta medida, una mara[4]
de 6 millones de “salvatruchos y
salvatruchas”, es decir, una MS-6.106. Afortunadamente eso no es
así.
Ahora bien, esto, que a primera vista podría
parecer como una cualidad muy meritoria, a la larga se convierte en un factor altamente
estresante, el cual afecta en mayor o menor medida la salud mental de la
población. Se tenga o no conciencia de esta situación, es inevitable que los grados
de afección psíquico emocional aumenten
proporcionalmente al número de “medidas de seguridad” que se toman para salir a
la calle, independientemente si esta conducta es consciente, intuitiva o
instintiva. Esto significa, que el “chequeo y auto chequeo” se han
internalizado a tal punto, que éstos forman parte ya de una conducta de vida.
Más grave aún, cuando se supone que se está viviendo en un clima que, aunque no
es de paz plena tampoco es de guerra y, además, en un marco político de
reconciliación social y democracia.
En El Salvador, tanto el rico como el pobre
tiene que “estar ojo al Cristo”, es decir muy atento, pues a la vuelta de la
esquina puede estar esperándolo La Pelona[5].
¿Es El Salvador una sociedad violenta o
violentada?
Creo poder opinar con fundamento al respecto, dado
que, como salvadoreño, he vivido y conocido la violencia muy de cerca. Pienso
que la única medida preventiva y curativa para erradicar el cáncer de la
violencia organizada en el país es generar más cultura, más progreso y más
fuentes de trabajo. En definitiva, garantizar el desarrollo integral de todos los
ciudadanos.
Desde 1932 –año de la insurrección campesina – hasta la actualidad, los niveles y
grados de violencia han ido en aumento constantemente. Es decir, que tenemos 85
años de convivir con la violencia colectiva y con la experiencia de haber
vivido una guerra civil, hecho que de por sí, hace más compleja la problemática.
Me he referido en esta nota de manera
explícita solo a la violencia colectiva, por ser esta la que con más frecuencia
aparece en los medios de comunicación y es la que está detrás de las cifras
estadísticas, aunque sé que la violencia interpersonal, sea ésta de género,
sexual o familiar también afecta gravemente la salud psíquica de la víctima y
su entorno, con el agravante que ésta se lleva a cabo a la sombra y en
secreto. Sí bien es cierto que la
mayoría de los actos violentos en la sociedad son cometidos por hombres, pienso
que es un error “penelizar” los actos de violencia. La violencia, venga de
donde venga, hay que denunciarla, juzgarla y penalizarla.
Por último, yo diría que somos más bien una
sociedad impregnada de violencia, en la que la muerte por actos violentos,
cuando no es la de algún familiar cercano o lejano o la de algún amigo íntimo ya
no nos afecta.
Nos hemos habituado a vivir con la muerte, que
no es lo mismo que aceptar la muerte.
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