Entre la resignación, el fatalismo y la esperanza del homo consumens
En la naturaleza existen millones de seres vivos los cuales pertenecen a
cinco grandes grupos que la ciencia biológica conoce como el reino animal, el
reino vegetal, el reino de los hongos, el reino protoctista y el reino móneras.
Todo ser vivo es un consumidor de alimentos, a través de los cuales obtiene, por
medio de procesos metabólicos simples o complejos, la energía necesaria para
vivir, desarrollarse y reproducirse. Por lo tanto, todos los que habitamos el
planeta tierra somos consumidores por naturaleza.
Ahora bien, el único animal en la tierra que se destaca por ser un consumidor
empedernido es el homo consumens, máquina
devoradora de recursos naturales renovables y no renovables. Insaciable especie
que se encuentra dispersa a lo largo y ancho del planeta, y desgraciadamente,
en estado de proliferación permanente y exponencial. Por lo tanto, no es de
extrañar que el homo consumens sea la unidad básica y fundamental en la
sociedad de consumo. Es obvio, que, sin él, el diversificado mundo industrial y
el mercado no serían fuente de beneficios y exorbitantes ganancias para unos
pocos. Está demostrado que el complejo industrial
químico-automovilístico-militar junto con las plantas atómicas son los sectores
que más daño le han causado y le seguirán causando a la naturaleza.
Aunque el “consumo” en sí, no es la causa primaria de las asimetrías
sociales ni tampoco del desequilibrio o desorden ecológico en las últimas
cuatro o cinco décadas, sí juega un papel importante dentro de la maquinaria industrial
y es, a su vez, una de las variables esenciales que afecta la ley de la oferta
y demanda, que es el principio básico en que se funda la economía de mercado.
Es por esta razón que el homo consumens se ha convertido en el blanco principal de los
estrategas en mercadotecnia. La batida les ha resultado muy fácil a los
cazadores del homo consumens, es decir, a los productores y a los comerciantes,
astutamente asesorados por experimentadas y especializadas agencias publicitarias,
conocedoras de la psiquis consumista humana. Los psicólogos publicitarios han
sabido aprovecharse de manera inteligente y eficaz de las más sensibles debilidades
del ser humano, especialmente, de la vanidad y la codicia, para condicionar su
conducta de manera clásica, tal y cual lo hiciera el ruso Pávlov con sus
perros.
Sin embargo, el dilema de la sociedad de consumo no es consumir o dejar de
consumir. Más bien, soy de la opinión, que el gran reto del hombre y la mujer
en la sociedad moderna actual y el de las futuras generaciones radica en la
capacidad de aprender a vivir y convivir en sociedad y en armonía con la
naturaleza. En este sentido, sí el homo
consumens reflexionara antes de
consumir un producto cualquiera, es de esperar que haga las del príncipe danés
Hamlet y que exprese taciturno con una calavera de homo consumens en las
manos: “To be a conscious consumer or not, that’s is the question”.
¿Cuáles serían los efectos en el mercado, si fuéramos consumidores
conscientes y compráramos por voluntad propia aquello que queremos o
necesitamos? O, por el contrario, ¿Quién
se beneficia cuando somos presa fácil y nos dejamos seducir por los mensajes
subliminales del mercado que nos condicionan a comprar cosas (a crédito o al contado)
que no necesitamos y que, en realidad, tampoco queremos comprar?
Estamos viviendo una época en la cual las catástrofes naturales y las
provocadas por la mano del hombre, como el calentamiento global, han ido cada
vez más en aumento, de tal manera, que no hay ninguna razón para sentirse
tranquilo y seguro en el sofá o en la hamaca de su hogar. Si sumamos a este
ambiente catastrófico la pandemia causada por el SARS CO V2, es comprensible,
pues, que millones de personas expresen su preocupación, su temor y su desconfianza
en las instituciones políticas, y, en definitiva, pienso yo, en el ser humano.
Entre la resignación, el fatalismo y la esperanza del homo consumens
moderno, me quedo con la esperanza que los seres humanos sí somos (y seremos) capaces
de ir cambiando poco a poco la sociedad. Pienso así, no por romanticismo
revolucionario o por miopía político-económica o por desconocer la naturaleza
humana, sino porque observo y analizo lo que está sucediendo a nivel mundial con
perspicacia. Son muchas las antorchas que están iluminando el túnel oscuro en
que se ha trasformado la sociedad moderna. La lucha por la paz, la lucha por
los derechos humanos, la lucha por los derechos de los animales, la lucha por
el agua, la lucha por el medio ambiente, la lucha contra el gran capital financiero,
la lucha contra el racismo, el sexismo y la exclusión de genero, la lucha
emancipadora del movimiento feminista, la lucha contra la violencia de género,
etc. etc. Sin olvidar aquellas medidas político-económicas tomadas hace un par
de décadas que han sido exitosas, como la lenta recuperación de la capa de
ozono, el cierre completo de plantas atómicas o la limpieza del río Rin. Todos estos
ejemplos son válidos y constatan que sí es posible construir un mejor presente
y un futuro esperanzador. Si bien no es mucho ni tampoco suficiente, pero peor
es nada. ¿O?
En fin, son tantas las trincheras cavadas en todo el mundo, en las que
todos los homo consumens conscientes podemos encontrar un lugar ad
hoc, acorde a los intereses y necesidades particulares, para contribuir
desde allí a la construcción de un mundo mejor, en el que la paz ciudadana, la
concordia, la justicia social y el derecho de vivir en armonía con la naturaleza sea lo que
nos haga más humanos.
A pesar de estar consciente que muchos de los daños causados al medio
ambiente en el pasado por el hombre son ya irreversibles, como lo es el cambio
climático, no pierdo la confianza en el ser humano. No obstante, y a pesar de
la gravedad del calentamiento global de la tierra, no caigo en el fatalismo ni
en la resignación kafkiana ni en el nihilismo de Nietzsche. Los terrícolas
todavía tenemos futuro.
No le parece, estimado lector, que es una buena y bonita forma de consumir
los años de vida que tenemos haciendo algo bueno para uno mismo y para los
demás.
Al menos así, digo yo, el CONSUMO (racional) tendría un carácter
emancipador y, por lo tanto, revolucionario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario