lunes, 14 de marzo de 2011

Dolores II

Segunda parte

A pesar de ser trillizos no se parecían en nada. Lo único que tenían en común era una mancha roja en la frente. Por lo demás, tenían personalidades diferentes y aunque la diferencia de edad se limitaba a un par de minutos, los trillizos se comportaban como si fueran hermanos de tres partos y padres distintos.
Fidel era alto y de contextura fuerte y tal vez por esa razón a la gente le era difícil ver en él a un jovenzuelo de solamente quince años de edad. La mayor parte del tiempo se pasaba ayudándole a su padre en las labores cotidianas. Tenía habilidad para trabajar la madera y labrar el campo.

Ernesto, el más pequeño de los tres, padecía de alergia al polen y la mayor parte del tiempo se la pasaba leyendo. Leía todo lo que encontraba y aunque Dolores le tenía prohibido el Decamerón y los libros de Vargas Vila, Ernesto se caracterizaba precisamente por llevarle la contraria en todo. Por otra parte, era el preferido de Enrico, pues a pesar de no mostrar ningún interés por el trabajo corporal, Ernesto era el más listo de los tres. Con el tiempo se volvió alérgico a todo tipo de trabajo y se convirtió en un lector empedernido.

Jesús era el preferido de Dolores y de los tres, era él quien se parecía más a ella, en cuanto al carácter y personalidad. Jesús lloraba por cualquier motivo y buscaba siempre la protección de su madre cada vez que sus hermanos se enfadaban con él. Desde pequeño se había acostumbrado a trasladarse a la cama de Dolores y escuchar los cuentos que esta le contaba hasta quedarse nuevamente dormido.

El pueblo con los años había crecido y la industria maderera había traído consigo la electrificación y el desarrollo. También la pesca y el turismo eran fuente de trabajo para la población. Todo esto sucedía en contra del deseo de Enrico, quien prefería vivir de manera sencilla y sin las tentaciones de la sociedad de consumo. Desgraciadamente, él no podía hacer nada por evitar que poco a poco el poblado que con tanto esfuerzo él y otros pocos pioneros habían fundado veinte años atrás fuera quedando atrapado en las redes del progreso capitalista.

Como era de esperarse, al florecer el comercio y la industria, aparecieron los políticos, truhanes y prostitutas. Las cantinas, burdeles y expendios florecían como callampas en otoño.

El partido liberal había ganado las últimas elecciones y Don Porfirio Villanueva fungía como flamante alcalde de Peña Flor.
Don Porfirio era citadino puro y no lograba adaptarse a la vida sencilla del campo. De vez en cuando visitaba a Enrico, pero últimamente había dejado de hacerlo al enterarse que Enrico simpatizaba con los revoltosos del complejo maderero. No quería meterse en problemas y aunque le parecía que el «italiano» era una persona muy correcta y por lo demás muy culta, no quería arriesgar su puesto de alcalde ni comprometerse políticamente con nadie.
Temeroso y sabedor de los vientos político que azotaban por esos días, Don Porfirio había optado por mantener estrechas relaciones con Don Adolfo Krüger, descendiente de alemanes, cuyo nombre le había sido dado en honor a Hitler. A pesar que no compartía las ideas racistas de Don Adolfo, Don Porfirio intercambiaba con él ideas e informaciones políticas.

Enrico también solía frecuentar a Don Adolfo, pero siempre que lo hacía, después de trascurridos veinte minutos, ambos interrumpían violentamente la conversación ya que era imposible llegar a un acuerdo. Sin embargo sus desavenencias políticas no significaban ningún obstáculo en la extraña amistad de aquellos hombres, tan diametralmente opuestos y con distintas formas de entender el mundo, y a pesar de todo tan parecidos en su comportamiento.

Don Adolfo era probablemente el hombre más rico de la región y el único que podía presumir de íntimas relaciones con los militares de la zona. Toda la población conocía la influencia y el poder de Don Adolfo, al que solamente Enrico se atrevía a contradecir y en más de alguna ocasión, lo había puesto públicamente en ridículo. Nadie conocía el pasado de Don Adolfo. Algunos comentaban que se había escapado de la cárcel, otros que había dado muerte a un hombre por un lio de faldas y otros comentaban, que por servil y sumiso frente a las autoridades locales, había denunciado a su propio hermano.

Sólo dos personas conocían el secreto de Don Adolfo: Enrico y Dolores

Continuara…

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