martes, 22 de marzo de 2011

La verdadera revolución cultural socialista

En términos generales se puede decir que cultura es el desarrollo y la acumulación de conocimientos, costumbres, tradiciones, ritos, creencias, valores y el idioma materno de una sociedad, los cuales son adquiridos por el hombre por medio de dos fuentes fundamentales de aprendizaje: la vía explícita a través de la educación y la implícita reflejada en el comportamiento de sus semejantes. La cultura en su connotación clásica, platónica y aristotélica, tenía un carácter aristocrático y excluyente. Las artes manuales, así como los conocimientos y las técnicas de los artesanos y agricultores no formaban parte de la concepción filosófica ya mencionada, que al final de cuentas fue la que se impuso en la civilización greco-romana y que aún en la época moderna sigue teniendo vigencia. El vulgo estaba considerado como un conglomerado de filisteos ignorantes, cuya razón de ser y existir era la esclavitud; mientras que el derecho, cuasi divino, al conocimiento de las bellas artes y las ciencias, estaba destinado a una minoría de iluminados, a una casta gobernante y a una elite religiosa.

La revolución cultural, desde el punto de vista marxista, es una consecuencia directa de la revolución social y representa una forma especial de la lucha ideológica y de la lucha de clases en el contexto de la construcción del comunismo. Esto quiere decir, que la verdadera revolución cultural socialista, es posible solamente, sí las necesidades materiales y subjetivas indispensables de la población son satisfechas y, cuando las condiciones psicológicas y sociológicas de las grandes mayorías en la sociedad estén dadas. La revolución cultural presupone la erradicación del analfabetismo como primera medida necesaria, acompañada ésta de múltiples reformas que comprenden muchas áreas del sistema político-económico, ante todo en el sistema de educación, salud y seguridad social.

La revolución cultural no es un fenómeno coyuntural ni un acto aislado de un grupo de dirigentes. Se trata más bien, de un proceso de desarrollo dialéctico de la sociedad socialista en su transición al comunismo, continuo e inherente a la riqueza espiritual e intelectual del hombre socialista, que implicará una etapa superior de desarrollo de la sociedad, a la que le será ajeno cualquier tipo de violencia. Es decir, la revolución cultural socialista negará dialécticamente la dictadura de una clase sobre otra, puesto que las contradicciones en la sociedad habrán dejado de ser antagónicas e irreconciliables como lo son ahora. La instrumentalización y tergiversación de la revolución cultural con fines político-ideológicos de fracciones partidarias, es lo que condujo en el pasado a desviaciones ideológicas.

La “revolución cultural” se transformó en el campo de batalla ideológico, en el cual, el enemigo se suponía dentro de las propias filas. Esta tesis estaba sustentada por la hipótesis que la contrarrevolución anidaba en las estructuras partidarias y en la existencia de cuadros y dirigentes, que no siendo en su origen contrarrevolucionarios, al recrudecerse la lucha de clases, terminarían asumiendo dichas posiciones. Esta suposición, en efecto, encerraba una verdad relativa; pero la falta de ponderación política-ideológica y la paranoia ideológica de los inquisidores políticos, quienes oían el grito contrarrevolucionario detrás de cualquier voz crítica, desembocó en un craso error. Es por ello, que en todas las revoluciones culturales con carácter socialista, se cometieron muchas arbitrariedades, injusticias, errores y una caza de brujas innecesaria. La interpretación mecánica de la opinión que tenía Lenin acerca de los “intelectuales”, contribuyó, sobre todo en los partidos comunistas, a la persecución indiscriminada de la llamada “inteligencia revolucionaria pequeño-burguesa” y a la idealización del instinto de clase de los proletarios, en quienes él veía las condiciones naturales que los predestinaba para asumir más fácilmente y de manera consciente posiciones combativas de clase. Mientras que en el intelectual y en el pequeñoburgués se presumía, en la mayoría de los casos, una resistencia innata a asumir la conciencia de clase proletaria. Una especie de impronta clasista. Erróneamente se pensaba que la lucha de clases va moldeando al proletariado y transformándolo automáticamente en el paladín de la revolución socialista, mientras que al intelectual y el pequeñoburgués había que “reeducarlo y proletarizarlo” y de ser necesario, también por la fuerza.

¿Qué significa entonces ser intelectual en el proceso revolucionario?
Todos los hombres son intelectuales, decía Antonio Gramsci, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. Es decir, en la división social del trabajo, cada individuo desempeña un papel importante en la sociedad, sea esta una actividad netamente muscular, o puramente intelectual (mental). En este sentido, es correcto hablar de los “intelectuales”, lo cual no significa que el hombre que utiliza la fuerza de sus músculos sea un “no-intelectual”. Por lo tanto, todos los seres humanos somos intelectuales, conclusión a la que se llega por simple lógica aristotélica. La diferenciación entre trabajo intelectual y manual es simplemente funcional y no tiene ningún valor añadido.

Toda persona que piensa y escribe, es por definición, un intelectual, aunque al mismo tiempo también ejecuta una actividad motriz fina, ya sea con el lápiz o presionando el teclado de su computadora. También el trabajador que escribe, realiza una actividad intelectual en sus horas de ocio, después de haber trabajado ochos horas en el campo o en la construcción, áreas laborales en las que la motricidad gruesa es lo que cuenta y lo que vale. De la misma manera, el abogado no deja de ser “intelectual”, por el simple hecho de cosechar arroz juntos a los campesinos. En la mal llamada revolución cultural soviética, china y cubana se sobrevaloró el trabajo manual y se desvirtuó el trabajo intelectual.

Ahora bien, quien escribe para transmitir, comunicar o cantar una idea o pensamiento crítico, independientemente de los títulos académicos que ostente o no y de la función laboral que desempeñe en la sociedad, más allá del prestigio y la elegancia de su estilo, la habilidad de su pluma y de su voz, a pesar de los cargos oficiales partidarios y estatales que pudiera ejercer, tiene que ser un escritor irreverente y además, libre pensador; según mi forma de entender la escritura política-ideológica marxista.

La irreverencia literaria socialista no es reflejo de mala educación ni falta de respeto ni apostasía ni contrarrevolución, sino la expresión sublime de la rebelión contra el adoctrinamiento y la asunción de verdades dogmáticas, absolutas y alienantes, que apuntan a poner freno al libre pensamiento. En este sentido, el papel del escritor irreverente en la verdadera revolución cultural es contribuir a la consolidación de las bases culturales que garanticen la construcción y perduración de la sociedad sin clases. De lo contrario, los escritores-obreros y escritores-intelectuales estarían repitiendo la historia que nos contó el danés Hans Christian Andersen del famoso rey desnudo. El escritor que no se arriesgue a señalar las falencias e incoherencias del proyecto alternativo histórico que se construye en su sociedad, no contribuye al desarrollo de su cultura ni al avance de su revolución.

La verdadera revolución cultural no debe convertirse, pues, en la santa inquisición, sino en la garantía de la libertad plena del pensamiento y del quehacer humano.

Es más honroso morir (virtualmente) por haber rebuznado como el asno del irreverente Mark Twain, a vivir (realmente) como un papagayo repitiendo palabras y frases hechas.

Roberto Herrera 22.03.2011

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