martes, 20 de noviembre de 2012

Cerca del amanecer...12

XXX. De Murciélagos y moscas


Emilito, el “correo” de la sección política se encontraba en el Portillo visitando a su madre. Alejandro le había dado permiso para que visitara a sus familiares. Con sus escasos nueve años Emilio era ya todo un hombrecito. Había envejecido prematuramente en los montes bajo el ruido de las bombas y los morteros. A su temprana edad Emilito había sobrevivido muchas ofensivas enemigas. Podía considerarse todo un experto en “guindas”. Todos en la sección política apreciaban enormemente al pequeño heraldo. El “niño-cartero” recorría diariamente las veredas del campamento de La Laguna y caminos aledaños con su sombrero de plástico color gris y las botas negras de goma para la lluvia entregando y recibiendo mensajes de los jefes militares. El día que Alejandro le entregó un par de botas nuevas, el “niño-hombre-guerrillero” no pudo contener su alegría y por sus mejillas corrieron lágrimas infantiles. Tan contento estaba Emilito que se atrevió a pedir permiso a su jefe superior inmediato. Dos días disfrutó de la estadía junto a su madre y a su padre, mostrándoles orgulloso sus nuevos zapatos. Todos en la sección confiaban que lo primero que haría el cipote al recibir el calzado nuevo, sería botar las viejas y gastadas botas de hule. Como experimentado guerrillero que era y curtido en los lodazales típicos en la época de lluvias en las montañas, Emilio las escondió en un rincón de la casa-cuartel, a guisa de reserva estratégica.
Al pasar la columna guerrillera por su casa, así estaba planificado, Emilio se unió al resto de los guerrilleros incorporándose nuevamente al servicio militar. Las vacaciones habían terminado.

– ¿Cómo estás, Emilio? – preguntó Jorge.
– Bien.
– ¿Se puso contenta también tu mamá porque la viniste a ver?
– Si.
La voz triste del niño, indicó los sentimientos que lo acongojaban. Jorge optó por no hacer más preguntas comprendiendo que también los niños necesitan alguna vez estar solos y meditar en tranquilidad sus penas, sin tener que responder a las preguntas tontas de los adultos.
Emilio se quitó el sombrero y se rascó la cabeza rapada. La sangre pegada a los pelos hirsutos eran los restos del banquete nocturno que se habían dado los murciélagos de Las Huertas.

Todas las noches los pequeños “ratones alados” abrían sus alas y sus diminutos ojos, emprendiendo su vuelo nocturno en busca de sangre animal o guerrillera. En una gigantesca cueva en las faldas orientales del cerro Talzate vivían miles de vampiros. En tiempos de paz, cuando eI ganado vacuno y equino dormía apacible bajo el manto de la noche chalateca, clavaban sus finos dientes delanteros y bebían la caliente sangre animal. Con la irrupción de la guerra, la cantidad de vacas, caballos y ovejas se redujo drásticamente y eI alimento sanguíneo comenzó a escasear. Los vampiros siguiendo el instinto animal de la supervivencia, comenzaron a chuparle la sangre a los guerrilleros y a los pobladores de la región. EI pobre Emilito al parecer era una de sus víctimas preferidas. Al desdichado lo mordían casi todos los días. AI día siguiente ninguna de las víctimas se percataba de las mordidas, porque, según el decir de los campesinos, la baba del animalillo funcionaba como “micro anestesia local”.

Otro bicho inmundo que hacía también de las suyas en las filas guerrilleras era la mosca tábano. Normalmente, el insecto volador más grande que una mosca corriente, picaba al ganado vacuno y a otros animales, dejando en Ia diminuta herida el huevo deI futuro parásito llamado tórsalo. Por las mismas razones que los vampiros, el tábano había comenzado a picar a la población humana en la montaña. EI huevo alojado por la hembra comenzaba a desarrollarse debajo de la piel y a los pocos días ésta tomaba un color rojizo y fuertes dolores imposibilitaban el sueño o el caminar de su víctima. Algunas personas sufrían de altas calenturas. La región infectada se tornaba amarillo-pus. Llegado ese momento, el paciente se apretaba el absceso, como cuando alguien por vanidad o impaciencia se aprieta un grano de acné en la cara frente al espejo. Un chorro de sangre purulenta salía a borbotones como un volcán arrojando lava ardiente de microbios y bacterias envueltos en un tejido celular blanco amarillento. Finalmente aparecía la larva del tábano. El tórsalo era una especie de gusanito de casi diez milímetros de largo, con la punta a guisa de gancho para clavarse en el tejido cutáneo. Algunas veces se hacía necesaria una intervención quirúrgica para poder extraerlo.

La mosca común por su parte, también ocasionaba algunos problemas en la guerrilla. Cuando por casualidad se destazaba una vaca o algún cerdo, cientos de miles de moscas aparecían como por encanto, posando sus asquerosas y peludas patas en los pedazos de carne expuestos al aire libre en las en las cuerdas de henequén. A los pocos minutos los huevos de las moscas comenzaban a multiplicarse en forma exponencial. En un santiamén la carne se cubría de millones de larvas que la gente del campo llamaba “queresa”.

Lentamente el proceso de putrefacción avanzaba como el cáncer en estado avanzado. A las pocas horas, cientos de moscas volaban por los aires, buscando nuevamente materia orgánica donde colocar los huevos. Era un círculo vicioso de insalubridad y fuente de enfermedades. Jorge aprendió con Juancito, que cortando la carne en lonjas finas y evitando las fisuras en la superficie, se neutralizaba la acción de la mosca, ya que el bicho para reproducirse necesitaba depositar sus huevos en algún orificio. Era la forma más práctica de secar carne sin necesidad de utilizar sal. Era el famoso “charqui pre-andino” de Memo, Juancito y Ramiro.


XXXI. Los Naranjos que no florecieron

Después de los bombardeos posteriores al ataque de San José Las Flores la sección política se trasladó a “Los Naranjos”, una antigua finca cercana al caserío La Laguna. La ex casa-cuartel del mando estratégico de las Fuerzas Populares de Liberación había alojado en su interior a la crema y nata de la Comandancia guerrillera. Allí vivió el legendario Comandante Marcial, Salvador Cayetano Carpio durante su estadía en Chalatenango hasta que la guinda histórica de octubre de 1981 lo obligara a cambiar de domicilio.

Si “Los Naranjos” no se convirtieron en la “Comandancia de la Plata” de la revolución salvadoreña, fue por razones topográficas y políticas. En primer lugar, las montañas de Chalatenango no eran la Sierra Maestra y, en segundo lugar, el jefe de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, Salvador Cayetano Carpio no era Fidel Castro. Por otra parte, Marcial, quien a la sazón tenía 63 años de edad, tuvo que salir del frente de guerra por razones de salud. A pesar del carisma y el curriculum político de Cayetano Carpio, él no era considerado por el resto de las organizaciones hermanas del FMLN como el líder “indiscutible” de la revolución salvadoreña. La rivalidad política entre el dirigente comunista Schafik Handal, Comandante Simón y Salvador Cayetano Carpio se remontaba a la década de los años sesenta y deambulaba como una nube gris en el universo revolucionario salvadoreño. A pesar de las diferencias políticas, Schafik y Marcial podían considerarse gemelos dicigóticos en el plano ideológico. Ambos fecundados en el útero del partido comunista salvadoreño; los dos mamaron de la misma teta la ideología marxista-leninista. Tanto Marcial como Schafik luchaban por el socialismo y la sociedad comunista. En este sentido, tanto las FPL-FM como el PCS eran aliados estratégicos naturales en la revolución salvadoreña, cosa que no se podía afirmar con respecto al resto de las organizaciones político-militares.

La salida de Marcial del frente de guerra después de la ofensiva militar en octubre de 1981, motivada fundamentalmente por problemas de salud, puso de manifiesto sus limitaciones físico-corporales para la vida guerrillera en la montaña. Desde ese aciago momento, el mando real sobre el ejército rebelde pasó a manos de los jefes guerrilleros en los diferentes frentes de guerra. El mando legal siguió ejerciéndolo desde la distancia; pero un “general de cinco estrellas” sin ejército, poco o casi nada puede influir en el teatro de operaciones. De esta manera Salvador Cayetano Carpio fue perdiendo lentamente influencia y poder de mando en los cuadros superiores y medios de las FAPL-FM.

En los alrededores del caserío La Laguna no había lugar más bello que Los Naranjos. Era el lugar ideal para la poesía y la pintura. En las faldas del complejo montañoso de La Laguna se encontraba la enorme casa entre naranjos y matas de papayas. Al fondo se apreciaba en toda su dimensión el territorio hondureño. Parecía un inmenso teatro verde. Las montañas al otro lado de la frontera natural que representaba el río Sumpul, conformaban las graderías campestres. No había árboles ni arbustos de por medio que impidieran gozar de Ia belleza de la aurora, vestida todas las mañanas con su traje rojo anaranjado. EI vaho madrugador se levantaba desde los barrancos cubriendo la copa de los conacastes[1], anunciando el nuevo amanecer en Los Naranjos.

Todos los días a las cinco y media de la mañana los guerrilleros y guerrilleras de la sección política y de la sección de logística y talleres formaban fila en el patio de la casa-cuartel. A cien metros había un terreno plano que era utilizado como campo de entrenamiento. Alejandro era el encargado de dirigir la gimnasia matutina. Después del entrenamiento se realizaban las tareas de aseo y limpieza de las instalaciones. Era menester regar el piso de tierra para evitar las nubes de polvo que se formaban al barrer con las improvisadas escobas. También se trataba de una medida profiláctica contra la proliferación de pulgas. Los bichitos saltarines, acostumbrados a vivir en el polvo, se veían obligados a emigrar en busca de un hábitat menos húmedo y más apropiado para sus travesuras. Luego venían los minutos de “tortura sexual”. Era el momento deI aseo personal. La consigna “ladies first”, no se debía tanto a la caballerosidad y generosidad guerrillera, sino al hecho que el barril con agua se encontraba en un extremo del patio. Era el baño común para hombres y mujeres. Todos esperaban con placer y agrado su turno. Contemplando los fustanes que se pegaban a las piernas y a los glúteos de las jóvenes guerrilleras, los ojos de los guerrilleros casi se salían de sus cuencas. La transparencia de las enaguas daba rienda suelta a la imaginación de jóvenes y adultos. Desde el punto de vista antropológico era interesante observar que las mujeres, independientemente de su edad, hermosura y la firmeza de sus senos, celosamente ocultaban su belleza de la cintura hacia abajo, mientras exponían cándidamente sus morenos pechos a la voracidad visual de los guerrilleros. Una especie de nudismo a medias.

A las siete de la mañana se servía el desayuno. Cada guerrillero lavaba el plato y el vaso. La cuchara era “propiedad privada”, cuya limpieza no era obligatoria. Después del desayuno Alejandro se reunía con el personal de la sección política y distribuía las tareas del día.

Jorge se mantenía en permanente movilización. Con la caída de El Jícaro y Las Vueltas, el territorio “controlado” por la guerrilla aumentó considerablemente. Hecho que obligó al mando guerrillero a desplazar a las unidades de vanguardia. El destacamento uno desconcentró sus pelotones. El pelotón tres al mando de Medardo[2] se encontraba en EI Roble, mientras que Marvin, jefe del pelotón dos, mantenía sus unidades en los alrededores del Zapotal. German, quien se había hecho cargo nuevamente del destacamento uno sustituyendo a “Chuzmil”, quien de la noche a la mañana, desapareció del mapa, estaba acantonado junto al pelotón uno en las cercanías del Volcancillo.

Serían las once de la mañana cuando un avión Hércules irrumpió en el espacio aéreo guerrillero. Venía de territorio hondureño. Antes de sobrevolar la cima deI Talzate dejó caer varias cajas de madera. La Comandancia mandó a explorar el terreno donde se suponía que habían caído. Los guerrilleros encontraron los restos de las cajas y su contenido esparcidos en los cafetales. EI material parecía una especie de abono. El lugar escogido por el piloto se encontraba en el área de mayor concentración de la población civil: EI caserío La Laguna y EI Chagüite. Todo indicaba que se trataba de alguna sustancia bioquímica. Era época de lluvias y probablemente al contacto con el agua se iniciaba un proceso acelerado de proliferación de virus y bacterias. En los últimos meses los casos de diarrea amebiana y escabiosis habían aumentado enormemente. Jorge comprendió cuales habían sido los objetivos deI avión que semanas atrás lo sorprendió en traje de Adán en pleno baño.

Pero la guerra bioquímica deI ejército enemigo no comprendía solamente la utilización de métodos sofisticados, sino también tácticas primitivas, como la matanza indiscriminada de bestias de carga durante las invasiones y el abandono de los cadáveres en pozos de agua potable, en los ríos y en los riachuelos. La contaminación de aguas potables con sustancias químicas, constituía también uno de sus recursos predilectos.
La fuerza armada seguía al pie de la letra la estrategia de “tierra arrasada" utilizada por las hordas hitlerianas en la segunda guerra mundial en el frente oriental, y por los marines durante la guerra de Viet Nam. Las lecciones recibidas en el Comando Sur con sede en el canal de Panamá y en Palmerola, Honduras, habían sido asimiladas a la perfección por los oficiales salvadoreños.


EI trabajo en la sección política se desarrollaba sin contratiempos de ninguna clase. La planificación metódica y flexible de Alejandro contribuía a que el personal de la sección se sintiera sujeto de trabajo y no un simple instrumento ejecutor de órdenes. La participación colectiva en la solución de los problemas y dificultades daba lugar a un ambiente de camaradería y fraternidad.
También había tiempo para la lectura y la tertulia. Jorge había encontrado muchos libros valiosos en la biblioteca rural de San José Las Flores. En la iglesia del pueblo encontró la colección privada de libros en alemán del cura párroco, muchos acerca de la guerra y el nacionalsocialismo alemán. EI “Mein Kampf” de Adolf Hitler se encontraba junto a la Biblia. Los escritos militares de Gerhard Johann David von Schamhorst, el “Vom Kriege” de Clausewitz y el “Más allá deI bien y del mal” de Nietzsche descansaban junto a los cánones sagrados. EI cura de la iglesia, un emigrante alemán o austriaco, había sido probablemente en su juventud miembro del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores de Alemania. Había llegado a EI Salvador después de la caída deI Tercer Reich. Desde entonces se encontraba enseñando la palabra deI Señor en un rinconcito del mundo donde nadie pudiera reconocerlo. Predicaba el amor al prójimo pensando tal vez en que los seis millones de judíos asesinados habían sido tal vez pocos.


Jorge tuvo que trasladarse a la Montaña para conversar los problemas “políticos” deI destacamento.
– ¿Trajiste el ajedrez? – preguntó German.
– ¡Puta! ¡Cómo te encanta que te gane! – exclamó Jorge, provocando al jefe guerrillero.

– ¡Sacá esa mierda, pues! ¡Sólo sos paja! – respondió German siguiendo la broma.
– ¿No tienes ningún problema con la tropa? – preguntó Jorge al tiempo que movía el peón del rey blanco al cuarto espacio.
– En el pelotón de Marvin hay un problemita – contestó German ejecutando simétricamente la misma jugada.
– ¿De qué se trata?
Jorge tomó el alfil del rey y lo colocó dos casillas adelante del peón-caballo.
– Parece que Vladimir[3] se está pisando a la sanitaria – respondió German moviendo el peón de la dama al segundo escaque.
– ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué los regañe o que le prohíba el coito?
La reina blanca se desplazó en diagonal buscando una posición combativa favorable.
– ¡Ese es tú problema!. ¡Vos sos el político!
German se montó en el “caballo negro” que estaba al servicio de la reina y saltó cayendo enfrente deI alfil.
– !Ya ves que te lo advertí pendejo! – exclamó Jorge riendo a carcajadas mientras la reina blanca asestaba el golpe mortal aniquilando al peón deI alfil. ¡J–A–Q–U–E M–A– T–E!
– ¡Ve que hijueputa! – masculló.
German recién estaba aprendiendo el juego ciencia. Aún no conocía el “mate del pastor”.
– Este es el mate del tonto – comentó Jorge sin parar de reírse.
Después de jugar dos partidas más, los dos guerrilleros conversaron amenamente los problemas de la tropa. Al día siguiente por la mañana, Jorge visitó el campamento de Medardo, quien desde hacía un par de días se había trasladado a la Montaña. La Comandancia había ordenado la exploración deI municipio La Laguna cercano a Comalapa. Al pelotón tres le correspondió realizar esa tarea. Para las escuadras de exploración La Laguna no era un objetivo nuevo. La última invasión enemiga interrumpió el trabajo de exploración que realizaban los guerrilleros de Medardo. En ese entonces, Jorge levantó un croquis del lugar basándose en las informaciones de los guerrilleros.

En el campamento de Medardo había cualquier cantidad de naranjas. En la víspera se destazó una vaca que fue sorprendida pastando pacientemente en las cercanías de la Montaña y Jorge aprovechó la oportunidad para comerse un lomo de aguja azada a la brasa. Después del opíparo almuerzo, Medardo y Jorge entablaron una conversación amena, en la cual la seriedad de los temas era sazonada con bromas y chistes.
De regreso al campamento de La Laguna Jorge pasó a visitar a Marvin quien todavía permanecía en los alrededores del Zapotal. EI propósito de la visita era tratar el problema del coitus consummatum en el que estaba implicado Vladimir, nada más y nada menos que el hermano menor del Comandante Valentín.  Jorge sabía por experiencia que nada se lograba con sermones y charlas moralistas. Además no sería la primera ni la última vez que los “pecadores” darían rienda suelta a la libido.

XXXII. EI ataque al pueblo de La Laguna

EI mando guerrillero había ordenado el ataque al puesto militar del municipio La Laguna ubicado al noroccidente de la ciudad de Chalatenango, zona de relativa tranquilidad que aún no había sido azotada por los vientos de la guerra. Las relaciones comerciales y la densidad de la población contrastaban con lo desértico y despoblado de la zona oriental deI departamento.

Para las fuerzas revolucionarias La Laguna significaba la ampliación deI teatro de operaciones. Desde el punto de vista político era importante buscar el contacto con la población civil ajena y recelosa del movimiento revolucionario. Con la radicalización de la guerra, la población civil que se quedó en los territorios controlados por el ejército popular perdió su “legalidad” y se transformó en “la masa guerrillera”. En este sentido, el enemigo no hacía diferencia alguna entre las Fuerzas Armadas Populares y la población civil que habitaba en los territorios controlados por la guerrilla. Para el ejército reaccionario todo lo que se movía en los territorios guerrilleros, incluyendo los animales, era considerado objetivo militar.
EI auge deI accionar político-militar deI movimiento revolucionario salvadoreño a lo largo y ancho del país era el resultado de un proceso de acumulación de fuerzas iniciado por las organizaciones político-militares en los albores de la década deI setenta. La guerrilla popular revolucionaria deI pueblo salvadoreño no había comenzado con la ofensiva general de enero de 1981.

Las fuerzas guerrilleras en el frente norte Apolinario Serrano apuntaban los fusiles libertarios hacia otras posiciones enemigas, buscando los cordones principales de la vida productiva en Chalatenango. Era necesario crear las condiciones político-militares para pasar a etapas superiores de la guerra. La preparación de la insurrección general no podía basarse en tácticas blanquistas[4] ni en la conspiración de “militares patriotas” ni mucho menos en la actividad puramente militar de los grupos armados guerrilleros. EI fenómeno de la insurrección armada era ante todo, la expresión culmine de un proceso de acumulación de fuerzas político-militar. Era la violenta explosión de un volcán de obreros y campesinos en contra de la clase dominante. Era en esencia un acto político-militar que se manifestaría en la violencia armada del pueblo. EI levantamiento armado solamente podía ser organizado y conducido por la vanguardia proletaria, según Vladimir Illich, en el momento histórico en que los de “arriba” no pueden seguir dominando y los de “abajo” no quieren seguir en la pobreza.

Desde el punto de vista militar, la insurrección armada tenía que ser planificada como cualquier combate. No había espacio para las improvisaciones. Aún en las situaciones revolucionarias más favorables para “la toma del poder” por parte del proletariado, la insurrección podía fracasar sí la vanguardia revolucionaria no había desarrollado y organizado en la dimensión tiempo-espacio, los instrumentos político-militares necesarios para la toma del poder. Determinar el momento preciso del levantamiento popular exigía claridad meridiana de los dirigentes revolucionarios.

La ofensiva guerrillera a nivel nacional continuaba con paso arrollador. Dos semanas habían transcurrido solamente desde la batalla del Jícaro y Las Vueltas.
Jorge se trasladó al campamento de La Montaña donde se estaba concentrando la tropa. La labor política en las unidades de vanguardia cobraba mayor importancia, en cuanto que los próximos combates tenían que convertirse en triunfos políticos. Para lograrlo era necesaria la toma de conciencia por parte de los combatientes de que en primer lugar el guerrillero es, ante todo, un propagandista, un agitador, un sembrador de la semilla revolucionaria. Había que contrarrestar la propaganda deI enemigo que consideraba al movimiento revolucionario como una horda de criminales y de agentes deI imperialismo soviético. EI objetivo fundamental era ganarse el apoyo político de las masas populares y esto sólo se podía lograr demostrándolo con el ejemplo. Los golpes militares eran en esencia, golpes políticos. Había que motivar al pueblo a organizarse y afrontar los riesgos de la lucha armada. Derrotar al enemigo en el campo de batalla era la mejor propaganda y, al mismo tiempo, la garantía del éxito de la revolución. La revolución socialista solamente podía triunfar sí el FMLN lograba el apoyo político-social de la gran mayoría del pueblo salvadoreño.
En La Laguna se respetaría la propiedad privada de los campesinos. No habría más saqueos ni robos ni arbitrariedades contra la población civil.


Se encontraban a sólo tres kilómetros del municipio. EI acercamiento al objetivó militar no presentaba mayor problemas. Lo único que tenían que hacer las unidades guerrilleras era caminar por la calle de la Montaña y llegar hasta la carretera que conduce del Carrizal a Chalatenango pasando por La Laguna y Comalapa. Es decir, una situación táctico-operativa de desplazamiento en el terreno casi de guerra regular.
Al atardecer salió la columna al mando de German. Otro grupo salió de la “Hacienda” para penetrar por el sur. Jorge, responsable del equipo de filmación[5] durante la marcha, iba al medio de la columna al mando de German. Desde la calle de barro rojo que bajaba de la Montaña se podían divisar los débiles bombillos del servicio público de luz eléctrica pendiendo de los postes de madera de La Laguna.
Los cineastas no acostumbrados a caminatas nocturnas y cargando el pesado equipo cinematográfico, comenzaron a quejarse y a disminuir el ritmo de la marcha. German visiblemente irritado por los ruidos de los “peliculeros”, amenazaba con prohibirles filmar durante los combates.
– ¡Mirá, Jorge! Decíles que se apuren – manifestó malhumorado Julio.
– Éstos no entienden de mando único – respondió Jorge.
– ¡Vale verga! ¡Tienen que hacer caso! – respondió Julio, el jefe de la sección de logística.
– ¡Eh Hernán[6]! Dile a los compas que dejen de hacer ruido. German esta encachimbado – dijo Jorge.
Hernán era el responsable político deI grupo de filmadores y el único que tenía experiencia en la montaña. Había participado en varios combates como corresponsal de guerra.
EI acercamiento al objetivo militar se había realizado, a pesar de los atrasos, en el tiempo planificado. En la oscuridad German ordenó a las unidades combativas ocupar sus posiciones de fuego.
Mientras tanto el resto de la columna se quedó sentado en espera de nuevas órdenes. EI grupo de cineastas por fin guardó silencio. Contemplando las estrellas los guerrilleros descansaban tendidos a la vera del camino. Las últimas semanas habían sido muy agitadas. EI tiempo pasaba volando. Parecía que de pronto la guerra había entrado en un tobogán vertiginoso. La ofensiva continuaba empujando con furia hacia adelante. EI final deI viaje era desconocido y solamente se tenía conciencia que en esos días, la dinámica de la guerra estaba generando sucesos trascendentales.

EI sonido tartamudo de las armas automáticas interrumpió violentamente el sueño de los pajarillos que anidaban en los árboles de mango. Las avecillas temerosas abandonaron instintivamente el teatro de operaciones. Con olor a pólvoras se abrió eI telón. Como de costumbre los personajes de la obra continuaban siendo los mismos. En la oscuridad de la noche, solo los fogonazos delataban la presencia humana. Todo transcurría de acuerdo a lo previsto. El enemigo había sido sorprendido. EI tiempo, mezcla de silencio y metralla, devoraba los minutos. La muerte paciente aguardaba descansando, esperando entrar en acción. Era lo único que no podía ser planificado en la guerra, era lo inevitable. La obra teatral continuaba necesariamente violenta. Lentamente los rayos deI sol emergieron entre las copas de los pinos deI Volcancillo.
Los cineastas, con la tensión dibujada en los rostros, preparaban sus aparatos. Metros de celuloide virgen grabarían los instantes de la cruel verdad. No se trataba de una película "á la Hollywood", en la cual los únicos vencedores eran los boinas verdes. Era la guerra revolucionaria deI pueblo salvadoreño.
Desde el punto de vista estrictamente militar, La Laguna ocupaba en esa operación guerrillera un papel secundario. Era sólo el señuelo. Una emboscada de aniquilamiento y requisa se encontraba apostada entre el pueblo atacado y Comalapa. En las elevaciones adyacentes a la Montaña, ocultas por el follaje de la arboleda, esperaban tranquilas las ametralladoras “punto cincuenta”. Ellas se encargarían de darle la bienvenida a los A-37. En un cerro de la Montaña se encontraba el puesto de mando estratégico.
A las seis de la mañana el enemigo se había concentrado en la comandancia y en otras casas aledañas a la iglesia. Alejandro y Jorge se encontraban en el patio trasero de una casa del pueblo. Cercano a ellos estaba instalado el puesto médico. Marianito y las radio-operadoras también se encontraban en las cercanías.

German apareció de pronto entre los árboles de mango y las matas de izote que servían de división entre los patios de las casas vecinas.
– ¿Cómo está la situación? – pregunto Alejandro.
– Los hijos de puta están bien parapetados en la comandancia – respondió el experimentado jefe guerrillero. Tenemos que sacarlos a pura carga acumulativa. ¿Dónde está Juan[7]?
– Allí abajo – señaló Jorge.
– ¡Decíle que venga! – ordenó German.
Juan y otro compañero de talleres se hicieron presentes de inmediato.
– Mirá, Juan. Hay que ponerles una carga a los cabrones...
Juan, quien tenía poco tiempo de haber ingresado al frente de guerra, sabía mucho de explosivos. Lucas decía que él bien podía ser su maestro. Ni corto ni perezoso tomó una de las cargas y se preparó para recibir su bautizo de fuego en tierras tropicales.
– German, los compas deI cine quieren saber cuándo pueden comenzar a filmar – preguntó Jorge.
– Decíles que dejen de joder. La situación no está para andar filmando. Yo les voy a avisar…
Rápidamente el pequeño grupo formado por German, Julio y Juan se perdió entre los árboles.
Jorge esperaba impaciente la detonación para continuar grabando para la Radio Farabundo Martí el desarrollo de los combates en La Laguna. La casa donde se encontraban estaba a veinte metros de la Comandancia, pero por la ubicación no les permitía ver directamente lo que sucedía.
Los cineastas tuvieron que conformarse con escuchar la sinfonía de los M 16 acompañados por esporádicas ráfagas de un viejo FAL. Un candil explosionó rompiendo la melodiosa cadencia de las “chicas plásticas”, como los compas llamaban a los fusiles automáticos M-16.
Desde sus parapetos, los soldados contestaban con las mismas notas musicales, el mismo ritmo, el mismo tiempo,... la misma violencia.

EI sonido sordo y seco de la explosión hizo vibrar las paredes de adobe de la casa. Una lluvia de piedras cayó al cabo de unos segundos. EI silencio después de la detonación fue interrumpido por una ráfaga procedente deI interior de la comandancia. EI enemigo continuaba en sus posiciones. A lo lejos se escuchó el ruido de los A-37. En cosa de segundos un avión voló tan bajo que se le vio su panza verde. El estallido de la bomba hizo retumbar la tierra.
– ¡Madre María Purísima!
– ¡Sin pecado concebida! – contestó una voz femenina detrás de la puerta.
Hasta el momento nadie se había percatado que adentro de la casa había gente.
– ¡Abran la puerta! – ordenó Jorge. No les vamos hacer nada.
Lentamente la puerta de madera se abrió. Con manos temblorosas, una mujer sostenía a una criatura de pocos meses de edad. Tomado deI vestido de la madre otro niño semidesnudo sonreía con inocencia.
– Tomen estos majonchos[8]. Todavía no están bien maduros–advirtió la mujer arrullando al niño que no paraba de llorar.
Una viejecita sostenía un escapulario en sus flacas y enjutas manos. Arrodillada frente a la imagen deI Sagrado Corazón de Jesús, imploraba al cielo con su llanto. Los aviones continuaban bombardeando los alrededores. No habiendo nada que comentar desde la posición en que se encontraba, Jorge pidió permiso a Alejandro para acercarse a la primera línea de fuego. En ese mismo instante dos guerrilleros traían cargando a Juan. Venía herido de una pierna.
EI bautizo de fuego le fracturó la tibia y el peroné. La carne desgarrada se entrelazaba con las astillas de huesos rotos que a guisa de espinas atravesaban el pantalón de mezclilla. Las sanitarias atendieron de inmediato al herido.
Elena, jefa operativa deI grupo de sanitarios, aplicó rápidamente una inyección para calmarle los fuertes dolores. EI torniquete cuatro dedos arriba de la lesión ayudó a contener los borbollones de sangre que brotaban de la herida. Juan fue trasladado en una camilla al puesto médico de la Montaña.

Jorge se encaminó al lugar donde estaba German dirigiendo los combates. Llegó a una casa cuyas puertas estaban abiertas de par en par. Por los casquillos de M 16 desparramados en el suelo comprendió que los compas habían estado ya en ese lugar. La casa colindaba directamente con la calle que unía la escuela rural y la plaza mayor deI pueblo.
A diez metros estaba la comandancia rodeada por varias casas. En una de ellas los soldados habían herido a Juan. Jorge se arrastró hasta la puerta. Desde allí pudo divisar a German y a Julio.
– ¡Eh German! ¿Pueden venir ya los deI cine? – preguntó Jorge a gritos.
– Está bien pero que no se acerquen mucho – respondió.
A los pocos minutos el equipo de cine se encontraba preparado para comenzar a filmar los combates. Los guerrilleros habían colocado otra carga acumulativa junto a la semidestruida pared de la comandancia. Mientras tanto, Julio con el M 16 terciado, se paseaba tranquilamente a lo largo de la pared que lo separaba del enemigo.
– ¡Sargento! ¡Sargento! ¡Ríndanse! No tienen ningún chance. Están rodeados ¡Los refuerzos no van a llegar! – gritaba Julio repetidamente tratando vencer la resistencia psicológica de los soldados.
– German! ¿Puedo ir allí – preguntó Jorge,
– Sí, pero vení sólo vos – respondió.
Jorge corrió encorvado pegándose a la pared. Al llegar al lugar donde la primera explosión había dejado un hueco enorme, se detuvo y esperó la señal de Julio para seguir avanzando.
– ¡Ahora! –gritó el jefe de logística.
Jorge atravesó de dos zancadas el lugar de peligro y llegó hasta donde estaba German. Julio se retiró deI lugar para permitir la detonación de la carga. La explosión hizo saltar ladrillos por los aires. Julio se acercó de nuevo a la pared para continuar su labor de convencimiento.

"... esta es Radio Farabundo Martí transmitiendo desde la primera línea de fuego para todo el pueblo salvadoreño. Nos encontramos frente a la comandancia deI puesto militar de La Laguna. En esto precisos momentos el jefe de pelotón de unidades de vanguardia, el compañero Marvin se está subiendo a una escalera para agarrar mejor posición de tiro. En su espalda cuelga un lanzagranadas M-79 de fabricación norteamericana. Marvin se ha sentado en uno de los peldaños superiores, toma el arma de su espalda, coloca una granada explosiva en la recámara, el compañero German le da la orden de disparar...Marvin asoma un tercio de su cuerpo por encima deI muro de adobe y dispara...”
Jorge levantó la grabadora para captar mejor el sonido de la explosión de la granada M-79.
– "…compañero German, podría decirnos ¿cuál es en estos momentos la situación operativa?..."
– Bueno. Hasta el momento cuatro posiciones han sido tomadas por asalto. Solamente nos queda aniquilar al enemigo que está apostado aquí en la comandancia y en otra posición que tienen cerca de la iglesia...
– ¿Cuál es la importancia...?
Jorge no terminó de formular la pregunta. Marvin y otro guerrillero cargaban el cuerpo de Julio, quien había recibido una ráfaga en la región genital y se quejaba con debilidad.
– Llévenlo detrás de la escuela – ordenó German.
La escuela rural se encontraba enfrente de la comandancia. Jorge ayudó a los guerrilleros a bajar el cuerpo herido. EI terreno donde se había construido la escuelita se hallaba en un nivel más bajo con respecto a la comandancia.
De pronto los A-37 volvieron a aparecer en las alturas. Un avión se lanzó en picado y dejó caer una bomba. Jorge continuaba narrando los sucesos.
– ¡Andáte a la escuela! – ordenó German a Jorge. ¡Hay que sacar a Julio de allí inmediatamente!

En la parte trasera deI edificio escolar yacía tendido el jefe de la sección logística y talleres deI frente norte. La certera bala le había destruido totalmente los órganos genitales. Julio se inclinó un poco para verse la herida. Cerró los ojos y volvió a colocar el cuerpo en posición horizontal. La muerte rondaba por La Laguna. Su mirada vidriosa se interrumpía cada vez que los parpados cubrían los ojos y eI sudor frio le corría por la frente. EI suave gemido que se escapaba de sus labios era grito de valentía. Ya no le importaba el sonar de las turbinas de los aviones ni el ruido de los helicópteros.
– ¡Compa, Jorge! ¡Dice German que salga inmediatamente de la escuela! – llegó diciendo un combatiente.
Los soldados estaban informando por radio a los aviones que en la escuela estaba el mando guerrillero.

Jorge se dirigió al lugar donde aguardaba Alejandro en busca de ayuda para sacar a Julio.
– ¿Qué pasa? – preguntó Marito que estaba con las radio operadoras junto a un cerco de piedra.
– ¡Hirieron a Julio! – exclamó agitado Jorge.
Alejandro conversaba con Arnoldo.
– ¡Puta! Fíjate que jodieron a Julio – dijo Jorge, dirigiéndose a Alejandro. Le hicieron mierda los testículos.
– ¿Dónde está? – preguntó Arnoldo.
– Detrás de la escuela – respondió Jorge. Dice German que hay que sacarlo de allí.
Arnoldo se marchó enseguida junto con tres milicianos para sacar a Julio.
– ¿Cómo fue que lo hirieron? – preguntó Alejandro.
– No sé como sucedió. Yo estaba entrevistando a German cuando de pronto lo trajeron cargando, dijo Jorge al tiempo que sacaba un cigarrillo.
– ¡Qué mierda! – masculló Alejandro.

Posteriormente se supo que la ráfaga deI M 16 enemigo había pasado por un pequeño agujero en la pared de la comandancia. Julio no se había percatado de aquel hoyo justo a la altura de su bajo vientre.
Arnoldo encontró un viejo camión en las afueras de La Laguna. No había tiempo que perder; el proyectil había partido en dos la arteria femoral a la altura de la ingle.
La pérdida constante de sangre iba debilitando el cuerpo de Julio. Desgraciadamente no había suero para inyectarle como medida de emergencia. Tampoco había ningún árbol de coco para utilizar el agua esterilizada y rica en minerales de sus frutos. Los minutos volaban con velocidad supersónica. EI combate estaba llegando a su punto final. Los soldados que peleaban en el sector de la iglesia se habían rendido. German ordenó fuego concentrado en la comandancia. Los candiles y las granadas industriales lograren vencer la resistencia de los soldados apostados en el último reducto enemigo. EI reloj marcaba las once y quince minutos de la mañana. Tres helicópteros sobrevolaron la parte norte de la Laguna a la altura de Los Prados. AI parecer el mando militar enemigo había ordenado el desembarco de tropas helitransportadas en ese caserío.
EI refuerzo militar procedente de Comalapa había vencido la emboscada y ahora el enemigo se desplazaba sigilosamente en dirección a La Laguna. German ordenó un cateo rápido al pueblo.
Los prisioneros de guerra se formaron en el atrio de la iglesia. Los cineastas aprovechaban el tiempo en filmar las escenas triunfales. Alejandro y Jorge se habían cubierto los rostros con un pañuelo rojo para evitar ser reconocidos por la población civil. No hubo tiempo para la arenga política ni el reparto de propaganda. German había ordenado la retirada.
EI armamento recuperado fue sacado rápidamente del pueblo. Jorge tomó seis fusiles y se los echó al hombro mientras las cámaras filmaban el repliegue guerrillero.
Dos horas más tarde el enemigo entraba en La Laguna.

German, Alejandro, Jorge y el equipo de cine se separaron del grueso de la columna debido a la lentitud de los cineastas. Muy pronto se dieron cuenta que habían perdido la “trocha”. Enfrente tenían la Montaña, pero entre ellos y el macizo montañoso había un mar revuelto de matorrales con espinas largas como los cuernos de un toro de Lidia, zarza, bejucos y una espesa vegetación. Durante muchos años el pie deI Hombre no había pisado esos terrenos salvajes y no tuvieron otra alternativa que romper brecha a mano limpia, pues nadie cargaba un machete. Ni el cuchillo de Jorge, regalo de su padre Juan ni la navaja estrella del ejército suizo, una Victorinox 91 milímetros con quince funciones, pudieron con la vegetación salvaje de la montaña chalateca. Tres horas más tarde alcanzaron el camino de barro que conducía a la montaña. En el camino se encontraron con unos milicianos y recibieron la triste noticia de que Julio había muerto. No alcanzó a llegar al hospital. Julio murió en el camión. Una triste desazón invadió a Jorge.
– ¡Puta, mierda! – maldecía. ¿Cómo es posible que se nos muera la gente por falta de una simple botella de suero?
Sabía a ciencia cierta que en el extranjero había cajas repletas de medicinas y aparatos quirúrgicos de guerra esperando para ser transportados. No se trataba de la supuesta ayuda de los cubanos, soviéticos o nicaragüenses. Era la ayuda solidaria de los pueblos deI mundo capitalista, era la mano proletaria y humanista que se extendía desde la metrópolis cruzando las fronteras para estrechar la del humilde campesino. Mientras meditaba cabizbajo nubes negras oscurecieron el día. La lluvia comenzó a caer con rabia, parecía que el cielo lloraba amargamente la muerte innecesaria de Julio. EI barro comenzó a teñir el agua que corría cuesta abajo de color sangre. Las botas gastadas por el tiempo iban dejando detrás pequeños lagos ovalados. Jorge se separó deI grupo y se fue a la delantera. Avanzaba en solitario bajo la tormenta rumbo al puesto de mando de La Montaña.
Al llegar al campamento la lluvia había cesado, pero el frío natural de la montaña le estremecía los huesos. Las unidades combativas habían llegado al campamento varias horas antes. En la comandancia guerrillera reinaba la preocupación por el retraso deI mando táctico. Nadie sabía que había sucedido con German y Alejandro. Jorge fue el primero con llegar con la noticia y explicó lo que había sucedido.
– ¿Dónde está German? – preguntó preocupada Eva, la compañera deI jefe guerrillero.
– Ya va a llegar – contestó Jorge. No te preocupes, viene un poco más atrás.

Las unidades de vanguardia se encontraban formadas y listas para rendir honores al jefe de la sección de logística y talleres. EI comandante Salvador Guerra, segundo al mando de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación Farabundo Martí, hizo uso de la palabra. Julio murió en el departamento que lo vio nacer. Originario de San Francisco Morazán había llegado a reforzar al Estado Mayor deI frente. Su experiencia acumulada durante mucho tiempo en el frente oriental José Roberto Sibrían se había hecho notar. En poco tiempo había organizado el trabajo logístico. A pesar de tener una apariencia ponderada y carácter alegre, en el fondo sufría mucho la perdida de su compañera y no podía ocultar la profunda pena que sentía por la muerte de su amada, torturada y asesinada en las oscuras mazmorras de la Policía Nacional.
Cuatro miembros deI Estado Mayor escoltaron el cuerpo rígido del compañero caído en combate. Lentamente colocaron el cadáver dentro de la fosa, horas antes cavada por las unidades de vanguardia.
– ¡Compañero Julio! – gritó el Comandante Salvador Guerra.
– ¡Hasta la victoria siempre! – respondieron los combatientes.
– ¡Revolución o Muerte!
– ¡EI pueblo armado vencerá!

La muerte de Julio debilitó enormemente las estructuras del Estado Mayor. Alejandro asumió la responsabilidad de la sección de logística y talleres, pero continuó siendo jefe de la sección política.
La vida prosiguió su curso y la muerte siguió siendo su eterna compañera. German se quedó en la Montaña con el destacamento uno, mientras “Conejo William”, al mando deI destacamento dos, se trasladó al cerro La Bola. Jorge regresó a La Laguna junto con el equipo de cine. En las cercanías de La Burrera encontraron dos vacas y un ternero. Solamente lograron atrapar a una de ellas. Al llegar al campamento sacrificaron a la res y se hartaron de carne durante varios días.

Jorge recibió la orden de visitar el destacamento en La Montaña. A la sazón, no eran necesarios los guías ni los correos para trasladarse de La Laguna a la Montaña. La pendiente de la Burrera ya no representaba escollo alguno para Jorge. EI tiempo le había acostumbrado los músculos a caminar durante largas horas sin sentir cansancio ni fatiga. Al llegar a la cima de La Burrera se detuvo un momento a contemplar el paisaje. EI viento soplaba con furia. Las casitas blancas deI Zapotal dejaban escapar columnas de humo. AI fondo, a la derecha, el cerro Talzate y el cerro La Bola. A la izquierda, el territorio hondureño. En la lejanía, entre brumas se divisaban las montañas de Morazán, el volcán de San Miquel y Ios dos pezones deI volcán Chinchontepec. Sentado junto al tronco de un pino, Jorge encendió un cigarrillo. Un par de meses atrás hubiera sido demasiado peligroso para cualquier guerrillero rondar en solitario por estos hermosos lugares, mucho más aún detenerse a disfrutar de la belleza natural de los parajes montañosos de Chalatenango.

Ya había oscurecido cuando Jorge se presentó en la choza de German. Tomaron leche con azúcar y jugaron una partida de ajedrez. Mientras se entretenían con el tablero, conversaban los problemas de los pelotones. German tenía algunas dificultades con un combatiente. Santos, apodado “Pantalón”, tenía fama de ser buen combatiente, pero en los últimos tiempos se había puesto muy rebelde y no acataba las órdenes de Marvin. Después de hablar con él, Jorge descubrió que lo único que “Pantalón” quería era ser trasladado al frente central Felipe Peña. Varias veces había solicitado permiso para ir a visitar a su familia. La negativa a sus peticiones había generado la rebeldía espontánea del joven guerrillero. Santos era solamente un caso entre varios.
La mayoría de los combatientes provenían de otros departamentos, situación que contribuía a que pasaran semanas o meses fuera de su terruño. Este problema era el caldo de cultivo para la nostalgia, la disconformidad y los deseos ocultos de deserción. Aunque, a decir verdad, no se trataba de la renuncia total a las Fuerzas Armadas deI Pueblo, puesto que ellos se integraban a los grupos de combate en sus respectivos lugares de procedencia. Los apóstatas de la revolución eran muy pocos. Casi siempre se trataba de debilidades político-ideológicas o simplemente, de individuos que habían sido arrastrados por la dinámica de la guerra de clases revolucionaria sin estar realmente convencidos de los objetivos de la lucha popular. Santos recibió licencia para trasladarse al frente central.

Al día siguiente Jorge se preparó para regresar al campamento de La Laguna.
– ¡No jodás, Jorge! ¡Quedáte un par de días más – repitió German con insistencia.
– Con gusto me quedaría, pero la verdad es que no puedo – contestó Jorge.
– Lo que pasa es que no querés que te agarre la invasión aquí –señaló el jefe guerrillero.
– ¿Cuál invasión? – preguntó preocupado Jorge.
– ¡Ma cabrón! ¡El loco te estás haciendo! – respondió German.
–En serio que no tengo la menor idea – contestó.
– ¡Dejáme aunque sea el radio, pues! – exclamó. Mirá que acá ni música puedo escuchar.
– Está bien. ¡Pero cuídamelo! – advirtió Jorge, entregando el viejo radio transistor Sanyo, recuerdo de su padre.
– ¡Ah la puta, que jodes vos! ¡Si te lo voy a cuidar!
Jorge nunca más volvió a ver aquel recuerdo de Juan.
EI sábado 6 de noviembre al atardecer Jorge regresó de nuevo a la casa-cuartel de la sección política.
Con la muerte de Julio y la baja de Juan, el sabor de las naranjas en Los Naranjos tenía un deje agridulce.



[1] Conacaste: Árbol tropical de la familia de las Mimosáceas de gran altura, de fruto no comestible. La madera se utiliza para la ebanistería y la construcción.
[2] Jorge Castro Iraheta, “Medardo”, caído en combate en 1985.
[3] Vladimir: Hermano menor del comandante Valentín.
[4] Ver Louis-Auguste Blanqui
[5] El camino de la libertad: Pélicula producida por el Instituto Cinematográfico de El Salvador Revolucionario (ICSR) de las FPL-FM. Fue rodada con grandes dificultades en el Frente Apolinario Serrano entre octubre y noviembre de 1982 por un equipo de cineastas chilenos y salvadoreños. Al parecer la película está fuera de circulación.
[6] Nombre ficticio en la novela
[7] Pakito Arriarán: Internacionalista vasco caído en combate en 1984 en las cercanías del Zapotal. Perdió una pierna a raíz de la herida provocada por un proyectil durante los combates en la toma de La Laguna.
[8] Variedad de platano de color morado.

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