XXX. De Murciélagos y moscas
Emilito, el “correo” de
la sección política se encontraba en el Portillo visitando a su madre. Alejandro
le había dado permiso para que visitara a sus familiares. Con sus escasos nueve
años Emilio era ya todo un hombrecito. Había envejecido prematuramente en los
montes bajo el ruido de las bombas y los morteros. A su temprana edad Emilito
había sobrevivido muchas ofensivas enemigas. Podía considerarse todo un experto
en “guindas”. Todos en la sección política apreciaban enormemente al pequeño heraldo.
El “niño-cartero” recorría diariamente las veredas del campamento de La Laguna y
caminos aledaños con su sombrero de plástico color gris y las botas negras de goma
para la lluvia entregando y recibiendo mensajes de los jefes militares. El día
que Alejandro le entregó un par de botas nuevas, el “niño-hombre-guerrillero”
no pudo contener su alegría y por sus mejillas corrieron lágrimas infantiles. Tan
contento estaba Emilito que se atrevió a pedir permiso a su jefe superior inmediato.
Dos días disfrutó de la estadía junto a su madre y a su padre, mostrándoles
orgulloso sus nuevos zapatos. Todos en la sección confiaban que lo primero que
haría el cipote al recibir el calzado nuevo, sería botar las viejas y gastadas
botas de hule. Como experimentado guerrillero que era y curtido en los
lodazales típicos en la época de lluvias en las montañas, Emilio las escondió
en un rincón de la casa-cuartel, a guisa de reserva estratégica.
Al pasar la columna
guerrillera por su casa, así estaba planificado, Emilio se unió al resto de los
guerrilleros incorporándose nuevamente al servicio militar. Las vacaciones habían
terminado.
– ¿Cómo estás, Emilio? – preguntó
Jorge.
– Bien.
– ¿Se puso contenta
también tu mamá porque la viniste a ver?
– Si.
La voz triste del niño,
indicó los sentimientos que lo acongojaban. Jorge optó por no hacer más
preguntas comprendiendo que también los niños necesitan alguna vez estar solos
y meditar en tranquilidad sus penas, sin tener que responder a las preguntas
tontas de los adultos.
Emilio se quitó el
sombrero y se rascó la cabeza rapada. La sangre pegada a los pelos hirsutos
eran los restos del banquete nocturno que se habían dado los murciélagos de Las
Huertas.
Todas las noches los pequeños
“ratones alados” abrían sus alas y sus diminutos ojos, emprendiendo su vuelo
nocturno en busca de sangre animal o guerrillera. En una gigantesca cueva en
las faldas orientales del cerro Talzate vivían miles de vampiros. En tiempos de
paz, cuando eI ganado vacuno y equino dormía apacible bajo el manto de la noche
chalateca, clavaban sus finos dientes delanteros y bebían la caliente sangre
animal. Con la irrupción de la guerra, la cantidad de vacas, caballos y ovejas se
redujo drásticamente y eI alimento sanguíneo comenzó a escasear. Los vampiros
siguiendo el instinto animal de la supervivencia, comenzaron a chuparle la sangre
a los guerrilleros y a los pobladores de la región. EI pobre Emilito al parecer
era una de sus víctimas preferidas. Al desdichado lo mordían casi todos los días.
AI día siguiente ninguna de las víctimas se percataba de las mordidas, porque,
según el decir de los campesinos, la baba del animalillo funcionaba como “micro
anestesia local”.
Otro bicho inmundo que
hacía también de las suyas en las filas guerrilleras era la mosca tábano.
Normalmente, el insecto volador más grande que una mosca corriente, picaba al
ganado vacuno y a otros animales, dejando en Ia diminuta herida el huevo deI
futuro parásito llamado tórsalo. Por las mismas razones que los vampiros, el tábano
había comenzado a picar a la población humana en la montaña. EI huevo alojado
por la hembra comenzaba a desarrollarse debajo de la piel y a los pocos días
ésta tomaba un color rojizo y fuertes dolores imposibilitaban el sueño o el
caminar de su víctima. Algunas personas sufrían de altas calenturas. La región
infectada se tornaba amarillo-pus. Llegado ese momento, el paciente se apretaba
el absceso, como cuando alguien por vanidad o impaciencia se aprieta un grano
de acné en la cara frente al espejo. Un chorro de sangre purulenta salía a
borbotones como un volcán arrojando lava ardiente de microbios y bacterias
envueltos en un tejido celular blanco amarillento. Finalmente aparecía la larva
del tábano. El tórsalo era una especie de gusanito de casi diez milímetros de
largo, con la punta a guisa de gancho para clavarse en el tejido cutáneo.
Algunas veces se hacía necesaria una intervención quirúrgica para poder extraerlo.
La mosca común por su
parte, también ocasionaba algunos problemas en la guerrilla. Cuando por casualidad
se destazaba una vaca o algún cerdo, cientos de miles de moscas aparecían como
por encanto, posando sus asquerosas y peludas patas en los pedazos de carne
expuestos al aire libre en las en las cuerdas de henequén. A los pocos minutos los
huevos de las moscas comenzaban a multiplicarse en forma exponencial. En un
santiamén la carne se cubría de millones de larvas que la gente del campo
llamaba “queresa”.
Lentamente el proceso de
putrefacción avanzaba como el cáncer en estado avanzado. A las pocas horas,
cientos de moscas volaban por los aires, buscando nuevamente materia orgánica
donde colocar los huevos. Era un círculo vicioso de insalubridad y fuente de
enfermedades. Jorge aprendió con Juancito, que cortando la carne en lonjas finas
y evitando las fisuras en la superficie, se neutralizaba la acción de la mosca,
ya que el bicho para reproducirse necesitaba depositar sus huevos en algún
orificio. Era la forma más práctica de secar carne sin necesidad de utilizar
sal. Era el famoso “charqui pre-andino” de Memo, Juancito y Ramiro.
XXXI. Los Naranjos que no florecieron
Después de los bombardeos
posteriores al ataque de San José Las Flores la sección política se trasladó a
“Los Naranjos”, una antigua finca cercana al caserío La Laguna. La ex casa-cuartel
del mando estratégico de las Fuerzas Populares de Liberación había alojado en
su interior a la crema y nata de la Comandancia guerrillera. Allí vivió el
legendario Comandante Marcial, Salvador Cayetano Carpio durante su estadía en Chalatenango
hasta que la guinda histórica de octubre de 1981 lo obligara a cambiar de
domicilio.
Si “Los Naranjos” no se
convirtieron en la “Comandancia de la Plata” de la revolución salvadoreña, fue
por razones topográficas y políticas. En primer lugar, las montañas de
Chalatenango no eran la Sierra Maestra y, en segundo lugar, el jefe de las
Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, Salvador Cayetano Carpio no
era Fidel Castro. Por otra parte, Marcial, quien a la sazón tenía 63 años de
edad, tuvo que salir del frente de guerra por razones de salud. A pesar del
carisma y el curriculum político de Cayetano Carpio, él no era considerado por
el resto de las organizaciones hermanas del FMLN como el líder “indiscutible”
de la revolución salvadoreña. La rivalidad política entre el dirigente
comunista Schafik Handal, Comandante Simón y Salvador Cayetano Carpio se
remontaba a la década de los años sesenta y deambulaba como una nube gris en el
universo revolucionario salvadoreño. A pesar de las diferencias políticas, Schafik
y Marcial podían considerarse gemelos dicigóticos en el plano ideológico. Ambos
fecundados en el útero del partido comunista salvadoreño; los dos mamaron de la
misma teta la ideología marxista-leninista. Tanto Marcial como Schafik luchaban
por el socialismo y la sociedad comunista. En este sentido, tanto las FPL-FM
como el PCS eran aliados estratégicos naturales en la revolución salvadoreña,
cosa que no se podía afirmar con respecto al resto de las organizaciones
político-militares.
La salida de Marcial del
frente de guerra después de la ofensiva militar en octubre de 1981, motivada fundamentalmente
por problemas de salud, puso de manifiesto sus limitaciones físico-corporales para
la vida guerrillera en la montaña. Desde ese aciago momento, el mando real
sobre el ejército rebelde pasó a manos de los jefes guerrilleros en los
diferentes frentes de guerra. El mando legal siguió ejerciéndolo desde la
distancia; pero un “general de cinco estrellas” sin ejército, poco o casi nada
puede influir en el teatro de operaciones. De esta manera Salvador Cayetano
Carpio fue perdiendo lentamente influencia y poder de mando en los cuadros superiores
y medios de las FAPL-FM.
En los alrededores del
caserío La Laguna no había lugar más bello que Los Naranjos. Era el lugar ideal
para la poesía y la pintura. En las faldas del complejo montañoso de La Laguna
se encontraba la enorme casa entre naranjos y matas de papayas. Al fondo se
apreciaba en toda su dimensión el territorio hondureño. Parecía un inmenso
teatro verde. Las montañas al otro lado de la frontera natural que representaba
el río Sumpul, conformaban las graderías campestres. No había árboles ni
arbustos de por medio que impidieran gozar de Ia belleza de la aurora, vestida
todas las mañanas con su traje rojo anaranjado. EI vaho madrugador se levantaba
desde los barrancos cubriendo la copa de los conacastes[1], anunciando el nuevo amanecer
en Los Naranjos.
Todos los días a las
cinco y media de la mañana los guerrilleros y guerrilleras de la sección
política y de la sección de logística y talleres formaban fila en el patio de la
casa-cuartel. A cien metros había un terreno plano que era utilizado como campo
de entrenamiento. Alejandro era el encargado de dirigir la gimnasia matutina. Después
del entrenamiento se realizaban las tareas de aseo y limpieza de las
instalaciones. Era menester regar el piso de tierra para evitar las nubes de
polvo que se formaban al barrer con las improvisadas escobas. También se
trataba de una medida profiláctica contra la proliferación de pulgas. Los
bichitos saltarines, acostumbrados a vivir en el polvo, se veían obligados a emigrar
en busca de un hábitat menos húmedo y más apropiado para sus travesuras. Luego venían
los minutos de “tortura sexual”. Era el momento deI aseo personal. La consigna “ladies
first”, no se debía tanto a la caballerosidad y generosidad guerrillera, sino
al hecho que el barril con agua se encontraba en un extremo del patio. Era el
baño común para hombres y mujeres. Todos esperaban con placer y agrado su turno.
Contemplando los fustanes que se pegaban a las piernas y a los glúteos de las jóvenes
guerrilleras, los ojos de los guerrilleros casi se salían de sus cuencas. La
transparencia de las enaguas daba rienda suelta a la imaginación de jóvenes y
adultos. Desde el punto de vista antropológico era interesante observar que las
mujeres, independientemente de su edad, hermosura y la firmeza de sus senos,
celosamente ocultaban su belleza de la cintura hacia abajo, mientras exponían
cándidamente sus morenos pechos a la voracidad visual de los guerrilleros. Una
especie de nudismo a medias.
A las siete de la mañana
se servía el desayuno. Cada guerrillero lavaba el plato y el vaso. La cuchara
era “propiedad privada”, cuya limpieza no era obligatoria. Después del desayuno
Alejandro se reunía con el personal de la sección política y distribuía las
tareas del día.
Jorge se mantenía en permanente
movilización. Con la caída de El Jícaro y Las Vueltas, el territorio
“controlado” por la guerrilla aumentó considerablemente. Hecho que obligó al
mando guerrillero a desplazar a las unidades de vanguardia. El destacamento uno
desconcentró sus pelotones. El pelotón tres al mando de Medardo[2] se encontraba en EI Roble,
mientras que Marvin, jefe del pelotón dos, mantenía sus unidades en los
alrededores del Zapotal. German, quien se había hecho cargo nuevamente del
destacamento uno sustituyendo a “Chuzmil”, quien de la noche a la mañana,
desapareció del mapa, estaba acantonado junto al pelotón uno en las cercanías
del Volcancillo.
Serían las once de la mañana
cuando un avión Hércules irrumpió en el espacio aéreo guerrillero. Venía de territorio
hondureño. Antes de sobrevolar la cima deI Talzate dejó caer varias cajas de madera.
La Comandancia mandó a explorar el terreno donde se suponía que habían caído.
Los guerrilleros encontraron los restos de las cajas y su contenido esparcidos
en los cafetales. EI material parecía una especie de abono. El lugar escogido
por el piloto se encontraba en el área de mayor concentración de la población
civil: EI caserío La Laguna y EI Chagüite. Todo indicaba que se trataba de
alguna sustancia bioquímica. Era época de lluvias y probablemente al contacto con
el agua se iniciaba un proceso acelerado de proliferación de virus y bacterias.
En los últimos meses los casos de diarrea amebiana y escabiosis habían aumentado
enormemente. Jorge comprendió cuales habían sido los objetivos deI avión que
semanas atrás lo sorprendió en traje de Adán en pleno baño.
Pero la guerra bioquímica
deI ejército enemigo no comprendía solamente la utilización de métodos
sofisticados, sino también tácticas primitivas, como la matanza indiscriminada de
bestias de carga durante las invasiones y el abandono de los cadáveres en pozos
de agua potable, en los ríos y en los riachuelos. La contaminación de aguas
potables con sustancias químicas, constituía también uno de sus recursos
predilectos.
La fuerza armada seguía
al pie de la letra la estrategia de “tierra arrasada" utilizada por las
hordas hitlerianas en la segunda guerra mundial en el frente oriental, y por
los marines durante la guerra de Viet
Nam. Las lecciones recibidas en el Comando Sur con sede en el canal de Panamá y
en Palmerola, Honduras, habían sido asimiladas a la perfección por los
oficiales salvadoreños.
EI trabajo en la sección
política se desarrollaba sin contratiempos de ninguna clase. La planificación
metódica y flexible de Alejandro contribuía a que el personal de la sección se
sintiera sujeto de trabajo y no un simple instrumento ejecutor de órdenes. La
participación colectiva en la solución de los problemas y dificultades daba
lugar a un ambiente de camaradería y fraternidad.
También había tiempo para
la lectura y la tertulia. Jorge había encontrado muchos libros valiosos en la
biblioteca rural de San José Las Flores. En la iglesia del pueblo encontró la
colección privada de libros en alemán del cura párroco, muchos acerca de la guerra
y el nacionalsocialismo alemán. EI “Mein Kampf” de Adolf Hitler se encontraba
junto a la Biblia. Los escritos militares de Gerhard Johann David von
Schamhorst, el “Vom Kriege” de Clausewitz y el “Más allá deI bien y del mal” de
Nietzsche descansaban junto a los cánones sagrados. EI cura de la iglesia, un
emigrante alemán o austriaco, había sido probablemente en su juventud miembro
del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores de Alemania. Había llegado
a EI Salvador después de la caída deI Tercer Reich. Desde entonces se encontraba
enseñando la palabra deI Señor en un rinconcito del mundo donde nadie pudiera
reconocerlo. Predicaba el amor al prójimo pensando tal vez en que los seis
millones de judíos asesinados habían sido tal vez pocos.
Jorge tuvo que
trasladarse a la Montaña para conversar los problemas “políticos” deI
destacamento.
– ¿Trajiste el ajedrez? –
preguntó German.
– ¡Puta! ¡Cómo te encanta
que te gane! – exclamó Jorge, provocando al jefe guerrillero.
– ¡Sacá esa mierda, pues!
¡Sólo sos paja! – respondió German siguiendo la broma.
– ¿No tienes ningún
problema con la tropa? – preguntó Jorge al tiempo que movía el peón del rey
blanco al cuarto espacio.
– En el pelotón de Marvin
hay un problemita – contestó German ejecutando simétricamente la misma jugada.
– ¿De qué se trata?
Jorge tomó el alfil del
rey y lo colocó dos casillas adelante del peón-caballo.
– Parece que Vladimir[3] se está pisando a la
sanitaria – respondió German moviendo el peón de la dama al segundo escaque.
– ¿Y qué quieres que
haga? ¿Qué los regañe o que le prohíba el coito?
La reina blanca se
desplazó en diagonal buscando una posición combativa favorable.
– ¡Ese es tú problema!.
¡Vos sos el político!
German se montó en el “caballo
negro” que estaba al servicio de la reina y saltó cayendo enfrente deI alfil.
– !Ya ves que te lo
advertí pendejo! – exclamó Jorge riendo a carcajadas mientras la reina blanca asestaba
el golpe mortal aniquilando al peón deI alfil. ¡J–A–Q–U–E M–A– T–E!
– ¡Ve que hijueputa! –
masculló.
German recién estaba
aprendiendo el juego ciencia. Aún no conocía el “mate del pastor”.
– Este es el mate del
tonto – comentó Jorge sin parar de reírse.
Después de jugar dos
partidas más, los dos guerrilleros conversaron amenamente los problemas de la
tropa. Al día siguiente por la mañana, Jorge visitó el campamento de Medardo, quien
desde hacía un par de días se había trasladado a la Montaña. La Comandancia
había ordenado la exploración deI municipio La Laguna cercano a Comalapa. Al
pelotón tres le correspondió realizar esa tarea. Para las escuadras de exploración
La Laguna no era un objetivo nuevo. La última invasión enemiga interrumpió el
trabajo de exploración que realizaban los guerrilleros de Medardo. En ese
entonces, Jorge levantó un croquis del lugar basándose en las informaciones de
los guerrilleros.
En el campamento de
Medardo había cualquier cantidad de naranjas. En la víspera se destazó una vaca
que fue sorprendida pastando pacientemente en las cercanías de la Montaña y Jorge
aprovechó la oportunidad para comerse un lomo de aguja azada a la brasa. Después
del opíparo almuerzo, Medardo y Jorge entablaron una conversación amena, en la cual
la seriedad de los temas era sazonada con bromas y chistes.
De regreso al campamento
de La Laguna Jorge pasó a visitar a Marvin quien todavía permanecía en los
alrededores del Zapotal. EI propósito de la visita era tratar el problema del coitus consummatum en el que estaba
implicado Vladimir, nada más y nada menos que el hermano menor del Comandante
Valentín. Jorge sabía por experiencia
que nada se lograba con sermones y charlas moralistas. Además no sería la primera
ni la última vez que los “pecadores” darían rienda suelta a la libido.
XXXII. EI ataque al pueblo de La Laguna
EI mando guerrillero había
ordenado el ataque al puesto militar del municipio La Laguna ubicado al
noroccidente de la ciudad de Chalatenango, zona de relativa tranquilidad que aún
no había sido azotada por los vientos de la guerra. Las relaciones comerciales y
la densidad de la población contrastaban con lo desértico y despoblado de la
zona oriental deI departamento.
Para las fuerzas
revolucionarias La Laguna significaba la ampliación deI teatro de operaciones.
Desde el punto de vista político era importante buscar el contacto con la
población civil ajena y recelosa del movimiento revolucionario. Con la
radicalización de la guerra, la población civil que se quedó en los territorios
controlados por el ejército popular perdió su “legalidad” y se transformó en “la
masa guerrillera”. En este sentido, el enemigo no hacía diferencia alguna entre
las Fuerzas Armadas Populares y la población civil que habitaba en los
territorios controlados por la guerrilla. Para el ejército reaccionario todo lo
que se movía en los territorios guerrilleros, incluyendo los animales, era
considerado objetivo militar.
EI auge deI accionar político-militar
deI movimiento revolucionario salvadoreño a lo largo y ancho del país era el
resultado de un proceso de acumulación de fuerzas iniciado por las
organizaciones político-militares en los albores de la década deI setenta. La guerrilla
popular revolucionaria deI pueblo salvadoreño no había comenzado con la ofensiva
general de enero de 1981.
Las fuerzas guerrilleras
en el frente norte Apolinario Serrano apuntaban los fusiles libertarios hacia
otras posiciones enemigas, buscando los cordones principales de la vida
productiva en Chalatenango. Era necesario crear las condiciones político-militares
para pasar a etapas superiores de la guerra. La preparación de la insurrección
general no podía basarse en tácticas blanquistas[4] ni en la conspiración de
“militares patriotas” ni mucho menos en la actividad puramente militar de los grupos
armados guerrilleros. EI fenómeno de la insurrección armada era ante todo, la
expresión culmine de un proceso de acumulación de fuerzas político-militar. Era
la violenta explosión de un volcán de obreros y campesinos en contra de la clase
dominante. Era en esencia un acto político-militar que se manifestaría en la
violencia armada del pueblo. EI levantamiento armado solamente podía ser
organizado y conducido por la vanguardia proletaria, según Vladimir Illich, en
el momento histórico en que los de “arriba” no pueden seguir dominando y los de
“abajo” no quieren seguir en la pobreza.
Desde el punto de vista
militar, la insurrección armada tenía que ser planificada como cualquier
combate. No había espacio para las improvisaciones. Aún en las situaciones
revolucionarias más favorables para “la toma del poder” por parte del
proletariado, la insurrección podía fracasar sí la vanguardia revolucionaria no
había desarrollado y organizado en la dimensión tiempo-espacio, los
instrumentos político-militares necesarios para la toma del poder. Determinar
el momento preciso del levantamiento popular exigía claridad meridiana de los dirigentes
revolucionarios.
La ofensiva guerrillera a
nivel nacional continuaba con paso arrollador. Dos semanas habían transcurrido solamente
desde la batalla del Jícaro y Las Vueltas.
Jorge se trasladó al
campamento de La Montaña donde se estaba concentrando la tropa. La labor política
en las unidades de vanguardia cobraba mayor importancia, en cuanto que los próximos
combates tenían que convertirse en triunfos políticos. Para lograrlo era necesaria
la toma de conciencia por parte de los combatientes de que en primer lugar el guerrillero
es, ante todo, un propagandista, un agitador, un sembrador de la semilla
revolucionaria. Había que contrarrestar la propaganda deI enemigo que consideraba
al movimiento revolucionario como una horda de criminales y de agentes deI
imperialismo soviético. EI objetivo fundamental era ganarse el apoyo político
de las masas populares y esto sólo se podía lograr demostrándolo con el ejemplo.
Los golpes militares eran en esencia, golpes políticos. Había que motivar al
pueblo a organizarse y afrontar los riesgos de la lucha armada. Derrotar al
enemigo en el campo de batalla era la mejor propaganda y, al mismo tiempo, la garantía
del éxito de la revolución. La revolución socialista solamente podía triunfar sí
el FMLN lograba el apoyo político-social de la gran mayoría del pueblo
salvadoreño.
En La Laguna se respetaría
la propiedad privada de los campesinos. No habría más saqueos ni robos ni
arbitrariedades contra la población civil.
Se encontraban a sólo
tres kilómetros del municipio. EI acercamiento al objetivó militar no
presentaba mayor problemas. Lo único que tenían que hacer las unidades
guerrilleras era caminar por la calle de la Montaña y llegar hasta la carretera
que conduce del Carrizal a Chalatenango pasando por La Laguna y Comalapa. Es
decir, una situación táctico-operativa de desplazamiento en el terreno casi de
guerra regular.
Al atardecer salió la
columna al mando de German. Otro grupo salió de la “Hacienda” para penetrar por
el sur. Jorge, responsable del equipo de filmación[5] durante la marcha, iba al
medio de la columna al mando de German. Desde la calle de barro rojo que bajaba
de la Montaña se podían divisar los débiles bombillos del servicio público de
luz eléctrica pendiendo de los postes de madera de La Laguna.
Los cineastas no acostumbrados
a caminatas nocturnas y cargando el pesado equipo cinematográfico, comenzaron a
quejarse y a disminuir el ritmo de la marcha. German visiblemente irritado por
los ruidos de los “peliculeros”, amenazaba con prohibirles filmar durante los combates.
– ¡Mirá, Jorge! Decíles que
se apuren – manifestó malhumorado Julio.
– Éstos no entienden de
mando único – respondió Jorge.
– ¡Vale verga! ¡Tienen que
hacer caso! – respondió Julio, el jefe de la sección de logística.
– ¡Eh Hernán[6]! Dile a los compas que
dejen de hacer ruido. German esta encachimbado – dijo Jorge.
Hernán era el responsable
político deI grupo de filmadores y el único que tenía experiencia en la montaña.
Había participado en varios combates como corresponsal de guerra.
EI acercamiento al
objetivo militar se había realizado, a pesar de los atrasos, en el tiempo
planificado. En la oscuridad German ordenó a las unidades combativas ocupar sus
posiciones de fuego.
Mientras tanto el resto
de la columna se quedó sentado en espera de nuevas órdenes. EI grupo de
cineastas por fin guardó silencio. Contemplando las estrellas los guerrilleros
descansaban tendidos a la vera del camino. Las últimas semanas habían sido muy
agitadas. EI tiempo pasaba volando. Parecía que de pronto la guerra había
entrado en un tobogán vertiginoso. La ofensiva continuaba empujando con furia
hacia adelante. EI final deI viaje era desconocido y solamente se tenía
conciencia que en esos días, la dinámica de la guerra estaba generando sucesos
trascendentales.
EI sonido tartamudo de
las armas automáticas interrumpió violentamente el sueño de los pajarillos que
anidaban en los árboles de mango. Las avecillas temerosas abandonaron
instintivamente el teatro de operaciones. Con olor a pólvoras se abrió eI
telón. Como de costumbre los personajes de la obra continuaban siendo los mismos.
En la oscuridad de la noche, solo los fogonazos delataban la presencia humana. Todo
transcurría de acuerdo a lo previsto. El enemigo había sido sorprendido. EI
tiempo, mezcla de silencio y metralla, devoraba los minutos. La muerte paciente
aguardaba descansando, esperando entrar en acción. Era lo único que no podía
ser planificado en la guerra, era lo inevitable. La obra teatral continuaba necesariamente
violenta. Lentamente los rayos deI sol emergieron entre las copas de los pinos
deI Volcancillo.
Los cineastas, con la
tensión dibujada en los rostros, preparaban sus aparatos. Metros de celuloide
virgen grabarían los instantes de la cruel verdad. No se trataba de una
película "á la Hollywood", en la cual los únicos vencedores eran los
boinas verdes. Era la guerra revolucionaria deI pueblo salvadoreño.
Desde el punto de vista estrictamente
militar, La Laguna ocupaba en esa operación guerrillera un papel secundario. Era
sólo el señuelo. Una emboscada de aniquilamiento y requisa se encontraba
apostada entre el pueblo atacado y Comalapa. En las elevaciones adyacentes a la
Montaña, ocultas por el follaje de la arboleda, esperaban tranquilas las ametralladoras
“punto cincuenta”. Ellas se encargarían de darle la bienvenida a los A-37. En
un cerro de la Montaña se encontraba el puesto de mando estratégico.
A las seis de la mañana
el enemigo se había concentrado en la comandancia y en otras casas aledañas a
la iglesia. Alejandro y Jorge se encontraban en el patio trasero de una casa
del pueblo. Cercano a ellos estaba instalado el puesto médico. Marianito y las
radio-operadoras también se encontraban en las cercanías.
German apareció de pronto
entre los árboles de mango y las matas de izote que servían de división entre
los patios de las casas vecinas.
– ¿Cómo está la situación?
– pregunto Alejandro.
– Los hijos de puta están
bien parapetados en la comandancia – respondió el experimentado jefe guerrillero.
Tenemos que sacarlos a pura carga acumulativa. ¿Dónde está Juan[7]?
– Allí abajo – señaló Jorge.
– ¡Decíle que venga! –
ordenó German.
Juan y otro compañero de
talleres se hicieron presentes de inmediato.
– Mirá, Juan. Hay que ponerles
una carga a los cabrones...
Juan, quien tenía poco
tiempo de haber ingresado al frente de guerra, sabía mucho de explosivos. Lucas
decía que él bien podía ser su maestro. Ni corto ni perezoso tomó una de las cargas
y se preparó para recibir su bautizo de fuego en tierras tropicales.
– German, los compas deI
cine quieren saber cuándo pueden comenzar a filmar – preguntó Jorge.
– Decíles que dejen de
joder. La situación no está para andar filmando. Yo les voy a avisar…
Rápidamente el pequeño
grupo formado por German, Julio y Juan se perdió entre los árboles.
Jorge esperaba impaciente
la detonación para continuar grabando para la Radio Farabundo Martí el desarrollo
de los combates en La Laguna. La casa donde se encontraban estaba a veinte
metros de la Comandancia, pero por la ubicación no les permitía ver
directamente lo que sucedía.
Los cineastas tuvieron
que conformarse con escuchar la sinfonía de los M 16 acompañados por esporádicas
ráfagas de un viejo FAL. Un candil explosionó rompiendo la melodiosa cadencia
de las “chicas plásticas”, como los compas llamaban a los fusiles automáticos
M-16.
Desde sus parapetos, los
soldados contestaban con las mismas notas musicales, el mismo ritmo, el mismo
tiempo,... la misma violencia.
EI sonido sordo y seco de
la explosión hizo vibrar las paredes de adobe de la casa. Una lluvia de piedras
cayó al cabo de unos segundos. EI silencio después de la detonación fue
interrumpido por una ráfaga procedente deI interior de la comandancia. EI
enemigo continuaba en sus posiciones. A lo lejos se escuchó el ruido de los A-37.
En cosa de segundos un avión voló tan bajo que se le vio su panza verde. El estallido
de la bomba hizo retumbar la tierra.
– ¡Madre María Purísima!
– ¡Sin pecado concebida! –
contestó una voz femenina detrás de la puerta.
Hasta el momento nadie se
había percatado que adentro de la casa había gente.
– ¡Abran la puerta! – ordenó
Jorge. No les vamos hacer nada.
Lentamente la puerta de
madera se abrió. Con manos temblorosas, una mujer sostenía a una criatura de
pocos meses de edad. Tomado deI vestido de la madre otro niño semidesnudo sonreía
con inocencia.
– Tomen estos majonchos[8]. Todavía no están bien
maduros–advirtió la mujer arrullando al niño que no paraba de llorar.
Una viejecita sostenía un
escapulario en sus flacas y enjutas manos. Arrodillada frente a la imagen deI
Sagrado Corazón de Jesús, imploraba al cielo con su llanto. Los aviones
continuaban bombardeando los alrededores. No habiendo nada que comentar desde
la posición en que se encontraba, Jorge pidió permiso a Alejandro para
acercarse a la primera línea de fuego. En ese mismo instante dos guerrilleros
traían cargando a Juan. Venía herido de una pierna.
EI bautizo de fuego le fracturó
la tibia y el peroné. La carne desgarrada se entrelazaba con las astillas de
huesos rotos que a guisa de espinas atravesaban el pantalón de mezclilla. Las
sanitarias atendieron de inmediato al herido.
Elena, jefa operativa deI
grupo de sanitarios, aplicó rápidamente una inyección para calmarle los fuertes
dolores. EI torniquete cuatro dedos arriba de la lesión ayudó a contener los
borbollones de sangre que brotaban de la herida. Juan fue trasladado en una
camilla al puesto médico de la Montaña.
Jorge se encaminó al
lugar donde estaba German dirigiendo los combates. Llegó a una casa cuyas
puertas estaban abiertas de par en par. Por los casquillos de M 16 desparramados
en el suelo comprendió que los compas habían estado ya en ese lugar. La casa colindaba
directamente con la calle que unía la escuela rural y la plaza mayor deI
pueblo.
A diez metros estaba la
comandancia rodeada por varias casas. En una de ellas los soldados habían
herido a Juan. Jorge se arrastró hasta la puerta. Desde allí pudo divisar a German
y a Julio.
– ¡Eh German! ¿Pueden
venir ya los deI cine? – preguntó Jorge a gritos.
– Está bien pero que no
se acerquen mucho – respondió.
A los pocos minutos el
equipo de cine se encontraba preparado para comenzar a filmar los combates. Los
guerrilleros habían colocado otra carga acumulativa junto a la semidestruida
pared de la comandancia. Mientras tanto, Julio con el M 16 terciado, se paseaba
tranquilamente a lo largo de la pared que lo separaba del enemigo.
– ¡Sargento! ¡Sargento!
¡Ríndanse! No tienen ningún chance. Están rodeados ¡Los refuerzos no van a
llegar! – gritaba Julio repetidamente tratando vencer la resistencia psicológica
de los soldados.
– German! ¿Puedo ir allí –
preguntó Jorge,
– Sí, pero vení sólo vos –
respondió.
Jorge corrió encorvado
pegándose a la pared. Al llegar al lugar donde la primera explosión había
dejado un hueco enorme, se detuvo y esperó la señal de Julio para seguir
avanzando.
– ¡Ahora! –gritó el jefe
de logística.
Jorge atravesó de dos
zancadas el lugar de peligro y llegó hasta donde estaba German. Julio se retiró
deI lugar para permitir la detonación de la carga. La explosión hizo saltar
ladrillos por los aires. Julio se acercó de nuevo a la pared para continuar su
labor de convencimiento.
"... esta es Radio
Farabundo Martí transmitiendo desde la primera línea de fuego para todo el
pueblo salvadoreño. Nos encontramos frente a la comandancia deI puesto militar de
La Laguna. En esto precisos momentos el jefe de pelotón de unidades de
vanguardia, el compañero Marvin se está subiendo a una escalera para agarrar
mejor posición de tiro. En su espalda cuelga un lanzagranadas M-79 de fabricación
norteamericana. Marvin se ha sentado en uno de los peldaños superiores, toma el
arma de su espalda, coloca una granada explosiva en la recámara, el compañero German
le da la orden de disparar...Marvin asoma un tercio de su cuerpo por encima deI
muro de adobe y dispara...”
Jorge levantó la
grabadora para captar mejor el sonido de la explosión de la granada M-79.
– "…compañero German,
podría decirnos ¿cuál es en estos momentos la situación operativa?..."
– Bueno. Hasta el momento
cuatro posiciones han sido tomadas por asalto. Solamente nos queda aniquilar al
enemigo que está apostado aquí en la comandancia y en otra posición que tienen
cerca de la iglesia...
– ¿Cuál es la importancia...?
Jorge no terminó de
formular la pregunta. Marvin y otro guerrillero cargaban el cuerpo de Julio,
quien había recibido una ráfaga en la región genital y se quejaba con debilidad.
– Llévenlo detrás de la
escuela – ordenó German.
La escuela rural se
encontraba enfrente de la comandancia. Jorge ayudó a los guerrilleros a bajar
el cuerpo herido. EI terreno donde se había construido la escuelita se hallaba
en un nivel más bajo con respecto a la comandancia.
De pronto los A-37
volvieron a aparecer en las alturas. Un avión se lanzó en picado y dejó caer
una bomba. Jorge continuaba narrando los sucesos.
– ¡Andáte a la escuela! –
ordenó German a Jorge. ¡Hay que sacar a Julio de allí inmediatamente!
En la parte trasera deI
edificio escolar yacía tendido el jefe de la sección logística y talleres deI
frente norte. La certera bala le había destruido totalmente los órganos
genitales. Julio se inclinó un poco para verse la herida. Cerró los ojos y
volvió a colocar el cuerpo en posición horizontal. La muerte rondaba por La
Laguna. Su mirada vidriosa se interrumpía cada vez que los parpados cubrían los
ojos y eI sudor frio le corría por la frente. EI suave gemido que se escapaba
de sus labios era grito de valentía. Ya no le importaba el sonar de las turbinas
de los aviones ni el ruido de los helicópteros.
– ¡Compa, Jorge! ¡Dice German
que salga inmediatamente de la escuela! – llegó diciendo un combatiente.
Los soldados estaban
informando por radio a los aviones que en la escuela estaba el mando guerrillero.
Jorge se dirigió al lugar
donde aguardaba Alejandro en busca de ayuda para sacar a Julio.
– ¿Qué pasa? – preguntó Marito
que estaba con las radio operadoras junto a un cerco de piedra.
– ¡Hirieron a Julio! – exclamó
agitado Jorge.
Alejandro conversaba con
Arnoldo.
– ¡Puta! Fíjate que
jodieron a Julio – dijo Jorge, dirigiéndose a Alejandro. Le hicieron mierda los
testículos.
– ¿Dónde está? – preguntó
Arnoldo.
– Detrás de la escuela – respondió
Jorge. Dice German que hay que sacarlo de allí.
Arnoldo se marchó
enseguida junto con tres milicianos para sacar a Julio.
– ¿Cómo fue que lo
hirieron? – preguntó Alejandro.
– No sé como sucedió. Yo
estaba entrevistando a German cuando de pronto lo trajeron cargando, dijo Jorge
al tiempo que sacaba un cigarrillo.
– ¡Qué mierda! – masculló
Alejandro.
Posteriormente se supo
que la ráfaga deI M 16 enemigo había pasado por un pequeño agujero en la pared
de la comandancia. Julio no se había percatado de aquel hoyo justo a la altura
de su bajo vientre.
Arnoldo encontró un viejo
camión en las afueras de La Laguna. No había tiempo que perder; el proyectil
había partido en dos la arteria femoral a la altura de la ingle.
La pérdida constante de
sangre iba debilitando el cuerpo de Julio. Desgraciadamente no había suero para
inyectarle como medida de emergencia. Tampoco había ningún árbol de coco para utilizar
el agua esterilizada y rica en minerales de sus frutos. Los minutos volaban con
velocidad supersónica. EI combate estaba llegando a su punto final. Los
soldados que peleaban en el sector de la iglesia se habían rendido. German
ordenó fuego concentrado en la comandancia. Los candiles y las granadas
industriales lograren vencer la resistencia de los soldados apostados en el último
reducto enemigo. EI reloj marcaba las once y quince minutos de la mañana. Tres
helicópteros sobrevolaron la parte norte de la Laguna a la altura de Los
Prados. AI parecer el mando militar enemigo había ordenado el desembarco de
tropas helitransportadas en ese caserío.
EI refuerzo militar
procedente de Comalapa había vencido la emboscada y ahora el enemigo se
desplazaba sigilosamente en dirección a La Laguna. German ordenó un cateo rápido
al pueblo.
Los prisioneros de guerra
se formaron en el atrio de la iglesia. Los cineastas aprovechaban el tiempo en
filmar las escenas triunfales. Alejandro y Jorge se habían cubierto los rostros
con un pañuelo rojo para evitar ser reconocidos por la población civil. No hubo
tiempo para la arenga política ni el reparto de propaganda. German había
ordenado la retirada.
EI armamento recuperado
fue sacado rápidamente del pueblo. Jorge tomó seis fusiles y se los echó al
hombro mientras las cámaras filmaban el repliegue guerrillero.
Dos horas más tarde el
enemigo entraba en La Laguna.
German, Alejandro, Jorge
y el equipo de cine se separaron del grueso de la columna debido a la lentitud
de los cineastas. Muy pronto se dieron cuenta que habían perdido la “trocha”.
Enfrente tenían la Montaña, pero entre ellos y el macizo montañoso había un mar
revuelto de matorrales con espinas largas como los cuernos de un toro de Lidia,
zarza, bejucos y una espesa vegetación. Durante muchos años el pie deI Hombre
no había pisado esos terrenos salvajes y no tuvieron otra alternativa que
romper brecha a mano limpia, pues nadie cargaba un machete. Ni el cuchillo de
Jorge, regalo de su padre Juan ni la navaja estrella del ejército suizo, una
Victorinox 91 milímetros con quince funciones, pudieron con la vegetación
salvaje de la montaña chalateca. Tres horas más tarde alcanzaron el camino de
barro que conducía a la montaña. En el camino se encontraron con unos
milicianos y recibieron la triste noticia de que Julio había muerto. No alcanzó
a llegar al hospital. Julio murió en el camión. Una triste desazón invadió a Jorge.
– ¡Puta, mierda! – maldecía.
¿Cómo es posible que se nos muera la gente por falta de una simple botella de
suero?
Sabía a ciencia cierta que
en el extranjero había cajas repletas de medicinas y aparatos quirúrgicos de guerra
esperando para ser transportados. No se trataba de la supuesta ayuda de los
cubanos, soviéticos o nicaragüenses. Era la ayuda solidaria de los pueblos deI
mundo capitalista, era la mano proletaria y humanista que se extendía desde la
metrópolis cruzando las fronteras para estrechar la del humilde campesino.
Mientras meditaba cabizbajo nubes negras oscurecieron el día. La lluvia comenzó
a caer con rabia, parecía que el cielo lloraba amargamente la muerte
innecesaria de Julio. EI barro comenzó a teñir el agua que corría cuesta abajo de
color sangre. Las botas gastadas por el tiempo iban dejando detrás pequeños lagos
ovalados. Jorge se separó deI grupo y se fue a la delantera. Avanzaba en
solitario bajo la tormenta rumbo al puesto de mando de La Montaña.
Al llegar al campamento
la lluvia había cesado, pero el frío natural de la montaña le estremecía los
huesos. Las unidades combativas habían llegado al campamento varias horas
antes. En la comandancia guerrillera reinaba la preocupación por el retraso deI
mando táctico. Nadie sabía que había sucedido con German y Alejandro. Jorge fue
el primero con llegar con la noticia y explicó lo que había sucedido.
– ¿Dónde está German? – preguntó
preocupada Eva, la compañera deI jefe guerrillero.
– Ya va a llegar –
contestó Jorge. No te preocupes, viene un poco más atrás.
Las unidades de
vanguardia se encontraban formadas y listas para rendir honores al jefe de la
sección de logística y talleres. EI comandante Salvador Guerra, segundo al
mando de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación Farabundo Martí, hizo uso
de la palabra. Julio murió en el departamento que lo vio nacer. Originario de
San Francisco Morazán había llegado a reforzar al Estado Mayor deI frente. Su experiencia
acumulada durante mucho tiempo en el frente oriental José Roberto Sibrían se
había hecho notar. En poco tiempo había organizado el trabajo logístico. A
pesar de tener una apariencia ponderada y carácter alegre, en el fondo sufría
mucho la perdida de su compañera y no podía ocultar la profunda pena que sentía
por la muerte de su amada, torturada y asesinada en las oscuras mazmorras de la
Policía Nacional.
Cuatro miembros deI
Estado Mayor escoltaron el cuerpo rígido del compañero caído en combate.
Lentamente colocaron el cadáver dentro de la fosa, horas antes cavada por las
unidades de vanguardia.
– ¡Compañero Julio! – gritó
el Comandante Salvador Guerra.
– ¡Hasta la victoria siempre!
– respondieron los combatientes.
– ¡Revolución o Muerte!
– ¡EI pueblo armado vencerá!
La muerte de Julio
debilitó enormemente las estructuras del Estado Mayor. Alejandro asumió la
responsabilidad de la sección de logística y talleres, pero continuó siendo
jefe de la sección política.
La vida prosiguió su
curso y la muerte siguió siendo su eterna compañera. German se quedó en la
Montaña con el destacamento uno, mientras “Conejo William”, al mando deI
destacamento dos, se trasladó al cerro La Bola. Jorge regresó a La Laguna junto
con el equipo de cine. En las cercanías de La Burrera encontraron dos vacas y
un ternero. Solamente lograron atrapar a una de ellas. Al llegar al campamento
sacrificaron a la res y se hartaron de carne durante varios días.
Jorge recibió la orden de
visitar el destacamento en La Montaña. A la sazón, no eran necesarios los guías
ni los correos para trasladarse de La Laguna a la Montaña. La pendiente de la
Burrera ya no representaba escollo alguno para Jorge. EI tiempo le había
acostumbrado los músculos a caminar durante largas horas sin sentir cansancio
ni fatiga. Al llegar a la cima de La Burrera se detuvo un momento a contemplar
el paisaje. EI viento soplaba con furia. Las casitas blancas deI Zapotal
dejaban escapar columnas de humo. AI fondo, a la derecha, el cerro Talzate y el
cerro La Bola. A la izquierda, el territorio hondureño. En la lejanía, entre
brumas se divisaban las montañas de Morazán, el volcán de San Miquel y Ios dos
pezones deI volcán Chinchontepec. Sentado junto al tronco de un pino, Jorge
encendió un cigarrillo. Un par de meses atrás hubiera sido demasiado peligroso
para cualquier guerrillero rondar en solitario por estos hermosos lugares, mucho
más aún detenerse a disfrutar de la belleza natural de los parajes montañosos de
Chalatenango.
Ya había oscurecido cuando
Jorge se presentó en la choza de German. Tomaron leche con azúcar y jugaron una
partida de ajedrez. Mientras se entretenían con el tablero, conversaban los
problemas de los pelotones. German tenía algunas dificultades con un
combatiente. Santos, apodado “Pantalón”, tenía fama de ser buen combatiente, pero
en los últimos tiempos se había puesto muy rebelde y no acataba las órdenes de
Marvin. Después de hablar con él, Jorge descubrió que lo único que “Pantalón” quería
era ser trasladado al frente central Felipe Peña. Varias veces había solicitado
permiso para ir a visitar a su familia. La negativa a sus peticiones había
generado la rebeldía espontánea del joven guerrillero. Santos era solamente un
caso entre varios.
La mayoría de los
combatientes provenían de otros departamentos, situación que contribuía a que
pasaran semanas o meses fuera de su terruño. Este problema era el caldo de
cultivo para la nostalgia, la disconformidad y los deseos ocultos de deserción.
Aunque, a decir verdad, no se trataba de la renuncia total a las Fuerzas
Armadas deI Pueblo, puesto que ellos se integraban a los grupos de combate en
sus respectivos lugares de procedencia. Los apóstatas de la revolución eran muy
pocos. Casi siempre se trataba de debilidades político-ideológicas o
simplemente, de individuos que habían sido arrastrados por la dinámica de la
guerra de clases revolucionaria sin estar realmente convencidos de los
objetivos de la lucha popular. Santos recibió licencia para trasladarse al
frente central.
Al día siguiente Jorge se
preparó para regresar al campamento de La Laguna.
– ¡No jodás, Jorge! ¡Quedáte
un par de días más – repitió German con insistencia.
– Con gusto me quedaría,
pero la verdad es que no puedo – contestó Jorge.
– Lo que pasa es que no
querés que te agarre la invasión aquí –señaló el jefe guerrillero.
– ¿Cuál invasión? – preguntó
preocupado Jorge.
– ¡Ma cabrón! ¡El loco te
estás haciendo! – respondió German.
–En serio que no tengo la
menor idea – contestó.
– ¡Dejáme aunque sea el
radio, pues! – exclamó. Mirá que acá ni música puedo escuchar.
– Está bien. ¡Pero cuídamelo!
– advirtió Jorge, entregando el viejo radio transistor Sanyo, recuerdo de su
padre.
– ¡Ah la puta, que jodes vos!
¡Si te lo voy a cuidar!
Jorge nunca más volvió a ver
aquel recuerdo de Juan.
EI sábado 6 de noviembre
al atardecer Jorge regresó de nuevo a la casa-cuartel de la sección política.
Con la muerte de Julio y
la baja de Juan, el sabor de las naranjas en Los Naranjos tenía un deje agridulce.
[1] Conacaste: Árbol tropical de la familia de las Mimosáceas de gran altura,
de fruto no comestible. La madera se utiliza para la ebanistería y la
construcción.
[5] El camino de la libertad: Pélicula producida por
el Instituto Cinematográfico de El Salvador Revolucionario (ICSR) de las
FPL-FM. Fue rodada con grandes dificultades en el Frente Apolinario Serrano
entre octubre y noviembre de 1982 por un equipo de cineastas chilenos y
salvadoreños. Al parecer la película está fuera de circulación.
[7] Pakito Arriarán: Internacionalista vasco caído en
combate en 1984 en las cercanías del Zapotal. Perdió una pierna a raíz de la
herida provocada por un proyectil durante los combates en la toma de La Laguna.
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