XXXII. Cuarta Invasión. El enemigo contrataca con furia y con todos los “fierros”
Dos días más tarde de su
regreso a Los Naranjos, Jorge comprobó que la “premonición” de German había sido
correcta. El jefe guerrillero sabía por experiencia que después de acciones
ofensivas guerrilleras, el enemigo solía contratacar con operaciones de castigo
u operaciones de gran envergadura. La actividad guerrillera en el frente
Apolinario Serrano había sido muy intensa en los últimos meses y era evidente
que la iniciativa táctico-operativa estaba en manos de las Fuerzas Armadas
Populares de Liberación. El intenso movimiento aéreo anunciaba la invasión
militar. El ejército hondureño por su parte, tomaba posiciones estratégicas a
lo largo de la frontera. Durante todo el día lunes 8 de noviembre de 1982 el
ruido de los motores de los camiones militares catrachos, emulaban el “tan-tan”
de los tambores de una orquesta internacional bélica. Era la obertura de una
sinfonía nibelunga que tenía como escenario, no el alto Rin, sino las orillas
del rio Sumpul, y como personajes principales a los descendientes del Cipitio[1] en ambos bandos. Las nubes
blancas de polvo que levantaban los vehículos pesados, delataban el desplazamiento
del ejército hondureño. A las nueve de la mañana del siguiente día, un avión de
la Fuerza Aérea salvadoreña lanzó el primer ataque contra el Volcancillo. Las
unidades de artillería ubicadas en Nueva Concepción Quezaltepeque iniciaron el
“ablandamiento” del terreno. Al mismo tiempo, los batallones élites
concentrados en la misma ciudad, en Upatoros y en Comalapa comenzaron a
desplazarse en dirección a la Hacienda y el Volcancillo.
Alejandro recibió la
orden de la Comandancia de seleccionar las mejores armas automáticas existentes
en la sección de logística y ponerlas a disposición de las unidades militares. Jorge
se vio obligado a cambiar su M16 por un viejo G – 3 con culata de madera. Alejandro
se percató que a Jorge aquel cambio desigual no le había causado mucha gracia,
porque sabía por experiencia que en las invasiones enemigas un buen fusil
significaba en algunos casos, la mitad de la vida. Todo hubiera estado en orden,
pero Jorge no sólo había recibido un arma vieja y defectuosa, sino que además
contaba únicamente con un cargador cuyo resorte estaba también en malas
condiciones.
Durante la mañana
depositaron todo el material que no podían llevarse consigo en los tatús incluyendo
la “mini-biblioteca”. A las cinco de la tarde regresó Alejandro. EI personal de
las dos secciones se formó inmediatamente en el patio de la casa-cuartel y Alejandro
impartió las respectivas instrucciones.
En fila india se
dirigieron a las Huertas. Allí esperaron a que atardeciera para continuar la
marcha rumbo al caserío EI Portillo donde se reunirían con el mando estratégico.
En condiciones normales el recorrido de las Huertas al Portillo, duraba sólo treinta
minutos.
Alejandro recomendó a la
población civil llevar consigo solamente lo verdaderamente indispensable. A
pesar de las advertencias del mando y de la propia experiencia, las mujeres cargaban
en sus cabezas las pesadas piedras de moler, gallinas, sacos con maíz y frijoles.
En resumidas cuentas, todo lo que les pertenecía. Los niños cabalgaban en los
hombros de sus padres esquivando con maestría innusitada las ramas de los
arbustos y chiriviscos a la vera del camino. Todos temían el grito inesperado
de algún lactante, el cacarear espontáneo de una gallina clueca y el
quiquiriquí vespertino de un gallo madrugador. Todos esos sonidos cotidianos,
naturales y llenos de vida, podían significar la muerte en las invasiones.
La pesada serpiente
humana se arrastraba lenta y silenciosa en la oscuridad. La marcha se detenía a
cada momento. De vez en cuando una linterna alumbraba el suelo en busca del
camino. De inmediato se escuchaba la voz de un guerrillero ordenando apagar la
linterna. El uso del “foco” en la montaña también estaba sometido a ciertas
reglas y técnicas. Normalmente el guerrillero sabía caminar en la oscuridad sin
necesidad de linterna y solamente en casos extremos se recurría ella. Para
evitar ser detectado a la distancia por el enemigo, era menester colocar la
mano alrededor del vidrio y mantener la linterna siempre en dirección al suelo.
Los débiles haces luminosos que se escapan entre medio los dedos eran
suficientes para los ojos del guerrillero experimentado.
La vanguardia de la
columna entró en el Portillo a la una de la mañana. Desde allí se escuchaban las
voces y ruidos producidos por el resto de la gente que aún bajaba del Roble.
Las linternas cruzaban sus luces en todas las direcciones. EI caos reinante durante
la marcha se debía fundamentalmente a que la población civil no acataba con
rigor castrense las órdenes del jefe de la columna.
Arnoldo, al frente de la
sección de servicios había llegado minutos antes al Portillo. Su columna se
había dirigido directamente al punto de reunión sin pasar por Las Huertas.
EI mando estratégico de
las FAPL había abandonado el lugar a las once de la noche, dejando como enlace a
Ruperto, el experimentado guía – mensajero, quien conocía Chalatenango como la
palma de su mano. Muchas invasiones le había tocado vivir y aguantar, pero la más
importante hasta la fecha había sido la de octubre de 1981. En ese entonces, Netón
a la sazón jefe de operaciones del Apolinario Serrano, le dio la orden de conducir
al compañero Marcial y al grupo de seguridad personal del Comandante por los
territorios infestados de tropas enemigas. Con maestría y valentía, Ruperto
logró sacar del cerco operativo al legendario dirigente de la revolución
salvadoreña y conducirlo sano y salvo hasta la cima de EI Alto. Ruperto se
movía en las montañas de Chalatenango como pez en el agua.
EI mensaje para Alejandro
estaba firmado por el Comandante Dimas. Le
informaba que ellos – el mando estratégico – se dirigían a los Gramales y que
el enemigo se encontraba en San Antonio Los Ranchos. La posibilidad de que las
tropas invasoras hubieran avanzado hasta Guarjila preocupaba seriamente a Arnoldo
y Alejandro.
Solamente había dos
opciones: quedarse en los alrededores escondidos en el monte y pedirle a las once
mil vírgenes que los protegiera de los batallones rastreadores o continuar la
marcha y tratar de salir del cerco. Pero, ¿hacia dónde?
– ¿Qué pensás vos? – pregunto
Alejandro, sosteniendo en sus manos un mapa de Chalatenango escala 1:50000. Arnoldo
se quedó pensativo unos segundos tratando de ordenar sus pensamientos.
“Nuestras montañas son las masas” solía comentar Marcial, cuando le preguntaban
acerca de la posibilidad de la guerra de guerrillas en El Salvador. A falta de
vastas y espesas montañas protectoras, bendita sean las masas populares. Ahora,
ambos jefes guerrilleros, más políticos que militares, y con el agravante de
desconocer el terreno, tenían la enorme responsabilidad de conducir a la “montaña”
humana a un lugar seguro.
–Vos conocés bien la zona
– dijo Arnoldo dirigiéndose a Ruperto.
– Más o menos – respondió con la típica humildad
campesina.
– EI enemigo probablemente se encuentre en
Guarjila, Los Ranchos, Portillo del Norte – informó Alejandro, a fin de que el
guía tuviera un marco general de la situación operativa.
Ruperto señaló con el
dedo una elevación en el mapa ubicada en las cercanías de San José Las Flores, aproximadamente
a seis kilómetros de distancia del lugar en que se encontraban.
Para llegar a la calle
que conducía a Las Flores, el paso por Guarjila era inevitable. Había que tomar
rápidamente una decisión, ya que la noche amenazaba con transformarse en día.
Ambos jefes optaron por arriesgarse a chocar con el enemigo en Guarjila. EI
desconocimiento del terreno y la falta de experiencia en la conducción de tropa
en situaciones especiales de guerra, motivó tal vez a Alejandro a entregar a
Arnoldo el mando de la columna.
La vanguardia estaba
formada por Ruperto, Jorge, Nico[2], Rafael y el bicho Frank.
Los tres últimos eran los instructores de la escuela militar que a la sazón funcionaba
bajo la responsabilidad del “zarco” Samuel. Todos con excepción de Jorge, podían
considerarse veteranos de invasiones. ÉI y Rafael eran los únicos en la punta
de lanza que no habían participado en la famosa “guinda de octubre del 81”. Muchas
eran las anécdotas, sobrias e hiperbólicas, que se contaban al respecto. Se
decía que Nicolás había llegado días más tarde al Alto con los pies descalzos y
ensangrentados. Se había extraviado en la oscuridad perdiendo el contacto con
el resto de la columna y permaneció varios días caminando por veredas y
quebradas para evitar chocar con el enemigo. Nadie conocía las huellas
profundas que dejaban las invasiones enemigas en la mente de los guerrilleros.
No todos habían tenido la “buena suerte” de Nico, Manuelón, Lucio y Raulón. Otros
tuvieron la desgracia de morir en algún matorral inédito de la montaña
chalateca, como sucedió con Horacio, el internacionalista chileno, de quien lo
único que quedó fue el G-3 y la navaja suiza Victorinox. Unos guerrilleros de
la Montañita encontraron meses más tarde en medio de los charrales los restos
del combatiente chileno. Ramiro pudo identificar a su compatriota, a quien
daban por perdido desde la invasión de octubre, por la cortapluma suiza. Probablemente
resultó herido en una escaramuza o al intentar romper el cerco. Horacio se había
arrastrado como pudo hasta quedar oculto bajo los arbustos. Murió lentamente escondido
en la maleza salvaje de la Montaña, soñando tal vez con los blancos Andes que
lo vieron nacer. Otros, como Roque, el hijo del gran poeta revolucionario Roque
Dalton, fueron dados por desaparecidos, sin saberse a ciencia cierta, si habían
caído en combate o habían sido capturados por el enemigo.
La columna integrada en
su mayoría por gente de masa emprendió el descenso rápidamente en dirección a
Guarjila. Al llegar al caserío fantasma, la vanguardia avanzó sigilosamente
tratando de descubrir en la oscuridad a algún soldado oculto. Afortunadamente
Guarjila estaba vacía y desolada. A las cinco de la mañana llegaron a la calle.
La madrugada había llegado y el tiempo se encogía. EI peligro de chocar con el
enemigo aumentaba minuto a minuto. Los guerrilleros avanzaban sigilosamente y con
mucha precaución. Era una lucha por ganar terreno centímetro a centímetro. Era
el eterno combate entre el tiempo y el espacio. EI cansancio se hacía sentir.
EI nerviosismo y la tensión aumentaban proporcionalmente al movimiento de las
agujas del reloj.
La columna había quedado
truncada en alguna parte del camino. No había explicaciones ni tiempo para
pedirlas. Arnoldo ordenó continuar la marcha. AI cabo de unos minutos pasaron
de largo por los Corrales, donde meses atrás el enemigo había sido emboscado.
Eran las siete de la mañana cuando se internaron por una vereda para ocultarse
en la espesura de la vegetación. EI peligro continuaba siendo latente, incluso
bajo la protección de la flora. Dos horas más tarde y alejados lo suficiente de
la calle, se detuvieron en las cercanías de la elevación que Ruperto en la víspera
había señalado en el mapa.
De las doscientas personas
que conformaban originalmente la columna, solamente quedaron alrededor de
setenta. EI grueso de la columna se componía de mujeres, ancianos y niños, y se
contaba sólo con doce fusiles automáticos para defender a la población civil.
Arnoldo ordenó una defensa circular. En ese lugar pasarían el resto del día.
Franky, Nicolás, Rafael y
Jorge controlaban el sector sur. A las diez de la mañana se escuchó el ruido
creciente de los A-37. Al poco tiempo se lanzaban en picada dejando caer las
bombas en el cerro La Bola.
– ¡Exactamente trece segundos! – exclamó Jorge.
¡Eh, Franky Boy! ¡Multiplícame trece por trecientos!
– ¡Puta, Jorgito! Parece que ya se le
olvidaron los números – respondió sonriendo el joven guerrillero.
Frank apenas tendría dieciséis
años y ya conocía todos los secretos y amarguras de la guerra. Muchas
responsabilidades había desempeñado desde que se inició la guerra
revolucionaria. Desde jefe de subzona hasta instructor de la escuelita militar.
Como experto en explosivos había participado en diversas emboscadas colocando
minas vietnamitas, antitanques y cazabobos...
Jorge sabía que tenía más
de dos años de no ver a sus padres. Y se lo imaginaba abrazando a su madre,
desparramando sus cabellos rubios y rizados en el pecho acongojado, llorando de
alegría, silbando despreocupado rumbo al instituto Nacional General Francisco
Menéndez, aquel centro de estudio de gran nivel educativo, donde los más
inteligentes y estudiosos hijos de la clase obrera y la clase media baja,
podían acceder al bachillerato académico; cantando iría, dicharachero,
pubertario, haciendo bromas de niño con las compañeras de estudio. A “Franky-Boy[3]” la guerra le robó su infancia
y adolescencia, le violentó sus sueños, le privó de jugar al fútbol, básquet o
el beisbol como cualquier jovencito de su edad. “Franky Boy” se vio de repente
gritando en las calles organizando barricadas, pintando las paredes de “San
Sibar” (San Salvador) con consignas revolucionarias del MERS[4] y el BPR[5], mientras los de su misma
edad soñaban con regalos de navidad. Ciertamente la guerra revolucionaria le privó
de muchas cosas. Pero Franky dejó de ser niño, porque comprendió temprano que
para construir el socialismo había que luchar con las armas en la mano. La
guerra con su crueldad y muerte, le enseñó a amar la vida como solamente los
verdaderos revolucionarios saben hacerlo. La montaña se transformó en el lecho
materno casi olvidado a fuerza de bombas y emboscadas. Frank, Medardo, Nicolás,
Lencho, Samuel, Felipón, Marvin, William, German y muchos estudiantes más de
secundaria, luchaban por conquistar el poder y la construcción del socialismo.
Los pensamientos de Jorge
fueron interrumpidos cuando Frank le ofreció algo de comer.
– ¿Qué dice si le
entramos a esta sopa Maggie? – preguntó Franky, extendiendo el sobrecito verde-amarillo.
Jorge abrió el sobre y
vació sobre su mano un poco del contenido. En un dos por tres masticaron la “sopa
de pollo” con fideos. Lo salado del producto gringo, hecho en Guatemala, los obligó
a beber más agua de lo necesario.
EI día hubiera
transcurrido sin novedades de no haber sido por los aviones de guerra que
surcaban el espacio aéreo de Chalatenango. Hubiera podido creerse que se
trataba de un día normal y corriente en la montaña. Pero la infantería enemiga
silenciosa rastreaba el terreno. ¿Dónde se ocultaba el enemigo?
Arnoldo continuaba
tratando de comunicarse con el mando estratégico. La falta de información
durante las invasiones equivalía a andar ciego por el monte. En cualquier
quebrada o en el cerro menos pensado podía estar emboscado el enemigo, al
acecho esperando a la guerrilla. En tales circunstancias solamente la
experiencia, el instinto, el olfato guerrillero y... la suerte servían de guía.
EI día es aliado
estratégico del ejército enemigo, mientras la noche recoge en su regazo al
guerrillero.
A las cinco y media de la
tarde Arnoldo organizó la marcha. En noventa minutos habían alcanzado la parte más
elevada del cerro. Allí pasarían la noche. Al parecer la intención de Alejandro
y Arnoldo era romper el cerco y continuar la marcha rumbo a los Amates. Hasta
ese entonces el caserío ubicado a las orillas del embalse de la presa 5 noviembre,
había servido siempre como refugio de la población civil. Lo que ambos jefes
guerrilleros ignoraban con toda seguridad, era el hecho que el radio de acción
de la invasión comprendía desde Comalapa hasta el Cerro Eramón. Prácticamente
todo el territorio controlado por las Fuerzas Armadas Populares de Liberación
Farabundo Martí. Es decir una operación típica de “Yunque y Martillo. La
dirección principal de ataque del ejército había comenzado en el sector
noroccidental de la Montañona. Los estrategas militares pretendían “arrear” a
las unidades militares guerrilleras al valle comprendido entre el cerro La Bola
y el cerro Eramón /montañas de El Alto.
Esa noche acamparon en
pequeños grupos dispersos en la cima del cerro, conservando siempre un sistema
de defensa circular. Al centro del campamento dormían las mujeres, niños,
ancianos y el mando de la columna.
Tercer día de invasión
Al amanecer Arnoldo
impartió instrucciones a los diferentes grupos de defensa. Al grupo de Rafael
le tocó cuidar la parte sur. La jefatura optó por mantener concentrada la columna
debido a que la situación operativa podía cambiar bruscamente en cualquier
momento. La espesura de los arbustos imposibilitaba la observación aérea y
terrestre. La vigilancia se haría en parejas y por un espacio de dos horas. EI
primer turno les correspondió a Rafael y Jorge.
Bajaron aproximadamente ochenta
metros y se ocultaron bajo la maleza. Desde allí podían controlar el movimiento
enemigo en la cumbre del Alto y en las elevaciones aledañas. Las tropas del ejército
se encontraban en San Isidro Labrador. Los soldados habían comenzado a quemar
las casas y los ranchos. Era lógico pensar que las unidades militares avanzarían
en dirección a Guarjila.
– Mirá, Jorge – dijo Rafael. Andá arriba e informarle
a Arnoldo la situación.
Jorge se arrastró unos
pocos metros hasta lograr salir de la maleza y velozmente corrió hasta donde
estaba el puesto de mando.
– Yo pienso que los hijos
de puta llegaron esta madrugada a San Isidro – señaló Jorge.
– ¿Hacia dónde se
dirigen? – preguntó Alejandro.
– Me imagino que van en
dirección al caserío EI Mojón – contestó Jorge.
– Mire, compa Arnoldo – intervino
Ruperto. De San Isidro también sale un camino que viene a dar a Las Flores.
Probablemente llegarán a Las Flores por ambos caminos.
Jorge regresó al puesto
de observación. A las ocho de la mañana se escuchó el primer tiroteo en
dirección de Las Flores. Todos pensaron que algún grupo de masas había chocado
con el enemigo, ya que solamente se oían las interminables ráfagas de los
invasores.
A los pocos minutos las
granadas de mortero 81 milimetros comenzaron caer en las cercanías. Luego vino
el silencio y la terrible espera. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Arnoldo
consiguió por fin comunicarse con otras unidades. Se trataba del destacamento
dos comandado el “Conejo” William. Las unidades del “Conejo” se encontraban
entre EI Mojón y Guarjila. La noticia alegró a medio mundo. En los alrededores
todo era silencio; tampoco se observaba movimiento del enemigo. Un guerrillero
llegó con la orden de abandonar inmediatamente el puesto de observación.
En el preciso momento en
que Jorge se paró para ir a buscar a Rafael, éste llegó corriendo e informó que
los soldados estaban a unos treinta metros de distancia. Casi volando subieron
la pendiente y llegaron a la cima. No habían transcurrido diez minutos cuando
las primeras granadas de M-79 hicieron impacto en la zona. Arnoldo ordenó de inmediato
retirarse del lugar. En cosa de segundos, la columna conducida por Rafael y Jorge
desapareció como por arte de magia.
Detrás se escuchaban las
granadas y las ráfagas de los fusiles automáticos. La situación había cambiado violentamente.
Al chocar un grupo de masas con el enemigo, éste ordenó a sus unidades, que
originalmente avanzaban en dirección a Guarjila, dirigirse a las elevaciones
aledañas a Las Flores, sin tener conocimiento que precisamente que en ese lugar
se encontraban escondidos algunos grupos guerrilleros. EI enemigo comenzó a
peinar los montes hasta chocar con el puesto de observación.
Habiéndose alejado lo suficiente
del peligro, Arnoldo ordenó detener la marcha para tratar de organizar mejor la
retirada. Los jefes tenían la intención de avanzar hasta la zona donde se
encontraba desplegado el destacamento dos. La situación en que se encontraban
era demasiado peligrosa como para ponerse a pensar mucho. EI enemigo podía encontrarse
en cualquier parte del valle situado entre la calle a Las Flores y EI Alto.
Los niños comenzaron a
inquietarse por la falta de alimento y por el intenso calor del mediodía. Para
no correr el riesgo de ser detectados por el llanto inesperado de algún cipote,
se repartió a los adultos media pastilla de diazepam
(valium) para asegurar el silencio de imberbes.
Buscaron mimetizarse con
el medio ambiente cubriendo los uniformes con hojas y arbustos característicos que
ofrecía la zona. Rompiendo camino continuaron la marcha. Uno de los niños se
resistía a los efectos tranquilizantes de la droga. Iba muy contento y risueño.
Parecía estar en “onda” o “Stoned”, como decía el bicho Frank, sólo sus pupilas
dilatadas delataban el estado en que se encontraba. Todos temían que en
cualquier momento soltara un grito de mariachi mexicano en la Praviana y delatara
la posición. Por el bien colectivo y el suyo propio, se le dio una pastilla
entera. Rápidamente cerró sus parpados y quedó profundamente dormido.
EI sol caía en vertical.
Las piernas temblaban por el esfuerzo realizado, el sudor bañaba los rostros
enrojecidos por el cansancio. El niño embobado por el estupefaciente colgaba en
la espada del padre, alejado químicamente del peligro que corría. Jorge temía
que en cualquier momento aparecieran los helicópteros. Ruperto anunció que
pronto cruzarían un camino. Al cabo de dos horas llegaron al lugar donde los
esperaba el “Conejo” de la suerte. EI jefe guerrillero apareció del monte con
su inconfundible boina negra. EI encuentro fue sellado con abrazos y risas de
alegría. Una guerrillera apodada la “Chalateca” reía a más no poder, dejando
entrever el espacio vacío donde otrora estaba alojado un incisivo. La falta del
diente delantero no le restaba nada a la belleza y hermosura de la jovencita.
Después del protocolo improvisado, continuaron la marcha en dirección a Los
Almendros. El “Conejo” William tomó la jefatura de la columna. Jorge se sintió
más tranquilo teniendo como jefe de la columna a un militar guerrillero de
verdad.
A lo lejos se escuchaban
estallidos de granadas de mortero 120. Al llegar a los Almendros, William
ordenó acampar. Las casas destruidas desde la ofensiva general de 1981 fueron
ocupadas por la población civil. EI destacamento dos continuó la marcha en
dirección a la finca Alemania.
Los Almendros habían sido
hace algunos años el campamento principal de la guerrilla. Allí se habían recibido
sesenta fusiles FAL un día antes del ataque al cuartel de Chalatenango, en el
mes de enero de 1981. Una patrulla de exploración había encontrado los cadáveres
de dos mujeres en los cafetales de la finca Alemania. Se trataba de una mujer
joven y su anciana madre. Ambos cuerpos estaban completamente mutilados.
Desnudos y cubiertos de sangre, los restos de las dos mujeres yacían a un lado
del camino, llenos de hormigas. Madre e hija habían saciado, forzosamente, los perversos
deseos sexuales de las hordas salvajes del batallón Jaguar. Estas dos mujeres
fueron las primeras víctimas que se reportaron durante la invasión.
Felipón había establecido
contacto con el “Conejo” William. Por orden del Comandante Diego, Felipón había
llegado desde los Gramales para hacerse cargo de la jefatura de las unidades
operativas que se encontraban en esa zona. Alejandro y Arnoldo se integraron al
mando provisional compuesto por William y Filepón.
Cuarto día de invasión
Jacinto[6] apareció con el resto de
la columna de la sección de logística y talleres, y durante el día se coció una
inmensa olla de frijoles y otra de maíz. La dirección subzonal del partido se hizo
responsable de las masas populares, es decir, las “montañas salvadoreñas”. Llegaron
rumores que desde Mirandilla y Platanares había llegado miel y pescado seco. También
llegó la noticia que los pobladores de EI Alto, Portillo del Norte y demás alrededores
habían logrado atravesar el lago-embalse de Suchitlán.
Quinto día de invasión
La estadía en Los
Almendros se volvió monótona. Jorge decidió subir al puesto de mando para
informarse de la situación general. Al verlo llegar, Alejandro, visiblemente molesto
por su presencia, le reclamó.
– ¿Qué estás haciendo
acá? Te dije que te quedaras allá abajo. ¡Andáte inmediatamente!
– Solamente vine a
informarme de lo que está sucediendo – contestó Jorge. ¡Abajo nadie sabe que putas
pasa!
– Ah, bueno. Pensé que venías
a quedarte acá...
– Nunca pensé quedarme acá
– respondió Jorge molesto.
Jorge quien era un
guerrillero de malas pulgas y además no tenía pelos en la lengua, respondió
brusco y con mala leche.
– Sentáte, pues. ¿Querés
un poco de miel?
– Bueno...
Felipón saludó a Jorge y
le ofreció un cigarrillo. Después de fumarse el “Delta” y saborear la dulce
miel de Guazapa, Jorge regresó a Los Almendros sin haber averiguado nada nuevo.
– ¿Qué dicen los
Comanches? – preguntó Franky.
– No me dijeron ni mierda
– gruñó Jorge.
Los bombardeos habían
dejado de estremecer los montes y las granadas de los morteros habían dejado de
ulular por los aires. Eso significaba que el enemigo se encontraba en la fase
de rastreo de los campamentos de La Montaña y La Laguna. De vez en cuando las
ametralladoras “punto cincuenta” enemigas disparaban en la oscuridad dejando
escapar grandes lengüetazos de fuego.
Sexto día de invasión
Por la tarde llegó un
mensaje de Felipón. Al atardecer se trasladarían a Los Ranchos y solamente la
población civil se quedaría en Los Almendros
Entrada la noche llegaron
al caserío. Las unidades se alojaron en las casas abandonadas de Los Ranchos. Jorge
se unió al personal de Talleres. Jacinto buscó una casa en las cercanías de la iglesia.
La misma donde las monjas Ita Ford y Maura Clark habían trabajado abnegadamente
con los pobladores.
Séptimo día de invasión
La Comandancia ordenó tender
una emboscada a la altura de Guarjila. AI parecer tenía la información que una
compañía enemiga se desplazaría de San José Las Flores hacia Guarjila. Todo
indicaba que el enemigo se encontraba en la fase de retirada.
Por la mañana, las
escuadras del destacamento dos, reforzadas con el pelotón de armas de apoyo, se
dirigieron a ocupar sus posiciones de combate. A las doce del mediodía se divisó
la vanguardia enemiga. Venían en dos columnas, una a cada lado de la calle. Los
soldados empuñaban los fusiles con nerviosismo, girando constantemente la
cabeza en todas las direcciones. A la una de la tarde se abrió fuego sobre la
avanzada militar. Segundos después estallaron las minas vietnamitas. EI combate
duró apenas media hora.
Las primeras escuadras llegaron
a Los Ranchos dos horas más tarde. Para algunos guerrilleros la emboscada había
sido un éxito. Pero al parecer, Frank y Rafael no estaban conformes con el
desarrollo del combate.
– ¡Vale verga! – decía Franky.
Fíjese Jorge, que los teníamos bien cerquita a los cabrones, cuando a un cabrón
se le aguadó la caca y comenzó a disparar. Entonces los soldados se desplegaron
y comenzaron a rodearnos. ¡Vale verga! ¡Vale verga! – repetía Franky moviendo con
incredulidad su cabeza.
– ¿Pero le hicieron bajas
al enemigo? – preguntó Jorge.
– Yo creo que sí – respondió
Rafael al tiempo que chupaba el cigarro.
Un helicóptero artillado
se apresuró a transportar a cuatro soldados heridos y a un muerto. Por parte de
la guerrilla, se reportó la caída de un combatiente. Felipón, Alejandro, Marito
y Arnoldo se dirigieron a Los Gramales a reunirse con el mando estratégico. A
la media hora de haberse marchado, se escucharon las primeras explosiones de
morteros. En Los Ranchos los combatientes se prepararon para un eventual
bombardeo. Pero las granadas del fuego artillero volaban en otra dirección.
AI atardecer William dio
la orden de prepararse para la marcha nocturna. A las seis y media de la tarde,
la columna guerrillera se dirigió rumbo al Alto. EI primer descanso lo hicieron
en las cercanías del campamento.
Octavo día de invasión
A la una de la mañana
pasaron de largo por EI Alto. La marcha continuaba en dirección al Portillo del
Norte. William quería aprovechar la noche para alejarse del lugar donde habían
emboscado al enemigo.
Eran las siete de la mañana
y aún se encontraban caminando. EI Portillo del Norte había quedado atrás hacía
dos horas. William ordenó salirse de la vereda evitando así ser detectados por
el enemigo. La retaguardia se encargó de borrar las huellas, ornamentando el “trillo[7]” que decenas de pisadas
habían producido. El lugar escogido por el jefe guerrillero era ideal para
pasar desapercibido durante varios días. Los laberintos de zarza impedían
caminar de pie en algunos lugares. Los guerrilleros cansados, cayeron como
piedras en el suelo húmedo del monte. Después de catorce horas de caminata se
encontraban a diez kilómetros de distancia de San Antonio Los Ranchos. Los
Amates orillaban abajo con las aguas del Sumpul.
EI disparo repentino
despertó a todos los guerrilleros. Un joven guerrillero visiblemente asustado
había olvidado ponerle el seguro al FAL. EI fusil se había resbalado unos pocos
centímetros, pero los suficientes como para activar el mecanismo de disparo.
Afortunadamente no hubo ningun accidente que lamentar. El “Conejo” le quitó el
arma y se la entregó a otro guerrillero, castigando así la imprudencia del
combatiente. Era muy difícil que el enemigo detectara un disparo aislado en ese
inmenso mar de arbustos plagado de espinas cortantes y hormigas gigantes. Franky,
con su humor característico, decía que era más facil detectar la procedencia de
un pedo en el cine Modelo[8], a la una de la tarde, que
averiguar de donde había salido el proyectil “7 punto 62” milímetros del viejo
FAL belga.
Después de la
interrupción todos volvieron a dormirse.
Noveno día de invasión
EI alba los sorprendió
tendidos bajo el techo verde de la vegetación salvaje. Jorge, quien había
asumido las funciones de radio-operador, trataba de interceptar las
comunicaciones del enemigo, que se encontraba acampado en Los Amates. EI capitán
de la compañía reportaba la falta de alimentos. EI mando militar en Chalatenango
prometía enviar por helicóptero las raciones operativas. La moral combativa de los
soldados comenzaba a disminuir. Después de las cinco de la tarde ningún soldado
se atrevía a moverse ni siquiera un centímetro en el terreno. Se quedaban acampados
precisamente en el lugar donde el crepúsculo los obligaba a detener su avance,
ya que eI miedo a ser emboscados, de pisar un cazabobos o a caminar en la
noche, les crespaba los pelos de la nuca e incluso los del chiquirín. La tensión de sentirse en territorio guerrillero influía
negativamente en la mente del soldado, reduciéndose enormemente su capacidad táctico-operativa
e iniciativa. Los oficiales sabían por experiencia que en los montes se encontraban
los guerrilleros, pero ¿cómo lograr mover a su tropa y peinar paImo a palmo el
terreno? ¿Cómo elevar la moral combativa de sus unidades? En la fase en que se
encontraba el operativo militar, el bombardeo de los Fouga Magister y de los A-37
resultaba tan inocuo como querer cazar perdíces con cañones. Los morteros 120 milímetros
eran también inofensivos, puesto que la guerrilla estaba dispersa en todo el
teatro de operaciones. Era como buscar una aguja en un pajar.
También los guerrilleros
se habían quedado sin vitualla, pero nadie protestaba por eso.
EI mando militar había ordenado
peinar las aIturas de EI Alto y los alrededores, pero eI rastreo nunca se llevó
a cabo. Las compañías invasoras ubicadas en la región oriental y suroriental
del departamento comenzaron a replegarse escalonadamente. Prácticamente al
noveno día, la invasión había concluído.
El“Conejo” William esperó
el atardecer para trasladarse nuevamente con el destacamento dos a Los
Almendros. Esta vez caminaron por las faldas de EI Alto hasta llegar al caserío
EI Mojón, situado a pocos kilómetros de Los Almendros. Allí pasaron la noche.
Por la mañana llegó otra
columna guerrillera conducida por Alejandro y Arnoldo. Se trataba del personal
de varias secciones del Estado Mayor.
– ¿Como les fue a
ustedes? – pregunto Alejandro.
– Sin ningún problema – contestó
Jorge. ¿Y a ustedes?
– ¡A nosotros nos llevó
putasl – exclamó Alejandro. Cuando llegamos a los Gramales después de la emboscada,
el enemigo parece que había detectado nuestra posición, pues comenzó a
morterear.
– ¡A la puta! Era a ustedes que mortereaban – intervino
Jorge. A mí me extrañó mucho que no morterearan Los Ranchos...
Según las informaciones del
mando guerrillero, el enemigo aún se encontraba en la fase del repliegue. Esa
noche cocinaron una gallina que había sido sorprendida durmiendo en una mata de
morro. La tensión y el nerviosismo habían desaparecido de los rostros. Los
chistes florecían y las experiencias vividas pasaban a formar parte del
inagotable repertorio anecdótico guerrillero, enriquecido con variadas
historias. Nadie mencionaba la muerte ni los sacrificios ni el hambre. La
alegría de haber derrotado nuevamente al enemigo y de estar vivo era lo
principal en esos momentos. No importaba si esa alegría durara un minuto, tal
vez un día o acaso un mes. Todos sabían que la guerra continuaría con más furia
y más crueldad.
Décimo día
La patrulla de exploración
integrada por Luisón, un especialista en explosivos, Alejandro, Jorge, Arnoldo
y cuatro combatientes de las UV partió rumbo a La Laguna. Al llegar a los
alrededores de las Huertas, Luisón se adelantó para desactivar cualquier carga
explosiva que el enemigo hubiera dejado oculta. EI caserío se encontraba límpio
de cazabobos.
Alejandro ordenó a Luisón
explorar el campamento del puesto de mando estratégico de la guerrilla. Luisón
regresó después de una hora con la noticia que todo estaba normal. Alejandro se
comunicó con la Comandancia por medio del YAESU. Al parecer, los Comandantes se
encontraban en las cercanías, pues rápidamente llegaron a las Huertas.
Alejandro y Jorge se
dirigieron a Los Naranjos. En la vereda que conducía de Las Huertas a La Laguna
encontraron tierra removida y pensaron que podría tratarse de alguna mina.
Posteriormente se supo
que el ejército había asesinado a una pobladora de La Laguna, quien debido a la
elefantiasis que padecía, se había quedado escondida en la “cueva de los murciélagos”.
A los salvajes soldados
no les conmovió ver las piernas inflamadas de la pobre mujer. La gente de masas
le había dado cristiana sepultura horas antes.
Ese era el montículo de
tierra removida que habían encontrado en la vereda.
Décimo primer día
La vida continuó como
corriente inagotable de agua en la montaña. Los pobladores levantaban nuevamente
los ranchitos de las cenizas y los escombros. Los fogones volvían a arder
calentando con fuego de leña seca los comales ennegrecidos por el hollín. Las
ollas escondidas en los tatús volvieron a recibir en sus vientres los granos de
maíz y frijoles. Las laboriosas mujeres golpeaban graciosamente la harina de
maíz entre sus manos dándole forma a la masa y arrojando diestramente las tortillas
al comal. La cintura rítmica que se movía al compás de la nueva vida, las manos
que se aferraban a la piedra que molía el nixtamal, la frenta adornada con un
listón rojo, los ojos dulces preñados de esperanza, la risa límpia que brotaba
de los labios canela de la mujer salvadoreña era el sello victorioso con que
quedaba estampada la invasión enemiga.
Once batallones élites,
tres de ellos a lo largo de la frontera con Honduras, no fueron capaces de
detener el torrente libertario del frente norte Apolinario Serrano.
La casa-cuartel de la
sección política había quedado intacta. Los tatús no habían sido encontrados
por el enemigo y Jorge recibió nuevamente un M16. La tercera invasión en el transcurso del año era ya parte de la historia.
El amanecer sorprendió a Jorge haciendo guardia en Los Naranjos. Nunca antes había visto tan de cerca el amanecer. Era el décimo segundo día...y había que levantar la tropa para seguir empujando el sol....
German llegó acompañado
de Medardo, Joaquín “Treinta”y Marvin para reunirse con Bernardo.
Bernardo, un joven
Comandante, había llegado al frente Norte hacía un par de semanas. Como jefe de
la sección de operaciones, tenía la tarea de coordinar el trabajo de los
destacamentos guerrilleros. En realidad Bernardo era, de facto, el jefe del
primer batallón de unidades de vanguardia. Sin embargo la Comandancia evitaba
que se diera a conocer oficialmente la noticia. AI parecer se trataba de un
secreto militar, pero en La Laguna muchos guerrilleros sabían o intuían la
función que desempeñaba el joven guerrillero, de quien se decía era el brazo
derecho del Comandante Marcial.
A Bernardo aún se le
notaban las libras de sobrepeso. Todavía no vestía a la moda guerrillera. EI “walkman”
del Comandante causó gran revuelo en la sección política y logística, sobre
todo entre Jacinto y Jorge, quienes se turnaban para escuchar “EI Rabo de Nube”
y “Dias y Flores” de Silvio Rodriguez. Aunque por falta de música nadie se
quejaba en las secciones. Había un surtido de cassettes. Desde Credence
Clearwater Revival, Willie Colon y Ruben Blades hasta los Alegres del Teran con
sus rancheras mexicanas.
Al terminar la reunión,
la compañera cocinera sirvió la comida y German comenzó a contar las aventuras
vividas durante la invasión. Parecía uno de los jóvenes del Decamerón y cual Pánfilo,
narró aquella noche la aventura guerrillera, donde él y sus compañeros de armas
demostraron la astucia e inteligencia de los guerrilleros del Frente Apolinario
Serrano.
“...El pelotón de Medardo
fue el primero en chocar con el enemigo. Las unidades élites del Atlacatl y
Ramón Belloso avanzaron desde el caserío las Pacayas en dirección a la
Hacienda. EI batallón Sierpes desplegó sus compañías en la zona de la Montañita,
donde se encontraba Ramón al mando de la columna guerrillera número uno. Medardo
se replegó a las faldas del Volcancillo. Fuertes combates se entablaron durante
todo ese día.
Las columnas guerrilleras
contuvieron el avance enemigo en la Montañita, mientras las unidades de
vanguardia del destacamento uno entablaron combate con los batalIones Atlacatl
y Belloso en las faldas del Volcancillo.
AI siguiente día, German
se replegó a la Burrera, al tiempo que Ramón hizo lo mismo en dirección a
Comalapa. Por la noche la columna guerrillera recibió la orden de la
Comandancia de replegarse a la subzona tres. Por su parte las UV salieron del teatro
de operaciones en dirección a la subzona dos. EI enemigo se percató del
movimiento guerrillero. Ramón logró romper esa noche el cerco operativo sin necesidad
de chocar con las fuerzas invasoras. Mientras German en lugar de avanzar hacia
el Conacaste como lo había ordenado la Comandancia, decidió dirigirse a Ojos de
Agua, sabiendo que a esas alturas la región estaría plagada de soldados. Pero
era de noche y estaban en “su montaña”, y conocido es que la noche en la
montaña siempre es guerrillera.
Lencho, quien también se
encontraba junto con el destacamento uno, estuvo de acuerdo con el jefe
guerrillero. Para aprovechar al máximo el tiempo con que contaban, emprendieron
la marcha utilizando la calle de tierra que unía EI Zapotal con Ojos de Agua y
el Carrizal. EI mando enemigo jamás se hubiera imaginado que los guerrilleros
optarían por esa salida aparentemente descabellada. Sin embargo, fueron las circunstancias
en el terreno que obligaron a German a tomar esa decisión. Dirigirse al
Conacaste significaba moverse en la dirección que el enemigo deseaba para
asestar el golpe final. Las tropas hondureñas servirían como “yunque”, mientras
las tropas élites fungirian como el “martillo”. EI cerco operativo tendido en
la subzona dos, comprendía las direcciones principales de fuego: Nueva
Trinidad, San José Las Flores, Las Vueltas, los cerros Talzate y La Bola, Ojos
de Agua y EI Coyolar.
Las elevaciones cercanas
a Ojos de Agua habían sido ocupadas por el enemigo al atardecer.
La columna guerrillera de
German avanzaba lentamente por la calle, mientras los soldados apostados en los
cerros ignoraban que el desplazamiento que se estaba llevando a cabo frente a
sus narices, era el de los guerrilleros. La madrugada sorprendió a German en
las afueras del Carrizal. AI otro lado del Sumpul las tropas catrachas cavaban
trincheras a lo largo de la frontera natural. Era evidente que el ejército
hondureño se había percatado del movimiento militar al lado salvadore ño. Lo
que los oficiales catrachos no podían saber, era que se trataba de un
movimiento de la guerrilla y no del ejército guanaco como ellos tranquilamente
suponían.
Betty, quien estaba a
cargo del abastecimiento logístico del destacamento uno era la única que no
vestía verde olivo y através de ese descuido los observadores se dieron cuenta
que se trataba de fuerzas guerrilleras. La voz de alarma cundió dentro de la
tropa y los soldados hondureños corrieron a tomar sus FALES.
German continúo la marcha
en dirección a Vainillas. La intención original del jefe guerrillero era de
replegarse a la subzona tres, que de acuerdo a la informacion de Ramón, se
encontraba límpia de soldados.
Al cabo de una hora los
helicópteros Huey comenzaron a desembarcar tropa a la altura del caserío Los
Prados. EI mando catracho informó por radio del desplazamiento guerrillero. A
la sazón, el destacamento uno se encontraba en las cercanías de la quebrada
Honda, entre Vainillas y Los Prados. Analizando la situación operativa, German
comprendió que no podía continuar por la misma ruta. Descubiertos ya por el
enemigo, el factor sorpresa se había perdido. Reunió a los jefes de pelotón y
junto con Lencho les explicó el plan de emergencia. Esperarían el atardecer
para regresar de nuevo al Volcancillo. Si la decisión en la víspera había sido aventurera,
ahora parecía ilógica e irracional. Sin embargo, el jefe guerrillero, siguiendo
la consigna de Danton, actuaba con mucha astucia. Hay momentos en la guerra que
predomina el instinto guerrero aprendido en muchos años de enfrentar al
enemigo. German era probablemente el mejor militar operativo dentro de las
Fuerzas Armadas Populares de Liberación Farabundo Martí.
Todos los combatientes del
destacamento uno eran la flor y nata de las FAPL. Conocían el comportamiento
enemigo y su forma de actuar en las invasiones. Al anochecer la vanguardia se
encontraba en los bajos del Volcancillo. Una escuadra del pelotón dos fue
enviada a explorar el terreno. A las doce de la noche el destacamento uno se
encontraba nuevamente ocupando los mismos campamentos abandonados el día
anterior. German desplegó los pelotones. Al siguiente día, el pelotón tres
detectó fuerzas enemigas en la Hacienda. Sin esperar comunicarse con el mando,
Medardo, otro gran combatiente, ordenó a sus unidades emboscarse en las faldas del
Volcancillo. El lugar escogido ofrecía todas las condiciones para una emboscada
de aniquilamiento. La vereda que conducía de la Hacienda al interior de la
montaña atravesaba un paso muy estrecho.
A un lado las empinadas
faldas del Volcancillo y al otro lado un cerro cubierto de pinos. Los soldados
del Ramón Belloso entraron tranquilamente a la emboscada, ignorando que en
pocos segundos les saludaría la muerte. Lo menos que esperaban en esos terrenos
era la presencia guerrillera. Según ellos, los subversivos se encontraban huyendo
por los montes. EI primer soldado que cayó abatido por las ráfagas de los M 16
fue el que cargaba en sus hombros el cañón 90 mm sin retroceso. Tal fue la
sorpresa que no les dio tiempo de reaccionar. La lluvia de proyectiles cayó implacable
destrozando las ramas de los guayabos y la carne viva del enemigo. En cosa de
minutos el combate se había decidido. Medardo ordenó lanzarse al asalto. Las
armas recuperadas superaban la veintena. Una parte de la sección enemiga huyó despavorida,
lanzándose por los barrancos y olvidando en la desesperación, todo lo aprendido
en Palmerola[9].
De allí en adelante el curso de la invasión cambiaría bruscamente. Conviviendo
en el corazón de la montaña con las fuerzas invasoras se neutralizó la
artillería y la Fuerza Aérea..."
La decisión de German, a
pesar del riesgo que corrió, había sido correcta. EI éxito en los combates le
dio la razón al experimentado jefe guerrillero. No solamente mantuvo intacta su
fuerza, sino que además golpeó fuertemente las tropas élites del ejército
salvadoreño. A pesar de todo, la Comandancia guerrillera criticó fuertemente la
decisión de German.
EI repliegue de las
fuerzas invasoras estuvo influenciada fundamentalmente por la actitud ofensiva
de las unidades de vanguardia en la Montaña.
De una situación de
defensa, German contraatacó al enemigo precisamente en el lugar menos esperado,
contribuyendo a cambiar brúscamente el carácter de las acciones. EI enemigo se
vio obligado a pasar de la ofensiva a la defensiva táctico-operativa.
La operación de “yunke y
martillo”, costosa por la cantidad de medios y fuerzas utilizados, demostró en
el plano militar, la incapacidad del alto mando militar salvadoreño de derrotar
a las Fuerzas Armadas Populares de Liberación Farabundo Martí en Chalatenango.
EI tiempo transcurrido en
la montaña había dejado sus imborrables huellas en la conciencia y memoria de Jorge.
Las experiencias vividas, las tristezas acumuladas, la falta de atención
partidaria , la soledad compartida en silencio, la alegría disfrutada, las
victorias celebradas, las decepciones sufridas, todo formaba parte del gran
tesoro que guardaba en el rincón más recóndito y querido de su ser. Afuera se
encontraban Ias verdes paredes de esa gigantesca universidad de la vida: La
montaña chalateca, hermosa maestra tendida en su lecho de hierba y musgo.
[1] Cipitío: Personaje de la mitología salvadoreña. Del náhuatl tsipit, pequeño. Aparición con forma de
enano cabezón que enamora a las mujeres casadas arrojando piedras a los techos.
[4] Movimiento Estudiantil Revolucionario Salvadoreño: Frente estudiantil
influenciado por las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí integrado
al BPR.
[6] Julio Molina, compañero de Sandra Villatoro, “Rubenia”. Trabajaba en la
sección de Logística (Abastecimiento y Servicios) y Talleres.
[8] El Cine Modelo: Famosa sala de cine en la capital salvadoreña, ubicada en el
barrio popular de Santa Anita.
Hola Hermano
ResponderEliminarAprovecho este espacio para agradecerte por compartir tu libro por este medio, ya que aveces no contamos con los medios para comprarlos.
Me gusta mucho tu Libro. Es interesante leer tu mirada del conflicto armado en primera persona. Es enriquecedor y sirve de mucho para los que como yo, no participamos de la guerra civil salvadoreña pero nos sentimos identificados con los movimientos revolucionarios.
Un saludo fraterno desde El Salvador y ojala nunca pierdas el interés por actualizar este espacio.
Adelante!!
Se agradecen los comentarios. Ese es nuestro proposito: continuar en la trinchera de las ideas. Saludos
ResponderEliminarSe agradecen los comentarios. Ese es nuestro proposito: continuar en la trinchera de las ideas. Saludos
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