domingo, 9 de septiembre de 2012

Cerca del amanecer....2

III. La Troncal del norte

–iPupusas de chicharrón y de queso! ¡Tamalitos de elote! ¡La horchata bien helada! Las vendedoras ambulantes corrían desesperadas tras el ómnibus que buscando la vera deI camino frenaba lentamente. Había que estar listo para vender rápidamente las típicas golosinas. La competencia aumentaba día tras día; niños, mujeres y hombres esperaban emboscados a lo largo de la carretera al acecho del transporte interdepartemental.
Jorge trataba en vano de bajarse del bus, las exorbitantes nalgas de una mujer le impedían avanzar en dirección a la puerta. "... permítame señora, tengo que bajarme... disculpe, no fue mi intención..."
Por fin y después de batallar obstinadamente esquivando codos, senos y grasientos traseros, Jorge logró bajarse.
El sudor le corría por la frente; semidesnudo y con el maletín en las manos se retiró de los mercaderes y buscó la sombra de un amate.
– Miren compas, aquí vamos a esperar la otra camioneta – dijo la guerrillera responsable del traslado de Jorge y dos jóvenes más, una muchacha y un muchacho.
Jorge se percató deI comportamiento sereno de los dos guerrilleros, no así el de una tercera mujer. Parecía intranquila y constantemente observaba el reloj. Para matar un poco el tiempo, sacó el diario “El Mundo” y se sentó sobre una piedra.
“…el General Guillermo García afirma que Radio Venceremos fue destruida por unidades del batallón Atlacatl en la reciente operación de yunque y martillo desarrollada en el norte de Morazán..., así como la recuperación de numeroso armamento que los terroristas guardaban en depósitos subterráneos conocidos como tatús, afirmó el Ministro de Defensa. Dijo además que no descarta la posibilidad que la mencionada radio terrorista vuelva a transmitir, ya que la emisora central se encuentra en Nicaragua..."
“…según el Departamento de Estado, la guerrilla salvadoreña está condenada al fracaso, tomando en cuenta que la topografía de EI Salvador no ofrece las condiciones para una guerra popular y prolongada…” “De acuerdo a las experiencias en la guerra de Viet Nam, dijo el vocero norteamericano, las guerrillas comunistas salvadoreñas son apoyadas logísticamente por los sandino–comunistas." "EI comunismo internacional intenta imponer regímenes totalitarios en Centroamérica y el Caribe. El gobierno de los Estados Unidos no escatimará esfuerzo alguno para evitar una nueva Nicaragua...."
– ¡Yanquis de mierda! – pensó Jorge. ¡La famosa teoría deI dominó!
"...la señorita Estefanía de Hoffmann regresó el día de ayer de Tampa, Florida, donde pasó unas merecidas vacaciones. Por tal motivo, familiares y amigos expresaron su alegría con una linda y simpática fiesta en la hacienda de su padre…” ”...EI ingeniero Rigoberto López contrajo matrimonio con la señorita Eugenia Palomo Hill, la ceremonia se llevó a cabo en la capilla Sagrado Corazón de Jesús de la colonia San Benito…” “...Este día viajarán al balneario mexicano de Cancún, donde gozarán de su luna de miel..."
– Otro pequeñoburgués metiéndose en la High Society. En resumidas cuentas ¡Mafalda sigue siendo lo mejor! – comentó
Guardó el periódico y encendió un cigarrillo en el mismo instante que el ómnibus esperado aparecía en la carretera. Carmen indicó con un movimiento de cabeza que había que prepararse para abordar el vehículo. Arrojó el recién encendido Marlboro al suelo. ¡Que importaba un cigarrillo de menos! Total, tenía un paquete entero en el maletín.
Tal como se esperaba, la camioneta reventaba de pasajeros. Tomando en cuenta los que colgaban de las puertas, el enjambre humano lo conformaban setenta y tantas personas. Sólo un milagro permitiría la entrada de cinco nuevos pasajeros.
Como por arte de magia, se encontraron los cinco repartidos por todo el bus.
Solamente existían dos posibilidades: o los japoneses habían inventado las camionetas de hule o los salvadoreños tenían el cuerpo más elástico que chicles Adams. Jorge se quedó con la segunda.
A medida que se alejaban de la capital, cambiaba el paisaje deI terreno. Jorge tuvo que inclinarse un poco para ver lo que sucedía afuera. El ómnibus había parado en un retén militar. Los uniformados rodearon el vehículo: el sargento se puso a conversar con el chofer, mientras los soldados miraban curiosamente el interior del bus. Se encontraban en territorio en guerra. Los retenes se fueron sucediendo a lo largo de la carretera troncal deI norte. EI control era selectivo. Algunos automóviles particulares eran detenidos y minuciosamente registrados por los militares. Jorge comprendió entonces la situación en que se encontraba: por su apariencia podría pasar por un periodista extranjero colaborador de la guerrilla. Bastaba que se le ocurriera a un soldadito bajar a todos los pasajeros para encontrarse en serias dificultades. Jorge no tenía una leyenda coherente para tal eventualidad.
Entre los pensamientos y retenes había tan poco espacio que prefirió dejar su destino en manos de la diosa Fortuna. Los uniformados se hacían cómplices inconscientes de la subversión salvadoreña, al dejar pasar tranquilamente la camioneta. Por fin y después de algunas horas de viajar, Carmen dio la señal de bajarse del bus. El motorista, que durante el viaje había observado detenidamente a Jorge, conversaba ahora muy amenamente con una mujer morena y de proporcionado cuerpo.

IV. La montañita

La carretera se encontraba vacía. Rápidamente bajaron los cuatro; Carmen aguardó hasta que el bus continuó la marcha para dar la orden de correr. Jorge, ni corto ni perezoso, puso pies en polvorosa y alcanzó a Carmen en la delantera. Aunque los zapatos le apretaban fuertemente, continuó corriendo. No comprendía lo que estaba pasando ni se preocupaba de preguntar. EI terreno estaba desierto, no se veía ni un alma a doscientos metros; instintivamente comprendió que era necesario alejarse lo antes posible de aquel lugar. Después de haber corrido cien metros, Carmen se detuvo junto al cerco de piedra que servía de límite entre potrero y potrero.
– Aquí tenemos que esperar – dijo Carmen, preguntando la hora.
– ¡Las cinco y media! – respondió Jorge.
Habían llegado treinta minutos atrasados al encuentro.
Probablemente los compas se han retirado un poco mas arriba – comentó Carmen. De todas maneras acá, tenemos que esperar – exclamó.
Comenzaba a oscurecer; los cuatro insistían en ver los relojes; el tiempo pasaba y los compas no aparecían. EI nerviosismo se había transformado en histeria. La mujer que acompañaba a Carmen en la misión obviamente perdía el control a medida que oscurecía. A lo lejos, una mancha de pericos apareció como nube verde, alada y bulliciosa. En el horizonte los débiles rayos anaranjaban la campiña chalateca.
– ¿Qué haremos en el caso que los compas no regresen? – preguntó Jorge a Carmen.
– No sé.
– Yo creo que no es conveniente que nos quedemos en este lugar – insistió Jorge. ¿Alguno de ustedes conoce bien el terreno?
– Yo – contestó Carmen. EI problema es que no sabemos lo que ha ocurrido. Normalmente, ya tendrían que haber llegado los compas. A lo mejor el enemigo esta emboscado....
– ¿Qué piensas tú?– preguntó Jorge al compañero que con ambas manos se frotaba la rodilla derecha.
– Yo pienso que lo mejor es retirarnos de este lugar. Si vos conoces el camino – se dirigió a Carmen – tal vez los encontramos más adelante.
– ¡Ay, Carmen, vámonos rápido de aquí! ¡Si el enemigo nos agarra nos mata! – gritaba fuera de sí la mujer.
– Bueno, vámonos – ordenó Carmen.
– Espera un momentito, me voy a poner las botas – dijo Jorge.
– ¡Apuráte pues! Mirá que tenemos que aprovechar que aún está claro, si nos agarra la noche acá nos caga el diablo – murmuró la compañera histérica.
Ya era de noche cuando llegaron a un potrero ardiendo.
– ¡Qué raro! – exclamó Carmen. Esto me huele feo.
Jorge había tranquilizado sus nervios, la noche actuaba como sedante en el grupo. La oscuridad dificultaba la marcha: Jorge tropezaba constantemente con las piedras del camino; el cuero virgen de las botas se aferraba fieramente a la piel magullada de sus dedos. Nada de eso había leído en los manuales de marxismo–leninismo, EI peso del maletín debilitaba paulatinamente los músculos, los hombros agotados soportaban estoicos el esfuerzo. Los 18 kilos se habían multiplicado como por arte de magia.
“…no se habrá equivocado el Che" meditaba Jorge, sintiendo desfallecer el cuerpo por la inmisericordia de los tres kilitos de sobrepeso…”
La filosofía era incapaz de ayudarlo en esos momentos, lo único que deseaba era llegar lo más rápido posible al campamento.
– Esperen un momento acá – ordenó Carmen.
Jorge cayó como saco de papas en el camino, sin importarle las piedras que le magullaban los glúteos. Deseaba descansar y solamente descansar. Colocó el maletín a modo de almohada y extendió las agotadas piernas; la sed le quemaba la garganta. EI agua brillaba por su ausencia.
– ¿Quieren fumar? – preguntó Jorge extendiendo la cajetilla de cigarrillos.
– Gracias compa, yo no fumo – contestó una de las guerrilleras.
– ¿Y tú? –insistió Jorge dirigiéndose al joven de la rodilla adolorida.
– ¡Dame uno pues!
– Bueno y ahora qué haremos en el caso que no encontremos a los a los compas – cuestionó Jorge – conteniendo la bocanada de humo en los bronquios.
– No te preocupes – contestó el guerrillero, aquí ya nada nos puede pasar. ¿Parece que vos solamente en la “metro[1]” has trabajado?
– Si– respondió Jorge un tanto avergonzado.
– ¿Cual es tu seudónimo? – preguntó la guerrillera.
–Jorge.
– ¿Y el tuyo?
– Irma.
– EI mio es Juan[2] – contestó el guerrillero, sin esperar la pregunta. Mirá compa, cuando fumes en la montaña debes de colocar el cigarro siempre hacia abajo y cubrirlo con la mano – recomendó. ¿No ves que la brasa se puede ver desde lejos? Al principio – continuó hablando –cuesta mucho adaptarse a la vida en la montaña, pero con el tiempo uno se acostumbra.
– Por suerte tenemos luna llena – intervino Irma.
– ¿Quieres otro cigarrillo?
– No gracias.
Jorge tenia curiosidad par conocer los múltiples secretos de la montaña, pero no se atrevía a preguntar.
– Si continuamos a este paso, pronto llegaremos al campamento – comentó Irma.
– ¿Ya estamos cerca? – preguntó Jorge deseando obtener una respuesta afirmativa.
– Aun falta bastante – respondió Irma.
Observando las estrellas, Jorge recordó su primer trabajo remunerado. Recién egresado de bachiller encontró la oportunidad de impartir la materia de cosmografía en una escuela nocturna. Los adultos, todos ellos trabajadores, puntualmente esperaban al joven maestro con los cuadernos sobre los pupitres, con los rostros cubiertos por la desconfianza y la irónica sonrisa oculta tras bigotes quemados por la nicotina. Jorge había ocultado la maligna idea de elaborar una prueba llena de dificultades para los próximos exámenes trimestrales. La clase trabajadora, consciente de la tormenta que se aproximaba cargada de fórmulas para medir la distancia de la tierra a la luna, de radios terrestres, de teoremas y axiomas matemáticos, resolvió el pequeño problema boicoteando el examen trimestral de cosmografía. Frustrado y triste, Jorge se dirigió a la dirección de la escuela a reportar lo sucedido. Ese día terminó la fugaz carrera de maestro. Desapareció como meteorito describiendo una elipse en las aulas de la pequeña escuela nocturna. EI estudiantado obrero había logrado su objetivo. Jorge no supo nunca si el fracaso se debió a sus pocas dotes de pedagogo o al poco entusiasmo de los alumnos por las cosas celestiales. Le resultó más cómodo creer en lo segundo.
Los ruidos provenientes de la oscuridad despertaron a Jorge. Carmen apareció de repente, seguida de Irma.
– Vámonos inmediatamente de aquí – ordenó Carmen, levemente agitada.
– Los compas no están en el campamento – exclamó Irma, más nerviosa que de costumbre.
Se refería a un campamento periférico en las faldas de la montaña.
– El rancho esta en llamas – dijo Carmen. ¡Seguro que el enemigo le dio fuego!
Carmen avanzó a zancadas dejando rápidamente atrás a los tres guerrilleros. Jorge colocó el maletín sobre su espalda tomando la correa con ambas manos por encima de la cabeza. Haciendo el máximo de esfuerzos logró alcanzar a Carmen.
A Juan le molestaban los meniscos. A cada rato se detenía para frotarse la parte adolorida.
– ¡Alto! – dijo Carmen. Creo que viene bajando gente por el camino.
Jorge aprovechó la oportunidad para tirarse al suelo y poder descansar unos minutos. Cuando los pasos se escucharon en la cercanía, Carmen gritó: "¿Francisco sos vos?"
– Sí– respondieron detrás de los arbustos.
– Puta, yo pensé que ya no llegarían – dijo Carmen. ¿Qué pasó con el rancho?
– No jodás – contestó Francisco, colocando la culata deI viejo FAL en el suelo. El enemigo nos atacó hoy en la tarde, por eso no pudimos recibirlos allá abajo. Tuvieron suerte, pues el enemigo estuvo hasta las cinco de la tarde por esos lugares.
– Vale verga – masculló Juan.
– ¿Quieren comer pan? – preguntó Carmen dirigiéndose a los guerrilleros recién llegados. Los cuatro asaltaron a Carmen en busca de cigarrillos y golosinas.
– ¿No trajiste cigarros?–
– ¿Compraste semita[3]?–
Carmen partió ocho pedazos y repartió el maná entre los hambrientos de la montaña.
– ¿Quieren fumar compas? – preguntó Jorge.
– La preguntita le compro – comentó uno de los guerrilleros.
Jorge sacó una cajetilla y se la entregó a Francisco que parecía ser el jefe.
Los cigarrillos sucumbieron en segundos frente a la voracidad pulmonar guerrillera. Francisco regresó la cajetilla casi vacía a Jorge.
– ¡Quédate con ella!
– ¿En serio compa?
– ¡Claro!
– Puta compa ¡gracias!
Durante varios minutos de descanso, Carmen y Francisco conversaron a pocos metros del resto del grupo.
– Bueno compas, levántense – ordenó Francisco. ¡Chepe, Gaspar! En la retaguardia.
Jorge cometió el gravísimo error de seguir a Francisco en la marcha ascendente.
– ¿Ya vamos a llegar compa?– preguntaba preocupado Jorge, sintiendo que se partía en dos.
– Ya mero llegamos – murmuraba Francisco.
Las cimas de los cerros se sucedían continuamente y el bendito campamento guerrillero nunca aparecía.
"...tengo que hacerle huevo, comentaba en voz baja Jorge..."
– Descansemos un rato – dijo Francisco.
A Jorge lo había salvado la campana. Los deseos de fumar se habían esfumado hacía ya varios minutos y no había parte deI cuerpo que no le doliera. A los pocos minutos llegó el resto de la columna.
– Mira Francisco – dijo Carmen, el compañero Juan viene bien jodido de la rodilla.
– ¿Como te sentís? – preguntó Francisco.
– Mas o menos. Me duele un poco, pero si querés, podemos seguir. Dicho esto, Juan se puso de pie y espero la orden de Francisco.
Por fin y después de vencer “cualquier cantidad” de lomas y lomitas, llegaron al campamento guerrillero.
– Francisco – dijo una voz femenina –Daniel te está esperando. ¡Ustedes cuatro, vengan conmigo! De seguro que tienen hambre.
– Yo lo que tengo es sed – manifestó Jorge.
– Allí en la cocina te van a dar agua – murmuró una guerrillera.
– Tome compa – dijo una mujer de entrada edad, entregando a Jorge un vaso de agua, una tortilla con frijoles sancochados y un poco de sal para la sazón personal.
“…lo mismo que comen los cortadores de café en la temporada…” – pensó.
De un bocado devoró la tortilla. Encendió un cigarrillo con un tizón ardiente del fogón, se recostó sobre el tronco de un árbol caído, aspiró profundamente el humo deI tabaco y cerró por un momento los ojos.
La vida había quedado dividida entre el pasado que aún sentía al imaginarse la suavidad del colchón de su cama y el presente que castigaba con la dureza de las piedras.
A pesar del agotamiento físico, Jorge estaba feliz y contento de estar en la guerrilla.



[1] En la capital
[2] Juan murió accidentalmente (fuego amigo) meses más tarde en el ataque al puesto militar en Nueva Trinidad.
[3] Pastel de harina con relleno de mermelada de piña

No hay comentarios:

Publicar un comentario