Cerca del amanecer...1
Estimados lectores,
les presento aquí los dos primeros capítulos de mi libro Cerca del amanecer. Regularmente iré bajando uno o más capítulos. Esperando que sea de su ínteres,
atentamente. Roberto Herrera
Prólogo del
autor de “Cerca del Amanecer”
Mi participación en la revolución salvadoreña tuvo como trasfondo
político-histórico, el trabajo solidario en Alemania con la lucha de resistencia
del pueblo chileno y con la revolución sandinista. Los primeros contactos
informales con el movimiento revolucionario salvadoreño se dieron en 1979 en el
marco de las actividades solidarias. Así fue que de pronto me vi “trabajando a
tiempo completo” para la revolución salvadoreña, asumiendo en 1980 la
representación oficial del Frente Democrático Revolucionario (F.D.R) en Suiza y
Austria hasta mi ingreso al “frente de guerra” en 1981.
Simplemente por el hecho de ser salvadoreño de nacimiento, mi vinculación
emocional con la revolución salvadoreña estuvo impregnada de matices y colores
sociales relacionados con mi infancia y mi juventud. De no haber sido por esta
circunstancia fortuita, mi participación en la guerra hubiera sido la de un
colaborador internacionalista marxista cualquiera.
Por otra parte, los dos años de vida estudiantil universitaria también
dejaron sus huellas imborrables en mi conciencia. En los pasillos de la
Universidad Nacional, el tema principal en aquellos turbulentos días era la
gestación de los primeros comandos armados y fueron muchos los jóvenes que
simpatizaron con la guerrilla urbana. El 19 de julio de 1972 el gobierno del
coronel Arturo Arnoldo Molina ocupó militarmente la Universidad, la cual
permaneció cerrada hasta finales de 1973. El auge posterior del movimiento
revolucionario salvadoreño de los años setenta me “pescó” en el extranjero,
pero el espíritu revolucionario de mi generación ya lo llevaba guardado en mi
mochila.
En este sentido, mi ingreso – voluntario y consciente – al “frente de
guerra salvadoreño” fue un acto natural, acorde a la consigna revolucionaria de
mi generación, proclamada por Ernesto Guevara en su “mensaje a los pueblos del
mundo a través de la Tricontinental” en 1966.
“Cerca del amanecer” fue escrito en 1986 y publicado en 1993 en la ciudad
de Valdivia/Chile. El desfase entre la escritura del manuscrito original y la
fecha de su publicación, está íntimamente relacionado con el desarrollo mismo
de la guerra en El Salvador. Con la firma de los acuerdos de paz en la ciudad
de Chapultepec/México el 10 de enero de 1992, se puso fin al conflicto armado
que estremeció y enlutó a la sociedad salvadoreña durante diez años. A partir
de allí, todo lo vivido durante mi estadía en el Frente Apolinario Serrano y la
interpretación subjetiva de lo ocurrido, formaba parte ya de la historia de la
guerra popular revolucionaria. La revolución salvadoreña fue, sin duda alguna,
un proceso extremadamente complejo que comprendió diferentes etapas de
desarrollo y de replanteamientos tácticos y estratégicos. Para un
“revolucionario de a pie”, como yo, que ni era miembro de ninguna organización
ni militaba en ninguna estructura orgánica partidaria, resultó extremadamente
difícil, en primer lugar, entender y comprender en condiciones de guerra, la
complejidad y la problemática geo – política inherente al proceso
revolucionario salvadoreño – según mi opinión, mucho más radical y anti –
imperialista que la revolución nicaragüense – y , por otra parte, interpretar
correctamente la lucha político – ideológica interna que se palpaba al interior
de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL-FM) en el frente de
guerra. Me sucedió, lo que normalmente ocurre, que de tanto árbol no pude ver
el bosque y cuando salí de él no logré distinguir a la distancia, las
diferencias político – ideológicas entre los cuadros dirigentes.
En la misma medida en que el socialismo real se desmoronaba lentamente en
la década de los ochenta, las diferencias entre las organizaciones político-militares
del FMLN en relación al carácter, contenido y futuro de la revolución
salvadoreña se hicieron más evidentes. Es en el marco de esta lucha político –
ideológica que ocurre el asesinato de la comandante Ana María en abril de 1983
y el posterior suicidio de Salvador Cayetano Carpio, el legendario Comandante
Marcial. Dos hechos históricos que, junto al asesinato de Roque Dalton en 1975,
conmovieron al universo revolucionario latinoamericano y que sin duda alguna,
marcaron el punto de inflexión en la revolución salvadoreña. A partir de ese
entonces, en mi fuero interno hubo un antes y un después. ¿Qué tan cerca estuvo
realmente la revolución salvadoreña del nuevo amanecer socialista? ¿Existió en
algún momento de la guerra revolucionaria, desde la “ofensiva final de enero de
1981” hasta la ofensiva general del FMLN en noviembre de 1989 una opción real
de tomar el poder político – militar?
Obviamente nunca se dio tal situación histórica. Más bien, el proceso
revolucionario salvadoreño, asfixiado en la “guerra civil” estaba atrapado
desde 1981 en un callejón, en el cual la única salida posible fue la
negociación política de la paz, sellada hace ya más de veinte años. A pesar de
todo, la violencia y la injusticia socio – económica son, al parecer, dos categorías
sui generis en El Salvador, las cuales están más allá de las fronteras
de la guerra y de la paz.
El personaje central de la novela testimonial “Cerca del amanecer” es Jorge
López, un “aprendiz de revolucionario”, quien, al igual que otros tantos, optó
por la revolución socialista. En definitiva, una elección de vida que conlleva
la muerte en defensa de los grandes ideales socialistas de la época. Jorge
López va madurando ideológicamente al ritmo de los tambores de guerra, de
largas caminatas, de ofensivas guerrilleras y enemigas. La muerte simbólica de
Jorge López (Daniel) – en la versión original impresa –, es la muerte del
revolucionario romántico e idealista, a quien la guerra le mostró como en un
espejo límpido, las virtudes y las debilidades humanas, las propias y las
ajenas.
La única diferencia entre la primera versión escrita de “Cerca del
amanecer” y la que aquí se presenta, son los verdaderos nombres de guerra
utilizados por los personajes, pequeñas modificaciones literarias,
especificaciones de carácter político-ideológicas, la necesaria compilación de
los últimos cinco capítulos debido a la omisión de la muerte ficticia de Jorge
López y un epílogo, con el que cierro una etapa importante de mi vida. Este
libro está dedicado a todos los revolucionarios que creyeron que un mundo mejor
era posible, y en aras de conseguirlo, dejaron sus vidas en los parajes de
América Latina. Algunos de los revolucionarios mencionados en la novela,
murieron años más tarde de haberse escrito esta historia.
Regresé a El Salvador por última vez en 1993, únicamente para incinerar los
restos mortales de Jorge, mi padre, el hombre que me impartió las primeras
lecciones de historia y que aún no he olvidado.
Roberto Herrera Alemania,
2012
Nota aclaratoria
„Cerca del Amanecer” no es un inventario político-militar histórico
del acontecer del movimiento revolucionario salvadoreño entre los años 1980 y
1985. Es decir, una crónica de guerra en la que se hace constar y contar “uno a
uno” periódicamente el desarrollo de los eventos. “Cerca del Amanecer” es un
relato de las experiencias personales vividas durante ese período y
precisamente, por ser una percepción individual del entorno, éste no puede
reflejar la “verdad verdadera”. “Cerca del Amanecer“ es el reflejo parcial de una
realidad objetiva concreta, contaminado con la subjetividad y el estado anímico
del autor y sobre todo, del nivel de información y/o desinformación del mismo,
tanto en los momentos de la “experiencia misma en sí”, como en los momentos de
transformación de lo vivido en una novela testimonio. En este sentido, “Cerca
del Amanecer” es la interpretación personal – falsa o verdadera – de
situaciones político-militares y sociales concretas.
Para Bruno Serrano, conocido escritor chileno, “Cerca del Amanecer”, devela
desde adentro, el acontecer de la guerrilla salvadoreña entre los años 1980 y
1985; y es el personaje central– Jorge López – quien, en definitiva, da cuenta
de esa gesta…..Es el revés de la noticia distorsionada que mostraron los periódicos
de la época, contada por un protagonista que madura y cambia – sin perder su
capacidad crítica – en la experiencia guerrillera. Como dice Silvio Rodriguez
“…lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida…”;
porque la elección de vida que hace Jorge, al igual que otros tantos que
optaron por la lucha de liberación en el Salvador, es en definitiva una
elección que conlleva la muerte en defensa de los grandes ideales. Sólo que el
protagonista escribe su diario en las montañas del Frente Norte Apolinario
Serrano, y por tanto queda constancia escrita de lo que aconteció fuera y
dentro de él mismo, de cómo fue cambiando su visión idealizada de la guerrilla
hasta la dura realidad del combatiente acechado por el enemigo, la naturaleza
hostil y las debilidades humanas tanto más evidentes en las situaciones
límites….Entonces , si pensamos que la literatura nace como palabra escrita
realizada por los humanos para contar y comunicar lo que les acontece, en este
“relato testimonial” se cumple con creces la misión que se asigna el
autor-protagonista en cuanto a que la experiencia vital directa e indirecta es
imprescindible que sea contada…para que pase al dominio público y pueda ser
conocida socialmente....”
En este sentido, invito a tod@s aquellos que tuvieron la suerte de
sobrevivir la guerra, a que relaten desde su perspectiva personal, la gran
gesta revolucionaria del pueblo salvadoreño.
Finalmente, quiero dejar constancia a los lectores, parafraseando a
Don José Hernández, que no hago alarde de mi experiencia ni busco protagonismo
alguno. Sólo fui un sujeto más en la masa anónima, quien decidió, por
convicción propia, irse a la guerra tal como lo hiciera Mambrú en la canción
popular infantil.
La memoria individual y colectiva es un gran Don, cualidad muy
meritoria, y aquellos que en este relato sospechen que los critico o salen mal
parados, sepan que olvidar los sucesos de la guerra, también es tener memoria…más
nadie se sienta ofendido ni maltratado, pues no es mi intención incomodarlo, y
si relato de este modo mi historia, es porque lo encuentro oportuno. No es para
mal de ninguno, sino para bien todos…..!
Cerca del amanecer
I. Las primeras
lecciones de historia
– ¿Quién es él, papá?–
– ¡Fidel, hijo! –
– ¿Y éste? –
– El Ché, Camilo, Raúl, Almeida... estos sí son hombres de verdad decía el
padre – mientras guardaba cuidadosamente las Bohemias en el viejo baúl de
madera.
Las pocas pertenencias que poseía las cuidaba celosamente en aquel cofre de
pino, acompañante fiel en cada mudanza.
Las desnudas paredes de barro de aquel solitario cuarto, cercano al cementerio
general, eran el telón de encuentros dominicales y fantasías infantiles.
– Mirá hijo, cuando seas grande nunca permitás que te humillen, recordá
siempre que tu tata ¡nunca se arrastró ante nadie!
– Vos no vas a tener que trabajar para estos hijos de puta, ¡A Rusia te voy
a mandar cuando seas mayorcito!
– ¿Y quien es mejor papá, los Estados Unidos o Rusia? – preguntó el niño.
– ¡Rusia por supuesto! – contestó el padre, pensando que el deseo de enviar
a su hijo a ese lejano país no era mas que un sueño sepultado en el abismo de
su pobreza.
Juan trabajaba como camionero desde hacía ya varios años transportando café
de las fincas de Don Robert Parkinson y Doña Margarita Palomo de Parkinson.
Era la temporada del oro rojo de la oligarquía salvadoreña. Tres meses de
intenso trabajo nocturno bajando y subiendo el sinuoso camino del volcán de San
Salvador.
También era el período de vacaciones escolares y como de costumbre su hijo
le acompañaba en aquellas noches novembrinas.
– Papá, ¿y los revolucionarios por qué son barbudos?
– Ellos no tienen tiempo de rasurarse en la montaña. Como pasan muchos
meses en el monte, la barba les crece muy larga, así como Fidel – contestó
Juan.
– ¿Y todos los revolucionarios tienen barba? – volvió a preguntar el
chiquillo.
– Si
– ¡Pero usted dice que es revolucionario y no tiene barba! – comentó
levemente preocupado.
Juan soltó una carcajada al mismo tiempo que presionaba dos veces el
embrague para meter la segunda al camión International de doce toneladas. Como
experto motorista de vehículos pesados, conocía los secretos del oficio. Hace
algunos años había estado a punto de perder la vida en un accidente cuando los
frenos de aire dejaron de funcionar. Había perdido el control del camión
cisterna y había rodado corno un trompo izalqueño[1]
por la abrupta pendiente en las cercanías del balneario Los Chorros, dando
vueltas y haciendo piruetas hasta llegar al fondo del precipicio. Desde
entonces el dolor de rabadilla lo obligaba a caminar un poco encorvado.
A Juan le gustaba narrarle al pequeño copiloto sus aventuras y experiencias
acumuladas a lo largo del tiempo. Esa noche, mientras terminaban el tercer
viaje, comenzó diciendo:"... estas tierras hace muchos años, pertenecían a
varias familias de campesinos. Este terreno era de un tal Gumersindo Galdámez;
más arriba estaba la finquita de los Flores. En la época del dictador
Maximiliano Martínez Hernández, muchos ricos se aprovecharon de la situación.
Con engaños y la Guardia Nacional les robaron todas sus tierras..."
– ¿Y nadie defendía a los pobres?
– Cuando uno es pobre– respondió Juan– nadie lo defiende. Para la
insurrección del “32” muchos campesinos de Sonsonate fueron asesinados por la
Guardia Nacional. En Jayaque, yo tendría más o menos tu edad, fusilaron a
cientos de gente pobre. La guardia no perdonó a ningún campesino – terminó
diciendo.
– Este es el último viaje Don Juan – dijo el empleado de la finca,
extendiendo el papel para que firmara el recibo de 60 sacos de uva.
– ¡Mirá Joaquinón! Cuando terminen de cargar, revisá el aceite y echále
agua al radiador. Estoy donde la Lencha, ¿oíste?
– ¡Vení! – ordenó al hijo – tal vez le queden un par de tamales a la
Lencha. Tenés hambre, ¿verdad?
– Sí – contestó débilmente el pequeño, tratando de no hacer ruido con los
dientes que rechinaban por el intenso frio de la noche.
– ¡Buenas noches, Lencha!
– ¡Buenas noches, Don Juan! – respondió la mujer al saludo. ¿Así que hoy
trajo al niño? – preguntó, mientras dirigía una maternal mirada al pequeño que
tiritaba de frío.
–Mirá que lindo el cipote! – exclamó la hermana de la Lencha.
– ¿Qué va a querer Don Juan? ¡Sólo tengo un poco de frijolitos y queso
duro-blandito!
– No importa, dale de comer nomás al cipote. A mí dame una taza de café.
¡Puta que frío hace! – masculló Juan – mientras ofrecía un cigarrillo
Embajadores a Chepe Luis, el marido de la Lencha.
– Gracias – respondió amablemente el campesino.
José Luis lo apreciaba mucho, decía de él que era muy macho y cabal. Dos
años atrás había trabajado con él como ”cargador de camión”, pero desde que un
filoso machete le cortara de un tajo la mano derecha, trabajaba en el
beneficio. A raíz del pleito aquel, había dejado para siempre de beber chicha y
chaparro.
– ¡A la puta, Don Juan, que grande está el bicho! – exclamó asombrado!
Dentro de poco le van comenzar a gustar las mujeres!
– Si ya tiene novia el jodido – dijo Juan orgulloso.
– Ve qué mono mas abusado – interpuso Lencha – mientras ponía el plato de
frijoles sobre la mesa.
– Me ha salido bueno el cipote. Este año se sacó el primer puesto en la
escuela.
– ¿Qué pasó, Joaquinón, ya terminaron de cargar? – preguntó Juan apagando
con la suela del zapato la colilla del Embajadores. ¡Apuráte hijo, que nos
tenemos que ir!
– Bueno, Lencha, ¿cuanto te debo?
– Nada, Don Juan, ¡cómo se le ocurre! – exclamó tiernamente ofendida.
– ¿Cómo dijiste que se llama el remedio para la Lupe? –preguntó
rápidamente.
– Lombrisaca – contestó con voz tenue la mujer.
– Ah, claro, tengo que apuntarlo, pues se me puede olvidar… y ¿la otra
cosa? – consultó impaciente.
– Wampole – contestó Chepe Luis.
– Mañana te lo traigo. ¿Oíste?
– ¡Dios se lo pague, Don Juan!
– 'ai nos vemos – dijo éste.
Ambos, padre e hijo, se dirigieron al camión que pacientemente esperaba con
la pesada carga a sus espaldas.
– ¡Papá, tengo frio!
– Ponéte esta chaqueta – respondió malhumorado. ¡Es la última vez que te
traigo!
EI niño colocó su cabecita sobre el regazo, buscando el calor paterno como
un pajarillo que se acomoda en su nido. Con el bamboleo y el vaivén del
vehículo, lentamente se fue quedando dormido, transportándose al mundo de los
sueños.
Juan acarició con su fuerte y bronceada mano los cabellos rizados de su
hijo mientras esquivaba con maestría y habilidad los baches y las piedras en el
camino.
Al verlo dormir, tranquilo y despreocupado, en su mente despierta hilvanaba
el futura de su hijo.
“... Cuando sea grande, lo voy a mandar a estudiar a Cuba para que sea un
gran hombre...” Entonces se acordó que había que comprarle zapatos y uniforme
nuevo para la escuela, y todos los hermosos sueños de viajes imaginarios a
islas liberadas y de noches blancas en Leningrado se desvanecían como el humo
del cigarrillo obrero frente a lo amargo dela verdad. Juan no sabía cómo cubrir
los gastos y sacaba cuentas mentalmente: "...35 de comida, 30 del cuarto,
10 los zapatos del cipote, 20 el uniforme, 25 para la Mercedes – la mujer de
turno –, 15 el lavado de la ropa... en total son 135 colones" – exclamó,
largando un suspiro, mezcla de resignación y tristeza. En sus cálculos,
solamente le sobrarían 90 pesos para pasar el mes entero.
EI sábado – como de costumbre – se juntaría con sus cheros en el Bar
Lutecia y se echaría un par de vergazos. Par lo menos se gastaría 30 colones.
– ¡Y todo par estos hijos de puta de los ricos! ¡Uno se mata trabajando,
mientras ellos tranquilamente se divierten de fiesta en fiesta! – masculló en
voz alta.
Con rabia y amargura metió la “cuarta” para agarrar mejor así la recta y
asfaltada carretera Panamericana.
EI aire fresco de la noche entraba con fuerza en la cabina del camión. Los
mozos, tirados sobre los sacos de café, contemplaban las estrellas, ignorando
que mientras ellos doblaban sus espaldas bajo el peso de la carga, Carolina, la
hija menor de los patrones, viajaba por tercera vez a Europa a pasar las
vacaciones escolares en el frío invierno de los Alpes, y que Jackeline, la
mayor, estudiaba idiomas en una escuela privada a las orillas del lago de
Ginebra.
Juan encendió otro cigarrillo, posó tiernamente sus rudos dedos sobre la
panza del cipote y con descontento comparó su situación con la del patrón.
“…ese cabrón solamente órdenes sabe dar, ni siquiera puede sembrar un
naranjo...” Se tocó el riñón izquierdo, que siempre le hacía presente el
accidente de Los Chorros.
– Al menos yo tengo trabajo. EI que está bien jodido es mi primo Humberto –
pensó.
Desde hace un año estaba sin trabajo; de tanta preocupación empinaba
diariamente la pacha de Muñeco[2].
Más de una vez había tenido que buscarlo por las calles de la capital y
encontrarIo tirado en una esquina con la cabeza sumergida en un charco de
vómitos y rodeado de moscas y heces fecales.
Tito, así lo llamaba Juan, era un caso más entre los cientos de guanacos
que pululaban soñolientos buscando un pedazo de tortilla en los montes de
basura.
Pensó en la Lupe, la hija menor de Chepe Luis, quien a sus nueve años aún
no conocía la escuela."...seguro que cuando crezca, se irá a San Salvador
a trabajar de sirvienta en casa de alguna familia rica, y si no se cuida, a los
pocos meses el hijo del patrón o quizás él mismo la preñará y a la pobre no le
quedará más remedio que comenzar a putear para poder alimentar a la
criatura..."
La ciudad de Santa Tecla dormía bañada en la bruma que bajaba de las
colinas aledañas. La pálida luz de neón iluminaba la venta de chuco, punto de
reunión inevitable de todos los camioneros madrugadores. Juan observó a su hijo
que aún dormía profundamente, al tiempo que detenía el vehículo junto a la
cuneta.
– ¿No van a querer chuco? – preguntó Juan dirigiéndose a los cargadores de
café, quienes dormían en medio de los sacos de henequén.
Al escuchar la voz de su padre, el niño se levantó rápidamente y a pesar
del frío tecleño se acercó al grupo de
trabajadores que sostenían entre sus manos los huacales de morro repletos de la
exquisita bebida popular. Como buenos bebedores de chuco, todos movían los
recipientes haciendo pequeños círculos a tiempo que soplaban fuertemente el
líquido viscoso. Después del típico desayuno, Juan condujo el camión hasta el
beneficio de café de la familia H. de Sola y Sucesores.
II. Ayer, hoy y
mañana
– ¡Ring, ring, ring!–
De un salto, Jorge se levantó del sofá: miró su reloj pulsera. Las agujas
marcaban exactamente la una de la tarde. Le parecía que el tiempo se había
arrastrado pesadamente llevando en su caparazón los recuerdos de su infancia.
No habían transcurrido veinte minutos, lapso suficiente para que una parte de
su vida se transformara en película de largometraje de melancólicas
remembranzas. Se preguntó si todo habría sido nada más que un sueño.
Ciertamente recordaba con lujo de detalles lo revivido.
El tiempo había transcurrido entre el patio de la escuela y temporadas de
café, la vida había pasado rápidamente llevándose su infancia, robándole
violentamente el derecho de gozar el amor de madre.
Mas el recuerdo de aquellas horas de inocente trabajo, y los rostros
sonrientes y barbudos de aquellas Bohemias habían quedado grabados en su mente.
EI timbre del teléfono continuaba llamándole, retándole, riéndose con su
repiquetear. Jorge avanzó en cámara lenta y levantó el auricular. ¡Cuánto
tiempo había esperado esa llamada!
– ¡Aló! Sí, soy Jorge.
Una voz de mujer se escuchó en el otro extremo de la línea.
– A las dos de la tarde en la pupusería Conchita.
Jorge entendió el mensaje. En décimas de segundo tuvo ante sí el mapa
planímétrico de la ciudad de San Salvador. –¡Claro! es en la segunda avenida
norte – pensó.
– ¡Entendido!
– Buena suerte – dijo la voz femenina.
– Gracias – respondió Jorge.
– ¡Adiós!
– ¡Chao!
Jorge colgó pensativo el teléfono. Su padre lo observaba seria y
firmemente. Ese era su estilo. Entre ellos todo estaba dicho.
– ¿A qué hora te vas? – preguntó Juan.
– Dentro de cuarenta minutos – respondió mecánicamente Jorge, pensando en
lo pesado del maletín.
“... ¿y si después lo necesito? – se preguntó. ¡Mejor lo llevo!"
Colocó nuevamente el desodorante sobre la cama donde tenía ordenado todo lo
que iba a llevar: una co1cha, dos bluejeans, tres camisas, tres camisetas, seis
calzoncillos, seis pares de calcetines, las botas, dos chaquetas, una toalla,
cepillo de diente, tres tubos de pasta dentífrica, un juego de
desatornilladores, un cuaderno, un peine, el puñal brasileño – regalo de Juan–
y el radio transistor Sanyo, igualmente obsequio de su padre.
Tenía todo lo que supuestamente necesitaría. Ninguno de los dos podía
imaginarse lo que vendría.
– Si querés, podés llevarte esta chaqueta de mezclilla – indicó el padre. A
mí me la regalaron, pero no la uso. Llevátela – insistió Juan – quizás te sirva
mas tarde.
– Está bien – contestó Jorge pensando en lo que tenía que cargar.
Rápidamente y como era usual en Jorge, colocó en orden todas las prendas de
vestir en el maletín negro. Calculó el peso:”.....aproximadamente 18 kilos...
¡Esta bien! EI Ché dice que hay que llevar máximo 15 kilos. ¡Que son tres
kilitos de más…!"
Aún le quedaban veinte minutos. Volvió a repasar mentalmente la información
recibida dos días atrás.
– ¡Puta! – exclamó asustado Jorge. ¡Por poco se me olvidan los guineos!
Mire papá, cómpreme unos guineos y una cajetilla de fósforos.
A medida que los minutos se sucedían, la tensión en Jorge crecía. Sacó un
cigarrillo, se dirigió a la cocina en busca del encendedor, aspiró fuertemente
el humo hasta sentir estallar los bronquios y miró a su alrededor.
Todo estaba presente. Las ventanas que destruyera en su niñez le sonreían,
mostrando sus dientes rotos, carcomidos por la caries de los años. La tortuga
aguardaba pacientemente el próximo invierno en una esquina del patio. Cortó un
pedazo de sandía para el zenzontle; a sus pies jugueteaba la perrita
mostrándole sus tristes ojos, la acarició y se sentó en las gradas. Jorge
enjugó una lágrima que lentamente rodó por su mejilla, pensó en su hija, en su
compañera. Las imágenes del pasado se transponían, tapizando el presente.
– ¡Aquí están los guineos y los fósforos!
– No fumés mucho – advirtió Juan. Mirá que es malo para la salud. Aprende
de mí.
Jorge recordó a su fiel amigo Mauricio, quien le enseñó a fumar, y también la golpiza que recibiera de su padre cuando se enteró que fumaba.
Jorge recordó a su fiel amigo Mauricio, quien le enseñó a fumar, y también la golpiza que recibiera de su padre cuando se enteró que fumaba.
Jorge, pretendiendo estar tranquilo, hablaba de cosas sin importancia.
– Bien, llegó la hora – dijo Jorge, cerrando la puerta del pasado, poniendo
fin a una vida de supuesta tranquilidad y engañosa comodidad.
– Si quiere, maneje usted. ¡Tome, acá están las llaves!
Ambos subieron al viejo Volkswagen. A Juan, a pesar de la experiencia como
motorista, se le dificultaba doblegar al pequeño escarabajo.
– ¡Esta mierda no entra! Jorge– gritaba histérico, tratando de meter segunda.
La caja de cambios tronaba furiosamente, victima de los modales bruscos deI
viejo Juan.
– ¡A la Puta!– decía Jorge riéndose, provocando. ¡Todo un camionero y no
puede manejar esta babosada!
– ¡Calláte! Mira que soy tu tata y me tenés que guardar respeto – contestaba
riéndose.
Por un momento olvidaron la misión que cumplirían. Dentro de pocos minutos volverían
a separarse, esta vez tal vez para siempre. Sin embargo, ninguno de los dos
pensaba en la muerte.
Juan y Jorge habían dejado de ser padre e hijo desde hacía mucho tiempo.
Más de veinte años transcurridos desde aquellas largas horas de pláticas
subversivas transportando café. Nuevamente iban sentados en un vehículo en
busca del abismo que los separaría; quizás era la consecuencia natural de
aquellas enseñanzas dominicales y noches de desvelo proletario.
– Estaciónese aquí – indicó Jorge.
Se estrecharon en fraternal abrazo.
– Cuídate mucho – murmuró Juan.
Jorge, con el puño en alto, se despidió de su padre con un seco adiós. El desempleado Juan aguardó hasta que su hijo dobló la esquina.
[1] Ciudad de Izalco, departamento de
Sonsonate
[2]
Bebida alcohólica de baja calidad
Yo nací en El Carrizal Chalatenango en agosto/1965 todavía visitó mi pueblo y su montañona, te agradezco por tan bonita novela ya que conozco a algunos de sus personajes.
ResponderEliminarHOLA ME INTEREZA TU TRABAJO LEERE ESTE LIBRO, SALUDOS DESDE CHILE, HONOR Y GLORIA CHARLO DONALD REYES EN EL 34 ANIVERSRIO DE SU CAIDA, DESDE CHILE SALUDOS
ResponderEliminarHonor y Gloria a Yoel!
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