VII. EI nacimiento de las Unidades de Vanguardia Nacionales
Los pocos habitantes de La Laguna se reunieron para recibir a las unidades
de vanguardia que regresaban de San Fernando, donde habían asaltado,
exitosamente, las instalaciones militares[1].
Poco a poco, el caserío se fue llenando de hombres y mujeres provenientes de
los cantones vecinos. Todo era fiesta aquella tarde. Los niños jugaban alegres
con una pelota de trapo que torpemente rodaba de lado a lado frente al atrio de
la destruida iglesia.
EI caserío de San Fernando, fronterizo con Honduras, estaba ubicado de
acuerdo a la nomenclatura guerrillera en la subzona tres del frente de guerra.
La noticia del exitoso combate había llegado más rápido que las unidades
mismas. La algarabía de la multitud se mezclaba con la muda impaciencia de Jorge.
EI Comandante Dimas conversaba con un grupo de milicianos en el patio del
antiguo centro de salud de La Laguna. Cientos de ojos campesinos estaban clavados
en EI Portillo.
Los primeros guerrilleros asomaron.
¡Ya vienen! ¡Ya vienen! – gritaron varias voces al unísono.
A los pocos minutos la vanguardia guerrillera hacía su entrada triunfal en
La Laguna. Dimas recibía a los combatientes con saludo militar y abrazo fraternal.
Un guerrillero, apodado Joaquín “30”, levantaba una ametralladora Browning,
calibre “punto treinta cincuenta y seis”, requisada en combate.
La marcha triunfal de las “UVN” por las veredas pedregosas del frente norte
Apolinario Serrano había comenzado.
EI jefe del destacamento guerrillero dio la orden de formarse en línea.
– ¡Destacamento! A forrrmarr – ordenó el jefe.
– ¡Peloootoón uno! ¡Peloootooón dos! ¡Peloootooón tres!¡A formarrr!
– ¡Para todas las unidades... fiiiirmes!
– ¡Compañero Comandante Dimas! ¡Le doy parte que la orden de aniquilar el
puesto militar de San Fernando ha sido cumplida.... Hugo, jefe de destacamento!
– ¡Parte recibido!!Ponga la tropa a descansar!
– ¡Destacamento descanseeen!
Los guerrilleros se encontraban de espaldas a la iglesia. EI patio de una
casa semidestruida servía de tribuna a Dimas y a otros jefes rebeldes. Entre
ellos se encontraba Raúl. Confundida entre la multitud se encontraba también
Carmen, la compañera flagelada por el responsable político del frente
guerrillero la noche anterior.
EI Comandante Dimas se dirigió unos minutos a las unidades.
Las guitarras irrumpieron gozosas, agitando el ambiente, los héroes del día
comenzaron a narrar las horas vividas, rodeados de los cipotes y demás
pobladores de La Laguna.
– "...EI hijo de puta de Sebastián se nos escapó – contaba Joaquín
“30”. Pero capturamos a la mujer del pisado. ¡chuloncita[2]
estaba la cabrona!
Desde hacía varios meses la guerrilla perseguía afanosamente a Sebastián,
comandante militar de la población de San Fernando. Dos eran las razones
principales: como antiguo colaborador de la guerrilla, conocía muchos
corredores logísticos. Muchos eran los guerrilleros asesinados por orden de ese
criminal.
Tamba[3],
el poeta-músico-guerrillero fundador del grupo Yolocamba lta, había caído
herido de muerte en una emboscada tendida por Sebastián en las cercanías del
Candelero. Por ironía de la vida el nombre de guerra del joven jefe guerrillero
era el mismo que el de su asesino. “Tamba–Sebastián” era la segunda razón de
peso…
Joaquín “30” se había convertido en la estrella principal de la fiesta.
Muchas cosas se contaban de él. Al parecer, había guardado prisión en el penal
de Mariona, lugar cercano a San Salvador donde van a parar los reos condenados
por delitos comunes.
Joaquín había sido condenado a varios años de prisión por la muerte de su
mujer. La había encontrado en brazos de otro hombre y los mató a los dos. Un día, el penal
de Tonacatepeque fue atacado por las fuerzas guerrilleras que operaban en la zona de
Guazapa. Desde entonces Joaquín se había integrado al ejército del pueblo.
Algunos lo consideraban un charlatán; para otros era un héroe.
Por diversas que fueran las razones, la guerra unía el obrero con el
campesino, el estudiante con el académico, el maestro con el “lumpen”, la mujer
con el hombre. La lucha no distinguía procedencias. El color de la sangre era
el mismo.
La fogata fue muriendo lentamente, al compás de la música escapada de los rústicos
instrumentos. Las parejas se perdían en la oscuridad de la noche, buscando un
rincón acogedor para hablar de amor y llenarse de besos y caricias, para
olvidar por un instante al silbido de las balas. Jorge regresó a la casa
impresionado por todo lo vivido y escuchado.
Las pulgas, empeñadas en beberle a corto plazo la sangre, laboriosas, contribuían
al insomnio. Jorge no conseguía dormirse y en vano trataba de defenderse de las
estocadas traperas.
"... que se sentirá al matar a un hombre..." – filosofaba – mientras
trituraba una pulga regordeta, que traicionada por su voracidad, había perdido
por completo la agilidad de trapecista de circo.
VIII. Sección de Servicios y Logística
– ¡Hola, soy Jorge!
Emeterio saludó con una tremenda sonrisa de oreja a oreja, que de lejos parecía
estar degollado.
– ¡Cómo estás? – preguntó.
– Bien.
– Esperá un momento que tengo que entregar algunas cosas. ¡Sentáte!
Emeterio estaba encargado de la sección de servicios de las unidades de
vanguardia. Abastecía a la tropa desde cintas para las botas hasta las granadas
de los lanzacohetes.
– ¿Cuántas libras de azúcar van? – preguntó dirigiéndose Samuel, jefe del pelotón
dos.
– Cuatro.
Los ojos zarcos del guerrillero no podían ocultar la mentirilla.
– ¡No jodás! ¡Cinco te he dado!
– No seas malo, dáme otra librita – suplicaba Samuel.
– Todo está calculado. Ni una libra más ni una libra menos – dijo
tajantemente.
– ¡Mira Jorge! Vos te encargarás de la logística. Tenés que llevar control
del armamento de los pelotones, revisar los fusiles que están en servicio. Las
armas deben estar siempre limpias y en buenas condiciones. Eso es muy
importante – agregó. ¿Has comprendido?
– ¡Claro! – contestó Jorge pensando que tal vez el no era la persona más
indicada para desempeñar tan delicada función.
La única arma de fuego que conocía era un revólver Smith and Wesson, calibre
“punto veintidós”, propiedad de su padre. De la noche la mañana se había
convertido en “técnico de armas de fuego”.
Jorge pasó contando durante todo el día la munición requisada en San
Fernando.
– ¡Tres mil quinientos proyectiles 7.56 mm! ¡800 proyectiles „punto 3056”! ¡1200
proyectiles 7 mm!
– ¡Qué raro!– exclamó Emeterio. De 7.56 tienen que haber 3800 y de 7 mm
1500. ¿No te habrás equivocado?
– Yo creo que no, pero si quieres los vuelvo a contar.
– Yo creo que sería mejor – respondió Emeterio.
El pelotón tres estaba desplazado en el caserío El Conacaste a pocos
kilómetros de La Laguna. Allí también se encontraba en esos momentos el
hospital guerrillero. Jorge había recibido la orden de visitar el campamento
con el fin de revisar el armamento.
– ¿Nicolás?
– Si – contestó malhumorado el jefe guerrillero.
– Emeterio me envía a revisar el armamento y a ver que necesidades tiene el
pelotón.
– Mire, compa – gruñó Nicolás. La semana pasada envié una lista de
necesidades. Tengo mucha gente sin botas. ¡Casi una escuadra entera!
Jorge escuchaba atentamente los reclamos del jefe guerrillero poniendo cara
de preocupación.
– En verdad que no se lo que piensan los de allá arriba – refunfuñó.
Jorge dedujo que el "allá arriba" se refería a la sección de
servicios y logística y no a la ubicación geográfica del campamento La Laguna,
que precisamente estaba a otro nivel del mar.
– Dígale a Emeterio que ya me cansé de mandarle listas con las necesidades
de la tropa – dijo, al tiempo que mandaba a formar al pelotón.
Los guerrilleros se formaron de mala gana, mascullando entre dientes
palabras que Jorge no lograba escuchar, pero cuyo contenido bien pudo
imaginarse. Uno a uno, fueron pasando los guerrilleros, mostrando sus armas y
contestando las preguntas.
– ¿Cuántos magazines tienes? ¿Cuánta munición?...
Jorge observaba detenidamente la caja de mecanismos de los “Fales” y “Getreces”
sin poder encontrar nada anormal. Ningún arma resultó sucia o en mal estado. EI
pobre Jorge le dio el visto bueno a todas.
– ¿No va revisar el RPG-2? – preguntó Nicolás.
– ¡Por supuesto! – respondió con voz serena y seguro de sí mismo.
– Compa Odul, tráigame el lanzacohetes y las papayas.
Jorge nunca en su vida había visto un lanzacohetes y ahora le tocaba
examinar uno.
No sabiendo por donde comenzar, tomó el arma por un extremo pretendiendo
demostrar el profundo conocimiento que tenía en cuanto a armas. Anotó el número
de serie y la cantidad de granadas. Todo hubiera terminado bien, si a Jorge no
se le ocurre simular que disparaba con el “bastón chino”. Muy inocente y
creyendo estar en lo correcto, se colocó el arma al hombro.
– ¡Compa! ¡El lanzacohetes no se toma así!
La voz ronca de Nicolás le indicó que estaba tomando el arma por el extremo
equivocado.
Jorge había colocado la parte más larga hacía adelante, lo que equivalía a ¡tomar un taco de billar al revés!
Avergonzado, colocó silenciosamente el arma sobre la mesa de bambú.
Creyéndose descubierto en “su secreto”, cambió rápidamente la conversación.
Aunque a decir verdad, la inexperiencia militar de Jorge se percibía a la
distancia.
– ¿Me puedo llevar un pedazo de carne seca? – preguntó Jorge.
– La que quiera, compa!
– Muchas gracias, compa.
Antes de regresar al campamento de La Laguna, activó el cronómetro para
medir el tiempo que tardaría en llegar. Mientras subía la empinada cuesta,
pensaba en Nicolás. Le había parecido una persona sin presunciones y que además
trataba amablemente a los subordinados. Obviamente estaba insatisfecho con el
rendimiento de la sección de servicios y abastecimientos, pero eso era harina
de otro costal.
– ¡45 minutos! – exclamó Jorge contento, desabrochándose la camisa. Aquí está
la lista de necesidades...
Las gotas de sudor corrían por el rostro enrojecido.
– Te estás poniendo las pilas, ¿eh? – comentó Emeterio riéndose, mientras le
daba unas palmadas en el hombro. Parece ser que le atinás a lo organizativo – apostilló.
La casa que servía de local a la sección de Servicios y Logística, se encontraba
bajo la sombra de un enorme amate. La casona había sido años atrás la
residencia de algún campesino rico de la comarca. Ahora servía como cuartel al pelotón
dos de las unidades de vanguardia; allí funcionaba además, en un pequeño
cuarto, la jefatura del destacamento José Dimas Alas.
Emeterio, golpeó la rústica puerta de madera y, sin esperar respuesta,
entró rápidamente. Sobre la mesa una vela iluminaba el rostro sombrío del jefe
guerrillero. Los ojos negros clavados en el mapa de Chalatenango, no se percataron
de la llegada de Emeterio. Junto a la mesa, otro guerrillero escuchaba
atentamente los comentarios.
– ¿Cómo estas, Lucas? – preguntó Emeterio, dirigiéndose al melenudo y
barbudo guerrillero.
– ¡Pero cómo me va ir, joder! No ves que no tengo zapatos. ¡Oye Emeterio!
¿Qué pasa que no me has entregado mi ración de cigarrillos? – preguntó,
mostrando los dientes cubiertos de una capa gruesa de sarro amarillento.
– ¡Puta! Ya te terminaste la cajetilla que te di ayer – contestó molesto.
¡Vos fumás mucho!
– ¡Anda tomar por el culo! – respondió el guerrillero sin inmutarse.
– Ja, ja, ja – rió Emeterio. Mirá Hugo, este es el nuevo.
El jefe del destacamento masculló una frase ininteligible.
– Bueno. Tengo que irme. Llegáte mañana al local para darte los
cigarrillos, pero es la última cajetilla que te doy en este mes – dijo Emeterio
y se dirigió a la puerta.
– Eres un tesoro, mi amor, por eso te quiero – exclamó Lucas.
– Este cabrón está loco – comentó. ¡Mejor me voy!
Hugo continuaba leyendo el mapa. Al salir el jefe de servicios comentó:"...
este es un pelotudo...es todo un despelote...", pero él no es responsable de
la escasez de vitualla – apuntilló. ¡Nadie tiene la culpa! ¡Así es la guerra de
guerrillas! ¿Sabés, Ché? ¿Sabés? – preguntó sin esperar respuesta. Bueno, y vos. ¿Por
qué no hablás Che?
– ¡Ehh! Lo que pasa es que no conozco las costumbres de acá y no se si hay
que pedir permiso primero – contestó tímidamente Jorge.
Hugo miró fijamente a Jorge y se largó a reír, mostrando una fila de
dientes blancos que contrastaban con lo oscuro de su piel. Un manchón plateado
cruzaba el cabello crespo de aquel lobo solitario. La barba larga, recordaba algún
personaje moro de las guerras en Granada. Lucas comenzó a echar bromas y humo
por todos lados.
– ¿Querés fumar? – preguntó el “negro Hugo”, abriendo la gaveta de la mesa
y sacando una cajetilla de Delta.
– Gracias – contestó Jorge.
– Me voy a dormir – dijo Lucas y se marchó.
– Este huevón es muy bueno– advirtió Hugo. Lástima que sea tan anarco. En
explosivos, no hay nadie que se le iguale. ¡Si supieras todo lo que ha
hecho...!
Hugo continuó su monologo mirando fijamente a los ojos de Jorge, quien
atento le escuchaba.
– Gente como vos necesitamos aquí. Cuidáte mucho Ché – advirtió
fraternalmente. Las invasiones y los bombardeos son lo más crudo. Lo primero
que tenés que hacer en caso de una invasión es quitarte la barba y el bigote.
– ¿Porque?
– Los pelotudos de los soldados piensan que los barbudos somos cubanos o
nicas. En la invasión de octubre[4],
al “Caballo” por poco lo mata un francotirador.
– ¿Quién es el Caballo? – preguntó Jorge, pensando en el sobrenombre de
Fidel Castro en la sierra maestra.
– Ya lo vas a conocer...
Hugo sacó una lata de leche condensada del cajón de la mesa y bebió un
sorbo del espeso y azucarado líquido. Se secó la boca con la manga verde olivo
de su uniforme.
– Esta úlcera me tiene bien jodido.
Jorge miraba de reojo el pequeño tarro Nestle, sin atreverse a pedir un
poco. Las glándulas salivales comenzaron a trabajar horas extras. EI negro Hugo
abrió nuevamente el cajón y tomó un tarro virgen.
– Quedáte con el, guardálo como reserva estratégica – recomendó.
El día había expirado. La noche abría a su antojo un telón de estrellas y,
entre lejanos relampagueos, gestaba el nuevo día.
– Si querés, podés dormir acá. Tomá esta colcha.
Jorge se tendió sobre el suelo pedregoso, colocando previamente varios sacos
de henequén, a guisa de colchón. Hugo se acostó sobre la banca tomando una posición
fetal, para evitar que sus largas piernas colgaran en el vacío.
– Ché, apagáte la vela...
IX. Rodolfo
Jorge fue conociendo con el tiempo los personajes celebres de La Laguna. El cuarto del negro Hugo se había convertido en el centro de reuniones nocturnas.
A partir de las siete de la noche iban llegando uno a uno. Ramiro, Lucas,
el Caballo, Rodolfo, Nicolás y Jorge. En esos momentos la estrella principal
era Rodolfo, apodado “Trapito”. Flaco y larguirucho, Rodolfo pasaba la mayor
parte del tiempo en el cuarto de Hugo, leyendo a Oscar Wilde o escribiendo
cualquier cosa. El joven guerrillero había perdido el ojo izquierdo en cierta
ocasión, cuando el mando de la guerrilla urbana le ordenó a él y a otros compañeros
requisar un vehículo particular en San Salvador en los días aquellos de las
grandes marchas populares. Con tan mala suerte para Rodolfo, que el carro
escogido por el comando guerrillero, resultó ser de un jefe militar. Los nueve
impactos da la Browning “9” milímetros parabellum del guardaespaldas se
clavaron en el cuerpo enjuto y magro del guerrillero. Rodolfo cayó en la acera
y revolcándose con la muerte, trataba de esquivar los proyectiles. Una bala le había
destrozado el ojo, el calcañal derecho estaba hecho trizas, el resto de la
descarga la había recibido en el tórax y el abdomen. Los demás compañeros
lograron escapar. Quedó tirado junto a la cuneta de la calle. Un río de sangre
corrió buscando la cloaca más cercana, mientras el cuerpo, aún con vida, se retorcía
entre la vida y la muerte. Los gemidos y los dolores se confundían con el
bullicio de los curiosos.
Una nube negra cubrió sus ojos. Cuando vio nuevamente la luz, se encontraba
en la cama de un hospital con el cuerpo lleno de tubitos plásticos, Suero y
sangre fresca fluían en sus venas. Sentía la cabeza del tamaño de un globo.
– ¿Dónde estoy? – preguntó Rodolfo con débil voz, al tiempo que una
enfermera entraba al cuarto.
La enfermera colocó nerviosamente la bandeja sobre la mesita, temiendo
tirarlo todo al suelo, tomó la presión y el pulso después de cerciorarse del
buen funcionamiento de las infusiones.
– Usted se encuentra internado en la sala especial del Hospital Rosales.
Los doctores pensaban que Rodolfo no soportaría la enorme perdida de
sangre. Setenta y dos horas había permanecido inconsciente. Rodolfo comprendió
cual era su situación. Los dos policías armados que se encontraban en la puerta
de la sala confirmaron sus sospechas.
Estaba con vida y pensaba con claridad. Le preocupaba el hecho de ignorar el
destino de sus compañeros.
"¿...estarán enterados los compas de lo sucedido...?¿…sabrán que me
encuentro hospitalizado... " – se preguntaba. Sabía perfectamente que las autoridades
lo someterían a crueles interrogatorios; en manos de la Guardia Nacional estaba
condenado a muerte. Se lamentó entonces de estar vivo, hubiera preferido mil
veces haber muerto en combate, que tener que morir torturado como un perro en
las cárceles clandestinas de la Policía Nacional o tal vez en alguna casa de
seguridad del servicio de inteligencia. Las enfermeras lo atendían con especial
cariño y gran admiración. Rodolfo se aferraba a la idea de seguir luchando por
la liberación de su pueblo.
Las FPL no se habían olvidado de él, un comando urbano armado burló la
vigilancia de los centinelas y en una acción relámpago, liberó al compañero
herido.
Rodolfo fue trasladado a una casa de seguridad de la organización, donde lo
esperaban un cirujano y una enfermera para atenderlo de emergencia.
EI mismo guerrillero que había enfrentado la muerte en las calles de San
Salvador, conversaba esa noche con Jorge, en las montañas de ChaIate.
Jorge había reconocido de inmediato la formación marxista de Rodolfo.
Hablaba con voz suave y tranquila. A los veintitrés años, Rodolfo poseía un
tesoro cultural poco usual en la juventud salvadoreña. Gustaba hablar de los clásicos
de la literatura y la música.
Los problemas políticos e ideológicos del partido, acostumbraba analizarlos
dialécticamente. A pesar de su capacidad analítica, Rodolfo tendía fácilmente a
caer en depresiones. Su forma de actuar y proceder era causa de burlas en el
pelotón. Enamorado fiel de la planificación y organización del trabajo, luchaba
contra el pragmatismo y voluntarismo de algunos jefes. Algunos no comprendían
que las tareas militares no excluían el pensamiento marxista. Para otros, Rodolfo
estaba loco.
A pesar de ser jefe de escuadra del pelotón uno, permanecía la mayor parte
del tiempo en el puesto de mando del destacamento. Al parecer, la tropa le
aplicaba la “ley del hielo”. Nadie, a excepción del “caballo Memo”, comprendía
en el pelotón los problemas de Rodolfo.
La falta del ojo derecho dificultaba la correcta apreciación de las dimensiones
espaciales, sobretodo durante las noches de largas caminatas. Constantemente
rodaba en la oscuridad provocando la risa de compañeros.
Para evitar su aburrimiento, el negro Hugo le había asignado,
temporalmente, la tarea de interceptar las comunicaciones enemigas, hasta que
la Comandancia solucionara su situación.
Trabajando con Ramiro, jefe de comunicaciones, Rodolfo se sentía mejor,
aunque el trabajo en sí era bastante aburrido.
Todas las mañanas se colocaba el radio-transmisor AN PRC 77 en la espalda y
se dirigía, acompañado por una jovencita, a lo más alto del cerro May Pay.
Desde allí, era posible interceptar las comunicaciones al otro lado del rio
Lempa. EI cuartel de Sensuntepeque lo agarraba “limpio y con cañonazo”, que en
el lenguaje codificado del enemigo significaba: nítido y sin interferencias. En
poco tiempo, se había familiarizado con el lenguaje radiofónico. EI código
secreto del enemigo no representaba secreto alguno. La señal enemiga era
escuchada fuerte y clara desde las alturas. Ramiro recibía diariamente el
informe de sus muchachas y el de Rodolfo.
Descifrar los jeroglíficos de las niñas semi-analfabetas le tomaba varias
horas de intenso análisis caligráfico.
Metódico como era, Ramiro clasificaba la información enemiga en tres
categorías: la estratégica, la operativa y la pura paja. La información tiene
que ser veraz, precisa y oportuna decía, pacientemente, el jefe de comunicaciones.
En poco tiempo se había convertido en un padre para todas las chiquillas; con
cariño y especial cuidado las protegía de la voracidad sexual de los guerrilleros.
A menudo, Ramiro se enfadaba al recibir reportes incompletos.
– ¿Cuántos efectivos se van a trasladar? – preguntaba.
– ¡Ay! Si no pude agarrar todo – contestaba tímidamente Lupita.
– ¿A qué hora se van a trasladar?
– ¡Creo que a las once y media! Pero no estoy segura – respondía Yesenia.
Ramiro sabía que nadie tenía culpa. EI analfabetismo continuaba siendo el
talón de Aquiles de la sección de comunicaciones. Rodolfo, consciente del mal endémico,
trataba de encontrar una solución al problema. Todas las tardes, después del
trabajo, se sentaba a escribir un proyecto de alfabetización, tomando como base
el método del pedagogo brasileño Paulo Freire. En Jorge había encontrado un
oído receptor, éste conocía tal método y se había ofrecido a colaborar.
Esa tarde, después de bajar del May Pay, Rodolfo colocó el radio sobre las
bancas de bambú que rodeaban el patio del cuartel. Algunos guerrilleros
ayudaban en las labores de cocina. EI “negro Hugo” estaba siendo entrevistado
por un periodista mexicano con apellido de ruso en el pequeño cuarto oscuro.
Jorge se acercó a Rodolfo que se había quitado las botas para rascarse a
sus anchas los hongos. Con placer indescriptible, se frotaba los dedos de los
pies utilizando el sucio calcetín. Acercarse a Rodolfo en esas circunstancias,
era un acto de valentía. EI olor a queso rancio francés inundaba el ambiente.
– ¿Qué hongos? – preguntó Jorge, que en lenguaje salvadoreño equivalía a cómo
estás.
– Más o menos – respondió.
Rodolfo pertenecía al grupo guerrillero que solamente tenía hongos en los
dedos de los pies. Había otros que padecían del mismo mal en los testículos.
Estos pobres se restregaban, frenéticamente, hasta dejárselos rojos como un
tomate. Los más tristes de la montaña, eran los que adolecían del famoso
“rasquín”, variante campestre de la sarna. La infernal picazón atacaba el
cuerpo entero y solamente se curaba con escabizán, un preparado especial para
combatir la escabiosis.
– ¿Cuándo me enseñarás el desarme de la carabina? – preguntó Jorge.
– Es fácil – contestó. Tomó la M1 que yacía en la banca. En pocos segundos
el arma se encontró dividida en varias partes.
– ¡Te das cuenta que es bien chiche!
– Ese Emeterio es muy esquemático – masculló Jorge, olvidándose de la
carabina.
– ¿Por qué?
– Ayer le sugerí que deberíamos sistematizar mejor el trabajo y ¿sabes lo
que me contestó? ¡Que yo era un “marxólogo”!
– ¿Y eso qué es? – preguntó Rodolfo mientras limpiaba el ojo de vidrio con
un pañuelo.
– Sepa putas qué quiso decir con eso – contestó Jorge sin ocultar su enojo.
Cada vez que menciono el problema de los métodos de trabajo, me contesta que
soy un teórico, que él conoce bien a los pequeñoburgueses...
Rodolfo conocía por experiencia propia lo que Jorge estaba comentando. Él pertenecía
también al grupo de los “intelectuales”.
– Yo qué le podía responder – continuó hablando Jorge.
Rodolfo calló y miró en dirección al cuarto de donde salían Hugo y el periodista.
– No le hagás caso – contestó por fin, pensando en los muchos “Emeterios”
que aún le faltaba por conocer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario