XXIV. Invasión número tres
Los aviones llegaron a
bombardear el campamento en el Volcancillo. Estaba claro: era la preparación aérea
de la eminente invasión. Los morteros comenzaron a pasar silbando por la copa
de los árboles. Las bombas de 500 libras explosionaban en los alrededores. En
las trincheras cavadas recientemente se sentía con gran intensidad el vibrar de
la tierra. Las granadas de los morteros caían mucho más abajo del campamento. A
los pocos minutos de transcurrido el bombardeo los nervios se fueron calmando
poco a poco, aunque el temblor natural de las piernas era difícil de controlar.
EI estallido sordo de las bombas ya no asustaba a nadie. EI oído de Jorge se había
habituado a la nueva situación y distinguía claramente la salida de los
morteros. Después de diez minutos de inútil e intenso ablandamiento aéreo los aviones regresaron al aeropuerto militar de Ilopango.
Un proyectil de mortero
120 reventó en un árbol; éste crujió y quedó partido por la mitad, esparciendo
sus ramas en la rojiza tierra. En la cabañita había dos sacos con carne seca. Memo
había preparado días atrás carne seca “à
la charqui” chilena. Los combatientes, no acostumbrados a ese tipo de conservación
de la carne (carne secada al sol sin sal), prescindieron de ella. Jorge, por el
conrtario, hizo de tripas corazón y llenó su mochila con la carne seca. En un
tatú guardaron las máquinas de escribir requisadas en el Carrizal y muchas otras
cosas más.
Jorge recibió la orden de
trasladarse al puesto de mando del Estado Mayor. EI equipo de radistas se ubicó
a lo largo de la trinchera. Los Comandantes Dimas Rodriguez y Jesús Rojas[1] se encontraban en el
puesto de mando puntualizando los últimos detalles de la maniobra de repliegue
táctico-operativa. Jorge divisó, desde su puesto de vigilancia, una columna que
se desplazaba desde las elevaciones que tenía al frente en dirección al puesto
de mando de la Comandancia.
– ¡Comandante Dimas! ¡Comandante
Dimas! Una columna viene bajando de la montaña gritó Jorge, en el preciso
momento en que Dimas leía un mensaje en el cual le informaban que el enemigo avanzaba
por el sector que defendía el pelotón tres. El comandante pensó que podría
tratarse del enemigo y ordenó la retirada.
– Jorge, !vaya adelante! –
ordenó el jefe guerrillero.
Jorge obedeció sin
rechistar la orden del Comandante, a pesar de estar consciente deI peligro. Quitó
el seguro al M-16 y lo preparó para “tiro automático”. Despacio y muy atento fue
avanzando por la vereda. Marito venía unos metros detrás de él. Ambos
conformaban la vanguardia. EI camino que bajaba de la montaña y la vereda
convergían en el punto conocido como EI Portillo. Llegaron al cruce de los
caminos y todo pareció estar en orden. Jorge esperó en ese lugar a la Comandancia, mientras Marito
se adelantó hasta alcanzar las próximas elevaciones, donde se encontraban los
pelotones del destacamento dos. Por la tarde, la Comandancia se retiró a esas
elevaciones con el propósito de replegarse escalonadamente. En ese lugar, el
comandante Dimas formó y arengó a la tropa, haciendo hincapié en que no se
trataba de una “guinda”.
Las “guindas”
significaban, en el lenguaje guerrillero, escapar a toda costa evitando chocar
con el enemigo sin oponer resistencia. En esos momentos era necesario romper
con ese concepto derrotista.
Los combates disminuyeron
conforme atardecía. Al día siguiente por la mañana, se dirigieren rumbo a la
Burrera. Durante todo el día se combatió en los alrededores deI Volcancillo. A
lo lejos se escuchaban las detonaciones de los “noventa” y las ametralladoras M60.
Ocultos dentro deI monte, los guerrilleros improvisaron un campamento para
pasar la noche. EI amanecer fue anunciado con una lluvia de morteros. Las
granadas caían en el campamento donde habían pasado la primera noche. En la
tarde deI tercer día de invasión, la Comandancia decidió retirarse rumbo al
Conacaste. Alrededor de las cinco y media de la tarde, la columna compuesta por
el mando estratégico y la Plana Mayor deI frente norte comenzó a descender de
las elevaciones de la “Burrera”. Jorge interceptó las comunicaciones enemigas.
En Las Vueltas había una compañía deI batallón Belloso. EI teniente, quien
había detectado el desplazamiento de la columna pidió a gritos al cuartel de
Chalatenango que bombardearan a los guerrilleros.
– ¡Se nos van los hijos
de puta!– gritó furioso el oficial. Van en dirección a La Laguna seca...
De haber sabido el
tenientillo que en la columna guerrillera se encontraba el mando estratégico
deI frente norte Apolinario Serrano, hubiera llamado personalmente, tal vez hasta al mismo General Guillermo García.
Dimas ordenó a la
vanguardia tomar posiciones en las alturas a lo largo de la calle que comunica
el caserío EI Zapotal con Las Vueltas. Allí en ese lugar y tendidos en los zacatales
esperaron hasta que oscureciera.
EI cielo bañado en estrellas era el hermoso lienzo que cubría las montañas. Andrómeda coqueteaba con Perseo, mientras la Osa
Mayor los contemplaba extendiendo su cola de ardilla. Una estrella fugaz salió
corriendo perseguida por un meteorito travieso que la invitaba a danzar un valse celestial en la tranquila noche. Era la sinfonía infinita de miles de soles que
arrullaban con su luz el inquieto sopor guerrillero. Los diez minutos de
descanso volaron como cometas. Los cansados guerrilleros fueron levantándose
uno a uno; parecían los anillos de una enorme serpiente ondulante que se prepara
para continuar la marcha. Era menester y estratégico llegar al Conacaste antes
del amanecer. La sed quemaba las gargantas resecas, los pies arrastraban lastimosamente
las piedras que a su paso encontraban. Al atravesar la columna un riachuelo, cada
uno de los combatientes hacía un alto para beber de aquella agua turbia y
lodosa. A las dos de la mañana, el grueso de la columna llegó al Conacaste. Las
casas vacías deI caserío se vieron repentinamente abarrotadas de guerrilleros
agotados. El ulular de los proyectiles despertó a la tropa que aún se
recuperaba del cansancio. Eran las seis de la mañana. La artillería enemiga disparaba
desde la calle de tierra del Zapotal; los observadores apostados en la elevación
conocida como “EI Picacho” corregían los disparos. Las dos primeras granadas
cayeron delante deI caserío, las dos siguientes un poco más atrás. Los dos
morteros “81 mm” concentraron fuego sobre el Conacaste. En cosa de segundos los
guerrilleros abandonaron el lugar y se pusieron a salvo fuera del alcance de
los morteros. En el aire sobrevolaba la “Paciencia”, llamado así por volar a
baja velocidad. Era el avión explorador, conocido también como la “Carreta”. Portado
de lanza-rockets, la “Paciencia” era un avión tipo Push and Pull que antes de disparar, desconectaba sus motores
hélice. La “Carreta” no asustaba ni a los niños, quienes al verla aparecer en
el horizonte comenzaban a gritar: ¡Allí viene la “Paciencia”! Allí viene la “Paciencia”!
La espesura deI monte
ocultaba a la columna guerrillera de los ojos electrónicos del avión explorador
que infructuosamente buscaba algún movimiento delatador. Por la tarde llegó la
noticia que el enemigo se desplazaba de Ojos de Agua hacia Las Vueltas. Dimas
ordenó inmediatamente al pelotón dos del destacamento uno al mando del “zarco”
Samuel, tender una emboscada de aniquilamiento. AI parecer el enemigo comenzaba a replegar
sus fuerzas. Ese fue el bautizo de fuego del batallón Ramón Belloso. La compañía
fue sorprendida a la altura del Picacho. En la polvorosa y blanca calle quedaron
tendidos los cuerpos inertes de muchos soldados, cuya única gloria había sido
la de asesinar a niños y mujeres indefensas que habitaban en las zonas bajo
control guerrillero.
En esa acción, la
guerrilla recuperó un cañón 90 mm y gran cantidad de armamento y uniformes. La
emboscada fue el golpe de gracia a la invasión que todavía estaba en marcha,
pero cada vez con menos fuerza y entusiasmo por parte de las tropas gubernamental.
La buena nueva llegó como
bálsamo, pero todavía había que permanecer oculto, puesto que se corría peligro
de ser detectados por el enemigo. En la pendiente cubierta por la maleza
conversaban German, Julio, Marito y Jorge.
Hablaban acerca de las relaciones sexuales en el frente.
– EI problema es que aún
conservamos resabios de la moral burguesa – comentó Jorge. Entonces de manera
inconsciente, separamos las relaciones sexuales de la lucha de clases...
– Lo que pasa es que vos
querés implantar el amor libre – intervino German.
– Yo pienso – dijo Marito
–que nuestro pueblo tiene costumbres morales distintas a los países europeos...
– ¡Pero si no se trata de
imponer ninguna costumbre extranjera! exclamó Jorge.
– ¿Entonces? – preguntó
Julio al tiempo que guiñaba un ojo a Marito.
Jorge, que se había
percatado deI acuerdo silencioso entre Julio y Marito, no le dio importancia al
hecho y sin reparar en formas diplomáticas argumentó su pensamiento, a
sabiendas que se trataba de una provocación. Era evidente que querían que se
fuera de lengua.
– De lo que se trata más
bien es de desarrollar nuevos valores morales – comenzó diciendo. Valores que
correspondan a nuestra ideología.
– ¿Querés decir que no
tenemos moral revolucionaria? – preguntó Julio sin ocultar su ironía.
– Estrictamente hablando,
sí. Yo pienso que la mayoría de nosotros aún no ha desarrollado una verdadera
moral comunista – contestó Jorge.
– ¡Cómo es posible, compa
Jorge, que usted pueda afirmar tal cosa! – exclamó ofendido Marito. ¡Nuestro
partido siempre se ha caracterizado por sus principios ético-morales!
– No dudo que desde el
punto de vista teórico se hable de valore morales revolucionarios – contestó Jorge,
pensando en Carmen, la compañera violada por Raúl. ¿Cómo es posible que un
cuadro dirigente arengue a la tropa acerca de la moral revolucionaria? Mientras
en la práctica se niega a sí mismo – concluyó Jorge.
– Concretizá un poco –
exigió Julio mostrando irritación. ¿De quién estás hablando?
– Te voy a dar dos ejemplos – contestó Jorge, seguro de tener un gran
repertorio. ¿Qué me dices del caso de Raúl?
– El compa ya fue sancionado – contestó rápidamente Marito.
– ¿Y cuál fue la sanción?
– preguntó Jorge provocando.
– Esas cosas son
compartimentada s – argumentó Julio. ¿Y vos cómo sabes eso? – inquirió.
– En primer lugar, eso un
secreto a voces en el frente. Además, yo mismo fui testigo de la violación,
pero eso no tiene ninguna importancia. Pero no sólo fue esa situación... también
quiso abusar de una compañera sanitaria. ¿Cómo se llama la compita? – preguntó Jorge
dirigiéndose a German quien escuchaba la conversación sin interés alguno.
– Yo no sé de quien estás
hablando – contestó ocultando deliberadamente el nombre.
– La compa que usa
anteojos...la flaquita esa... ¿cómo se llama? Florcita creo…Bueno. No importa,
qué más da. ¡Imagínense, es casi una niña...!
– Pueda ser que el compa
este enfermo – comentó Marito.
– Entonces hay que
curarlo y prohibirle que hable de moral revolucionaria. ¿No le parece?
– ¿Y el segundo ejemplo? –
preguntó sarcástico Julio.
– En el frente externo
trabajan cualquier cantidad de compañeros cuyo lema es: ¡Haz lo que yo digo,
pero no lo que yo hago! – respondió Jorge. Pero creo que no tiene sentido
seguir hablando de estas cosas, pues podríamos pasar horas enteras presentando
ejemplos.
– AI escucharlo hablar, da
la impresión que usted es el único que tiene una moral revolucionaria por estos
lados – comentó Marito.
– ¡Nada que ver! Al
contrario, reconozco que también estoy lleno de prejuicios, pero tampoco voy
dando clases de moral revolucionaria como hacen algunos...
– ¿Qué propones entonces?
– insistió Julio.
– Primero, reconocer que
todavía estamos influenciados por la moral burguesa, y segundo, que aceptemos
que aún tenemos muchos prejuicios con respecto al sexo.
– ¿Cuáles serían los
prejuicios? – preguntó Marito.
– Hace poco llegó a mis
manos un documento del partido titulado: "Las relaciones afectivas de los
revolucionarios". En resumidas cuentas, lo que ese documento propone es
que hay que estar casado primero para poder tener relaciones sexuales. ¿No cree
usted Marito que es un prejuicio camuflar las relaciones sexuales dándoles el
nombre de relaciones afectivas?
– A mí me parece que no –
contestó.
– ¿Por qué?
– Porque las relaciones afectivas
son más generales que las relaciones sexuales – señaló Marito.
– Pero en ese documento
de lo que se habla concretamente es de las relaciones sexuales. En el fondo se
mantiene la concepción religiosa-burguesa del “matrimonio legal". ¡Quién
no está casado no puede copular con la compañera! ¡Como sí el coito fuera
pecado! Esa es la verdad – manifestó Jorge.
German soltó una sonora
carcajada.
– ¿No es eso un
prejuicio?
– Lo que pasa es que a
usted le gusta el libertinaje – argumentó Marito.
– No es cuestión de libertinaje
ni mucho menos. Se trata de tener una relación sana con respecto al sexo. A ese
documento lo único que le hace falta es recomendar el celibato y la virginidad
como las condiciones necesarias para ser verdaderos revolucionarios. Eso es tener
una mentalidad medieval, pero sobretodo católica. Las relaciones sexuales son
tan naturales como comer y reír. En lugar de andar prohibiendo las “relaciones
ilícitas” entre los compas, deberíamos fomentar la interpretación correcta de
las relaciones sexuales y la utilización medios anticonceptivos.
– Lo que pasa es que vos
estás muy europeizado – manifestó Julio.
– Pueda ser. En todo
caso, no estoy de acuerdo con ese documento. Al respecto, he escrito un
documento donde señalo a mi juicio las debilidades ideológicas que padece ese
documento...
– ¡Interesante ¡– dijo
Julio. ¿Por qué no me lo prestás?
– Claro. Cuando
regresemos a la montaña te lo paso. Lo tengo entatusado.
Jorge sabía que Julio no
sería el único que leería el documento y eso era precisamente lo que buscaba.
En algún momento llegaría hasta los oídos de los máximos dirigentes. EI
documento oficial criticado por Jorge había sido elaborado por la Comisión
Nacional de Educación Política-Ideológica deI partido, en la cual había con
seguridad más de algún exsacerdote.
De no ser por “La Paciencia”
que pasó volando tan bajo, la discusión hubiera continuado, aunque a decir
verdad, Julio y Marito a esas alturas de la discusión ya habían perdido la
paciencia con el libertino Jorge.
AI día siguiente,
regresaron al campamento de La Laguna. La invasión había concluido. Después de
la emboscada a la altura del Picacho, el enemigo retiró sus unidades militares
utilizando un puente aéreo. Los helicópteros aterrizaban en Ojos de Agua y
desde allí transportaron a los soldados al cuartel “La Sierpes” en Chalatenango.
XXV. De regreso al campamento de La Laguna
La sección de información
y comunicaciones ocupó el antiguo local de Ramiro. Todo parecía lo mismo. Las
operadoras se ubicaron en sus antiguos puestos. Sin embargo, en el ambiente reinaba
un clima de tensión y de desconfianza inconsciente hacia el nuevo jefe. Aún se
sentía la presencia de Ramiro. No sería tarea fácil mantener sólo con mística lo
alcanzado con paciencia, tolerancia y sabiduría. Marito estaba más preocupado,
al parecer, de cuidar la “supuesta” virginidad de las radistas, que de elevar
la calidad del trabajo.
Jorge había regresado al
campamento de La Laguna después de más de dos meses de ausencia. Algunas casas
habían desaparecido del terreno. En el camino que conducía al pozo de agua se
encontró con Giovanni, el joven médico, quien le relató lo sucedido con el
hospital durante la penúltima invasión: “...el enemigo había bombardeado
durante toda la mañana. Más tarde llegaron los helicópteros a barrer con las M60.
Cuando escuchamos el ruido del huesudo, todo el mundo salió a esconderse en los
tatús. Seguramente el piloto vio cuando la gente corría a protegerse. Soltó una
bomba que cayó en la entrada de un tatú. De toda la gente que se había
refugiado allí, solamente un niño resultó herido. Estaba bastante grave y lo
trajimos al hospital. Por la tarde apareció nuevamente el helicóptero. Pedrito[2] y yo estábamos en la
cocina. En el cuarto grande estaba la mamá del niño herido cuidándolo. De
repente escuchamos el silbido de las bombas y nos tiramos instintivamente al
suelo. Lo único que sentimos fue el temblor de la tierra. Cuando nos
levantamos, la casa había desaparecido. Entre los escombros estaba la madre
abrazando al hijo. Los dos estaban muertos..."
EI cuadro que presentaba
el terreno vacío era muy tétrico. Lo único que estaba en pie era la pequeña cocina.
EI resto era un montículo de teja y tierra blanca. En el portón de la casa había
un árbol enorme de mango que tenía desde las raíces hasta la copa un color café
quemado y estaba lleno de miles de agujeros; la otra mitad del árbol había sobrevivido a
la onda expansiva de las bombas. La Laguna se había transformado en un pueblo
fantasma, donde la muerte estaba dibujada en cada rama, en cada arbusto, en
cada casa…Era el tributo que había que pagar para alcanzar la justicia social y
económica en El Salvador.
Jorge y Marito discutían
mucho y muy pocas veces estaban de acuerdo. Ambos defendían posiciones
diametralmente opuestas. Mientras tanto, al margen
de discusiones vanas y algunas veces hasta absurdas, eI tiempo pasaba lento y
pegajoso. El ocio y la inactividad operativa en la guerra son el caldo de
cultivo del relajamiento y la inconformidad. Las horas se llenaban de hastío.
EI ácido de la pereza corroía los minutos. La soledad cabalgaba por los montes
triste y acongojada, mientras los pensamientos sumergían en las turbulentas
aguas deI libertinaje. Las serpientes marinas preñadas de incertidumbre se
revolvían en las sombras del pasado. Burlona reía la tristeza y las distancias
se alargaban al vaivén de la hamaca. La paciente hormiga constructora de
porvenires, labradora de arrozales, vencedora deI tiempo y el espacio, se había
emboscado en los rincones de la inercia. La inquietud se perdía en la espera.
Las arenas movedizas se tragaban preguntas y respuestas, desapareciendo y
volviendo a resucitar fortalecidas. EI tiempo se arrastraba como lagarto viejo
y cansado, el verde milenario de su espalda llenaba el espacio de los recuerdos
y olvidos. EI monstruo se metía tan adentro de las entrañas que no podía escapar;
forcejeaba las paredes de la razón procurando por la fuerza romper la
resistencia humana. Así quedaron frente a frente, el Hombre convertido en
bestia y el tiempo, luchando por el espacio vital de la existencia.
Jorge seguía sin tener una
tarea concreta. Los días transcurrían y el témpano de hielo que lo separaba de
su jefe se hacía cada vez más grande y frío. Pero al margen de las relaciones
entre jefes y subordinados, la guerra continuaba con fuerza arrolladora. EI
enemigo había abandonado los puestos militares del Carrizal y Ojos de Agua, lo
cual permitía el contacto directo de la guerrilla con la población de esa
zona. El Coyolar, caserío ubicado en las
cercanías deI Zapotal, estaba ocupado por unidades milicianas bajo el mando de
Lencho. Prácticamente la subzona dos se encontraba bajo control guerrillero.
Solamente quedaban seis puestos militares: San José las Flores, Guarjila, EI Jícaro,
Las Vueltas, Potonico y San José Cancasque.
Desalojando al enemigo en
esas zonas, el departamento de Chalatenango quedaría dividido en dos partes. Un
Chalatenango rebelde y el otro gubernamental.
Los rumores de un
operativo militar al puesto de Guarjila habían llegado a los oídos de Jorge.
– Mire, Jorge. Usted
participará en una tarea – dijo Marito.
– ¿Qué tengo que hacer?
– Eso lo sabrá a su
debido tiempo. Hoy por la tarde tiene que presentarse en el Roble.
Marito salió de prisa deI
cuarto y se dirigió al Estado Mayor.
– Este cabrón realmente
es ridículo – comentó Jorge dirigiéndose a Samuel que compartía por esos días
la casa-cuartel con la sección de información y comunicaciones. Samuel era un
hombre de confianza del Comandante Dimas. Había sido jefe deI pelotón dos y del pelotón de armas de apoyo. Actualmente sustituía a German como jefe interino de
la sección de operaciones.
– Ja, ja, ja – rio Samuel,
mientras se balanceaba en la silla, llevándose las manos a la nuca.
– Demasiado místico este Marito
– dijo Jorge.
– Yo se cuál tarea te toca
hacer – comentó Samuel. Tenés que hacer un croquis de Guarjila...
– ¡Aleluya! ¡La santa compartimentación!
– exclamó Jorge sarcástico.
Por la tarde, Jorge se
dirigió al local del Roble. En el camino se encontró, para su sorpresa, a
Eugenio. Desde los días del Alto lo había perdido de vista.
– ¡Puta, Eugenio! ¿Qué te
habías hecho? ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo estas?
– Más o menos – respondió
Eugenio con un gesto de desdén.
– ¿Cómo sigues de las almorranas?
– Siempre me joden. No
puedo comer nada que contenga grasa – comentó.
¿Y a vos cómo te va? Te ves bien...
– No creas. Estoy
trabajando en la sección de información pero lo que menos hago es trabajar...
– ¿Yo pensé que seguías
en la FES? – preguntó.
– ¡Qué va! La verdad es
que no se por qué putas me quitaron de allí. AI menos en las FES aprendía algo nuevo
todos los días. Ya tengo más de seis semanas de estar en la sección y lo único
que he hecho es pelearme con el jefe...
– ¿Quién es tu jefe?
– Uno que ha llegado hace
poco. Se llama Mario.
– ¿Bajito y colochito?
– Ese mismo. Acá le
decimos Marito – respondió Jorge.
– Lo conozco.
– ¡Es tan esquemático! Más
cerrado que niña virgen. Me tiene hasta la coronilla con la mística
revolucionaria. Yo creo que hasta los pedos se los tira con mística...
– Vos sos desvergado –
dijo Eugenio. Mira que te van a sancionar los “Comanches” – comento riéndose.
– A estas alturas de la vida...!me
vale verga!
– Mirá que las sanciones
están de moda – advirtió amenazante Eugenio.
El comportamiento y apariencia
de indicaba que Eugenio no estaba pasando emocionalmente por buenos ratos. EI
rostro expresaba un estado depresivo y de resentimiento.
– Los “comanches” me degradaron a nivel de combatiente – expresó sin ocultar un gesto de
disgusto.
– ¿Por qué?
– No sé…
Eugenio ocultó deliberadamente
la verdad de los hechos. Eugenio abandonó sin permiso el frente, hecho que era
considerado como deserción.
– ¡Vale verga! – dijo. Si
tengo que comenzar como combatiente, lo voy a hacer.
– A Netón parece ser que
también lo han sancionado – comentó Jorge.
– Así parece – contestó Eugenio.
EI ataque al puesto
militar de Guarjila le correspondió a la columna guerrillera número uno. A
pesar de ser Lencho el jefe de la columna guerrillera, el ataque estaría
dirigido por Ramón, destacado jefe guerrillero muy conocido en el frente norte.
Por la noche, las
escuadras se dirigieron a ocupar sus posiciones de combate. Debido a la cercanía
del lugar, el acercamiento se realizó alrededor de las once de la noche. Lencho
no permitió que Eugenio combatiera. Los combates comenzaron a las dos de la
madrugada. Alas cinco de la mañana todo había pasado.
– ¿Dónde está Lencho? –
preguntó Jorge.
– Yo creo que se fue al
pozo – indicó “cobija”, un guerrillero de corta edad, pero con cara de viejo, estirando
los labios a la usanza salvadoreña.
Lencho aprovechaba el
tiempo para refrescarse un poco. Ya se había bañado en la enorme pila de
Guarjila cuando llegó Jorge.
– ¿Como salió la cosa? –preguntó.
– Bien – contestó Lencho.
Algunos soldados lograron escaparse agregó, al tiempo que se tendía en el suelo
a la par de Walter, quien descansaba junto al cañón “90 mm”.
– ¡Los hiciste mierda! –
exclamó Jorge dirigiéndose a Walter.
La granada deI cañón,
disparada por Walter, había entrado por el techo de la comandancia donde cinco
soldados habían buscado refugio. Los cinco quedaron totalmente destrozados. Lencho
se quedó dormido junto al M16. Walter y Jorge regresaron al caserío.
Jorge, hágase cargo de
los prisioneros de guerra – ordenó Marito.
Los cinco soldaditos se
encontraban sentados sobre las raíces de la ceiba real que con sus ramas
frondosas cubría gran parte de la placita de Guarjila.
– ¡Capturamos a uno! –
gritó un guerrillero mientras empujaba con la punta del FAL a un soldado
semidesnudo. Solamente le habían dejado los pantalones, que estaban prácticamente
deshechos por las esquirlas.
– ¿Quién es? – preguntó Jorge
a un soldado herido.
– Ese es el cabo –
contestó con voz suave.
– Tráiganlo para acá –
gritó Jorge.
– ¿Cómo te llamas?
– Tomás – respondió
asustado.
– ¿Cuál es tu rango?
– Soy recluta. Hace tres
meses que me reclutaron a la fuerza – contestó.
– ¡Pobrecito el niño! –
exclamó Jorge lacónico.
Ramón se acercó a Jorge.
– ¿Has visto a Lencho? –
preguntó.
– Está en el pozo –
contestó Jorge.
Ambos se dirigieron a
buscar a Lencho, quien aún continuaba tendido en el suelo cuan largo y redondo
era. Hubo necesidad de echarle unas gotas de agua en la cara para que se despertara.
AI cabo de unos minutos
llegó Héctor, jefe deI pelotón uno de la columna guerrillera y se unió al
grupo.
– Puta, Lencho – dijo Jorge.
A ti te cogen dormido y ni cuenta te das…
Entre risas y carcajadas
se escuchó una voz que salía de los arbustos cercanos a la pila de agua,
diciendo: Eh, compas, ¡no disparen ¡ Me rindo, me rindo…
Todos miraron sorprendidos
hacia el lugar de donde un soldado con el fusil en alto salía de su escondite.
– ¿Desde cuándo estás allí?
– preguntó Ramón.
– Desde que comenzó el
vergaceo – contestó el soldado.
Posteriormente, durante
los interrogatorios a que fue sometido por Jorge, el soldadito comentó que bien
pudo haber dado muerte a Lencho, cuando éste se quedó dormido. Pero no tuvo
valor de hacerlo…
Dos semanas más tarde, las
Unidades de Vanguardia atacaron exitosamente las instalaciones militares de
Potonico, punto estratégico del enemigo situado a tan sólo cinco kilómetros de
la presa hidroeléctrica deI Cerrón Grande. La planta hidroeléctrica estaba defendida
por una compañía del cuartel de Chalatenango y una sección de la Guardia
Nacional.
Samuel fue el encargado
de comandar la emboscada de contención apostada en las cercanías de la presa.
EI mando guerrillero había previsto que los refuerzos del enemigo llegarían
precisamente desde ese lugar debido a la cercanía.
EI puesto de mando
estratégico se ubicó en EI Alto. Desde el lugar se divisaba Potonico y la
carretera que unía al pueblo con la central eléctrica.
Una escuadra de la FES,
comandada por Manuelón estaba a cargo de la seguridad de los Comandantes Dimas
y Jesús.
A las tres de la mañana
el cielo se tornó naranja con las explosiones de las cargas acumulativas. La
detonación de los “candiles” (granadas de mano artesanales) se escuchaba a lo
lejos. La ametralladora M60 comenzó a hablar con su tartamudo lenguaje de fuego,
mientras las ráfagas de los M16 delataban las posiciones de las escuadras guerrilleras. Amaneció, y los combates aún
continuaban. A las cinco de la mañana las luces de un vehículo en movimiento
anunciaron la salida de los refuerzos. De pronto una explosión. Las luces del blindado
dejaron de alumbrar. La mina antitanque había funcionado a la perfección. El
combate en la emboscada había comenzado. A las nueve de la mañana los primeros aviones
caza A 37 surcaron amenazantes el cielo. Las bombas arrojadas por los aviones cayeron
en las elevaciones donde se encontraba la emboscada. El Comandante Dimas ordenó
a Samuel permanecer en el lugar hasta nueva orden. Potonico aún no caía en
manos de la guerrilla.
A la una de la tarde, Ramón
comunicó por radio que Potonico estaba bajo su control. La sección de información
se dirigió al pueblo. Jorge se encargó de dibujar el lugar y las trincheras del
enemigo. La emboscada de contención evitó que los refuerzos del enemigo
avanzaran por el camino. A las tres de la tarde, Samuel dio la orden de
replegarse escalonadamente. EI enemigo comenzó a tomarse las elevaciones y avanzar
rápidamente en dirección a Potonico. La gran cantidad de alimentos recuperados
hubo que transportarlos en un camión hasta las faldas de la montaña.
A las cinco de la tarde
los guerrilleros abandonaron el pueblo de Potonico. Veinte minutos después, una
compañía del ejército salvadoreño retomó las posiciones. Jorge y Marito se
encargaron de interrogar a los nueve prisioneros de guerra. Para Marito los
interrogatorios era algo nuevo. Alejandro, el nuevo jefe de la sección política
y personal, hizo acto de presencia y también conversó con los soldados. Alejandro
y Marito, al parecer se conocían desde algún tiempo, pues se trataban con
familiaridad.
Por la noche, Jorge
extendió el plástico sobre el suelo deI corredor de la casa donde pasarían la
noche.
– Compa, Jorge, ¿Puedo
dormir a la par suya? – preguntó una guerrillera.
– Por supuesto – respondió
Jorge, recordando que tenía más de diez meses de no dormir junto al cuerpo de
una mujer. Las horas siguientes fueron de tortura y desvelo. La compita le
había colocado la robusta pierna encima de las suyas.
Cuando Jorge le contó a
Manuelón lo sucedido, éste le respondió: ¡Ay!, Jorgito, ¡usted por bruto no se
la pisó!: ¡A mí no se me hubiera escapado! Y Jorge no dudó de sus palabras…
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