XXXV. Adiós al campamento de La Laguna Seca
Desapercibidos por la
tropa y la población civil, los comandantes más importantes habían salido del
frente. El motivo: Una reunión del Comando Central de las FPL estaba en marcha.
Nadie podía imaginarse las repercusiones históricas y las consecuencias
estratégicas que dicho encuentro tendría en el futuro de la revolución
salvadoreña. Ni siquiera ellos mismos, los comandantes guerrilleros.
Las ruedas de la historia
de la lucha de clases en El Salvador, lubricadas con el fluido vertiginoso de
la lucha armada, habían triplicado en poco tiempo las revoluciones del motor
guerrillero. EI engranaje ejército popular–pueblo movía las correas del proceso
revolucionario salvadoreño. Los pocos comandos armados de la alborada de los
años setenta se habían convertido en ejército popular de liberación. Las
unidades móviles y especiales del Frente Farabundo Martí recorrían las montañas
de Morazán, Guazapa, Cerros de San Pedro, San Vicente y Chalatenango, golpeando
a las fuerzas élites reaccionarias. En este marco de contraofensiva estratégica,
el Comando Central de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL–FM)
se reuniría en un lugar desconocido, para trazar y/o adecuar las líneas
tácticas y estratégicas en Ia nueva fase de la guerra revolucionaria.
Antes de partir, el
comandante Dimas había autorizado la salida de Jorge del frente. AI parecer, la
Comandancia, independientemente de su enfermedad, ya había decidido trasladar a
Jorge nuevamente a la zona dos, puesto que éste había recibido en esos días una
carta de “Isabelona[1]”,
la compañera deI Comandante Jesús, en la que le comunicaba que tenía que
reintegrarse a las tareas de la sección política. Cariñosamente la tropa la
llamaba “La Isabelona” debido a su porte y fortaleza. Chuzón y la Chabelona no eran
una pareja dispareja, por el contrario, ambos eran cholotones, atractivos,
estrictos, exigentes y bien educados. Isabel había remplazado a Alejandro en la
sección política.
En un par de días saldría
Jacinto, jefe de talleres, hacia la subzona dos y Jorge lo acompañaría...
Jorge se había despedido
horas antes de Medardo y “La China”. A él le regaló la chumpa azul ADIDAS y la
navaja suiza Victorinox. EI cuchillo brasileño pasó a las manos de Marvin, y a
Pedrito, el simpático y afable estudiante de medicina le regalaría una copia de
sus poemas escritos en la montaña. Lo único que se llevaría sería el viejo
uniforme verde olivo, el reloj y el casete de música cubana requisado en EI
Carrizal, y lo más valioso de todo, las páginas del diario que recopilaban sus
experiencias en las montañas del frente norte Apolinario Serrano.
– ¡Cuídate mucho “Franky-Boy”!
– Muchas gracias –
respondió risueño. Lo vamos a extrañar mucho...
– ¡Y yo a ustedes! –
contestó Jorge con la voz entrecortada.
EI campamento de La
Laguna Seca estaba desierto; parecía pueblo fantasma de película italiana del
viejo oeste. Era un caserío en ruinas, sin vida. No había chiquillos jugando en
la polvorienta calle ni mujeres con los cipotes chorreados en los brazos que
salieran a saludarlo como la primera vez. Mucha gente había emigrado a la “subzona
cinco”, como irónicamente se nombraba al campamento de refugiados en Las Mesas,
ubicado en territorio hondureño. Las pocas familias de La Laguna Seca habían
sido reubicadas en el caserío EI Chagüite próximo a La Laguna Seca.
Jorge se dirigió a El
Chagüite a buscar a Doña Nila.
– ¿Qué tal, Doña Nila?
¿Cómo está usted?
– ¡Hola, compa Jorgito!
¡Qué alegría de verlo! ¡Tanto tiempo sin verlo!
– ¿Y cómo lo han pasado
ustedes por acá?
– Más o menos. Tenemos
poca comida. Mucha gente se ha ido a Las Mesas.
– Doña NiIa, ¿todavía
tiene mis cositas?
– ¡Ay!, compa Jorge, esta
vez voy a quedar mal con usted. Fíjese que los soldados me encontraron todas
las cosas que tenía guardadas. Lo único que pude recuperar fueron unas colchas
y una camisa suya.
– No importa, que le
vamos a hacer – respondió Jorge sin darle mayor importancia a la pérdida deI
blue jeans.
– ¿No quiere un cafecito?
– ofreció la mujer campesina.
– Si, si – contestó
pensando en el envejecimiento acelerado de doña Nila.
– Acá está la camisa – dijo.
¡Me da tanta pena lo del pantalón!
Jorge tomó la camisa típica
guatemalteca con la que parecía papagayo costarricense y la guardó en la mochila.
– No se preocupe, compa.
De todas maneras usted no tiene la culpa.
– Mire, compa Jorge. Si
ve al compa Hugo me lo saluda ¿oye?
– Bueno doña Nila tengo
que irme. Hoy por la tarde salimos para Guazapa...
– Adiós pues, ¡qué le
vaya bien!
– Adiós doña Nila, cuídese
mucho y gracias por todo.
– No hay de que compita.
¡Salúdeme a Ramiro y a Memo si los ve!
Al llegar a la casa-cuartel
que durante varios meses había sido el campamento del pelotón dos y el puesto
de mando del Negro Hugo, Jorge se encontró a Marcos, antiguo jefe de la columna
guerrillera número cuatro. Venía llegando de la montañita. Visiblemente emocionado,
Marcos relataba a un grupo de guerrilleros los últimos acontecimientos en la
subzona tres.
"... hoy en la
madrugada – contaba el jefe guerrillero – los compas atacaron el puesto militar
de Tejutla. EI enemigo no opuso resistencia y abandonó las posiciones. Dicen
que desde El Paraíso les dijeron que mejor se fueran, pues del cuartel no iban
a salir refuerzos. Una sección de la Guardia Nacional que iba en desbandada
cayó en una emboscada de contención. A los primeros vergazos el sargento gritó: ¡Nos rendimos! ¡Nos rendimos!
¡Imagínense todos los guardias levantando los fusiles y gritando!: ¡no
disparen, no disparen! Solamente allí se recuperaron cincuenta y dos fusiles...
“– comentaba Marcos eufórico.
Y Marcos tenía razón para
estar contento y orgulloso del avance guerrillero en Chalatenango. La “benemérita”
Guardia Nacional, famosa por su bravura y temple en el combate, entregaba las
armas sin oponer la más mínima resistencia.
EI personal de servicios y
logística comenzó a gritar consignas. Esa misma noche las unidades de
vanguardia entrarían marchando al pueblo de Dulce Nombre de María y San Francisco
Morazán. EI enemigo había abandonado sus posiciones sin oponer resistencia.
La ofensiva guerrillera
iniciada con el ataque al pueblo de La Palma el 24 de diciembre de 1982 y acompañada
por la exitosa emboscada de “aniquilamiento y recuperación” en El Barrancón
continuaba arrolladora, barriendo al ejército reaccionario en el departamento
de Chalatenango. Sucesivamente fueron cayendo los pueblos de San Rafael, Santa
Rita y Comalapa que conformaban un anillo defensivo alrededor del cuartel de El
Paraíso. El operativo de Tejutla realizado el jueves seis de enero, había
coincidido casualmente con el levantamiento militar del destacamento número
cinco del ejército salvadoreño con sede en la ciudad de Sensuntepeque,
departamento de Cabañas. EI coronel Sigfrido Ochoa Pérez se negaba a entregar
el mando del cuartel y él por su parte exigía la dimisión del ministro de
defensa, general Guillermo García. Las contradicciones al interior de la cúpula
de las Fuerzas Armadas salvadoreñas amenazaban con romper el equilibrio estratégico
de las fuerzas en contienda. Aparte de las intrigas y luchas de poder en que se
debatían los altos jerarcas castrenses, había también diferencias políticas y
militares. Se comentaba que Sigfrido Ochoa, famoso por las masacres cometidas
contra la población civil e indefensa de Cabañas, estaba vinculado al partido
ultraderechista ARENA, liderado por el psicópata Roberto D' Abuisson, autor
intelectual del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Mientras que el
tristemente celebre General Guillermo García, coqueteaba con la democracia-cristiana,
que a su vez era apoyada por la administración norteamericana.
A nivel militar existían
dos concepciones en cuanto a la implementación de la estrategia de contrainsurgencia.
García era el defensor de los gigantescos operativos militares que además de su
inefectividad desde el punto de vista militar, eran muy costosos. La
efectividad de los operativos militares era lo que menos le importaba al prepotente
alto oficial pues con cada ofensiva militar su cuenta bancaria engordaba como
chancho y por supuesto, la de sus lacayos. Sigfrido por su parte, defendía las operaciones
antiguerrilleras continuas a nivel nacional. Se trataba de una combinación de
ofensivas pequeñas y medianas con acciones de mayor envergadura, las cuales según
él, hacían más daño a la guerrilla. La estrategia militar del ministro de
defensa, apoyada por la administración norteamericana, había fracasado rotundamente.
Los grandes operativos militares de “Yunque y Martillo” habían demostrado su
ineficacia para combatir a las fuerzas militares guerrilleras. El hecho mismo
que la guerrilla se encontrara a principios del año 1983 en los albores de una
contraofensiva estratégica, era prueba irrefutable del fracaso militar del
gobierno salvadoreño.
EI impase militar obligó
al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas salvadoreñas a concentrar a sus tropas
en los cuarteles, lo que permitió al ejército popular de liberación en apenas
cuatro días, ganar el control de grandes extensiones de terreno en
Chalatenango. La Fuerza Aérea mantuvo sus naves en los hangares del aeropuerto
militar de Ilopango. De acuerdo a las informaciones de la radio nacional
salvadoreña, la mayoría de los jefes de los batallones élites y principalmente de
la aviación apoyaban a Sigfrido Ochoa Pérez. Cinco días duró aquel pequeño
temblor que abrió una grieta minúscula en la pared “monolítica” del ejército
salvadoreño.
EI enemigo comprendió rápidamente
la situación político-militar que se había creado a raíz deI motín en
Sensuntepeque. La administración de Ronald Reagan puso coto a la contienda entre
los dos bandos militares y en lugar de enviar al coronel Sigfrido Ochoa a la
República del Paraguay como attaché militar
de la embajada salvadoreña, éste fue enviado a Washington en calidad de consejero
militar.
Más allá de la disputa
entre los militares, había un problema de fondo y éste era político-ideológico:
El coronel Ochoa Pérez representaba los intereses de la oligarquía salvadoreña,
la clase dominante más intransigente y recalcitrante en El Salvador, sólo comparable
a la oligarquía chilena. Mientras que el general Guillermo García era el paladín
de la derecha moderada de la sociedad salvadoreña, es decir, la burguesía “no
oligárquica”, la que al parecer estaría dispuesta a conversar, dialogar y
negociar con el movimiento revolucionario.
Solucionadas las contradicciones,
al menos formalmente, los A-37 abrieron sus plateadas alas y se dirigieron a
bombardear Chalatenango donde los destacamentos guerrilleros conducidos por el
Comandante Bernardo Torres amenazaban con barrer las fuerzas terrestres del ejército
salvadoreño en el frente norte Apolinario Serrano. Una vez más el elemento
caótico de la guerra volvía a jugarles una mala pasada a los revolucionarios.
Si en esas horas de atrofia operativa del Estado Mayor enemigo, la Comandancia
de las FPL-FM hubiera dado la orden de continuar con el avance militar en el
departamento de Chalatenango y si el FMLN hubiera impulsado con más energía la
ofensiva militar a nivel nacional, se hubiera creado probablemente una situación
político-militar desfavorable para el gobierno de Álvaro Magaña. Es decir un
escenario hipotético beligerante que pudiera romper el equilibrio estratégico a
favor de la revolución salvadoreña, en cuyo caso el gobierno de los Estados
Unidos hubiera arriesgado la carta de la intervención militar en El Salvador. La
intervención directa norteamericana no era una amenaza retórica ni
propagandística. Cada día que las Fuerzas Populares de Liberación y sus aliados
incrementaban el accionar militar, en la misma medida, la “vietnamización” del
conflicto salvadoreño se volvía más real. Pero esa información solamente la
podían manejar las altas esferas de la política y la diplomacia, es decir, la
Comandancia General del FMLN, los aliados estratégicos de la revolución
salvadoreña, el gobierno salvadoreño, la oligarquía , las Fuerzas Armadas y
obviamente la administración norteamericana. Pero en esos momentos históricos
de enero de 1983, el Comando Central de las Fuerzas Populares de Liberación
estaba en camino de reunirse en algún lugar del planeta tierra para decidir
sobre el futuro de la revolución salvadoreña.
Jorge meditaba tendido
sobre una banca de madera en la casa-cuartel esperando la hora de emprender la
marcha rumbo al Felipe Peña. A las cuatro de la tarde llegaron los correos que
acompañarían al grupo de guerrilleros al otro lado del lago Suchitlan.
En pocos minutos el cerro
La Bola y el cerro Talzate decían adiós a Jorge desapareciendo en el horizonte.
Los chistes del cura guerrillero entretenían a los caminantes. En el atrio de
la destruida iglesia de San Antonio Los Ranchos esperaron a otros guerrilleros
provenientes del campamento de EI Alto.
El lago artificial dormía
apacible mientras el cayuco dejaba un surco en la alfombra verde. EI croar de
las ranas cantoras se confundía con el chapotear de los remos. Poco a poco la
otra orilla se iba acercando.
Después de tres días de
larga caminata las luces de San Salvador brillaban con más fulgor. Ya no eran
las amarillentas manchas que se veían desde EI Candelero. Desde el cerro de
Guazapa, San Salvador casi se tocaba con las manos. En algún lugar del Felipe
Peña varios guerrilleros esperaban la orden para abandonar el frente de guerra.
– ¡Hola, Inti! –exclamó
Jorge sorprendido al encontrar al joven guerrillero costarricense. Yo pensé que
ya estabas afuera.
– ¡Qué va! Ya tengo más
de dos meses de estar acá – dijo Inti con desdén y un poco amargado. Jorge tenía
varios meses de no verlo. Había tenido que esperar más de un año para obtener
el visto bueno de la Comandancia para salir del frente. Fue dado de baja
semanas más tarde de la “guinda de octubre de 1981”. Durante largo tiempo había
vivido en casa de doña Nila, alejado de toda actividad política y militar.
– ¿Querés un cafecito?
– Claro – respondió Jorge.
A lo lejos se escuchaban
los estruendos de las bombas arrojadas por los A-37 en contra de las posiciones
rebeldes en las montañas de Chalatenango.
XXXVI. Rencuentro con Juan
La gente corría en las
calles. Era el trajín típico de las ciudades superpobladas de la periferia
capitalista. La densidad de población en San Salvador, ciudad capital de la
República de El Salvador, había aumentado en los últimos años a consecuencia
del conflicto armado. Las “locatarias” anunciaban a viva voz la mercancía que
ofrecían en las bolsas de plástico. Vendían de todo. Desde mangos verdes con alguashte[2] hasta piñas “para las niñas”.
Los niños con pinta de adultos pululaban en los portales de “La Dalia[3]” ofreciendo sus servicios
como lustradores de zapatos. La estatua del parque de la Libertad observaba
impávida el atraco del que era victima un transeúnte. La iglesia del Rosario con
sus paredes pintadas con viejas consignas revolucionarias, recordaban los días
gloriosos del movimiento de masas. Los “Coyotes[4]” ofreciendo relojes, pulseras
y toda clase de baratijas. El centro de San Salvador seguía siendo el mismo
hervidero de “tacuaches[5]”, mercaderes ambulantes,
indigentes, borrachos y enfermos mentales, tal y como Jorge lo había conocido
en la década de los sesenta, cuando el famoso “Carrito”, un enfermo mental que
padecía de esquizofrenia, recorría las calles de San Salvador haciendo ruidos
con los labios a modo de motor de coche y haciendo gesticulaciones con la mano
derecha que emulaban cambios de velocidad. Efectivamente, “Carrito” murió en un
accidente de tránsito, cuando por un descuido fatal, se pasó la luz roja de un
semáforo y fue atropellado.
Las calles atascadas del
humo negro del transporte público, polvo, suciedad, chuchos[6], gatos, policías y
soldados. Jorge atravesó rápidamente las angostas calles del barrio El
Calvario. Se dirigió a buscar a su padre. Desde lejos divisó a Juan, quien se
encontraba recostado en la pared de una casa viendo despreocupadamente pasar a
la gente y conversando de vez en cuando con los cargadores de banano.
EI barrio donde Juan vivía
era muy pobre y popular. Las hileras de borrachos con sus manos abiertas
pidiendo limosna se conjugaban con las putas colgadas en los balcones mostrando
las piernas llenas de varices, pintarrajeadas de colores chillantes y
perfumadas con polvos baratos. Las aceras con sus mosaicos de mierda y vómito
acentuaban más la condición de miseria en que vivía una parte del pueblo
salvadoreño.
Jorge se acercó
lentamente a su padre.
– ¡Hola!, dijo Jorge
cambiando un poco la voz.
Juan sorprendido se le
quedó mirando sin lograr reconocerlo.
– ¡Hijo! ¡Vas a creer que
en vos estaba pensando! – exclamó Juan.
Se estrecharon en abrazo
interminable. Por la mejilla de Jorge corrieron lágrimas de alegría.
– ¡Qué seco estás!,
comentó su padre.
– Si, pero me siento bien.
– ¿No tenés hambre? –
preguntó Juan viendo la cara de hambriento de su hijo.
– Un poco...
– Veníte, vamos al
mercado.
Ambos se dirigieron al
Mercado Central.
– ¿Qué vas a querer?
– Pollo asado con arroz y
un poco de ensalada – dijo suavemente Jorge aún no acostumbrado a la multitud
de gente.
– Dáme dos platos de pollo
frito y arroz – pidió Juan dirigiéndose a una mujer.
– Y también ensalada – intervino
Jorge.
– ¿Qué van a tomar? –
preguntó Ia muchacha. Hay fresco de chan,
horchata, ensalada, tamarindo y carao.
– ¿No tiene cerveza? –
preguntó Jorge.
– No, pero si gusta se la
mando a comprar.
– Vaya, pues.
– ¡Mira, vos! – dijo la
mujer dirigiéndose a una niña. Andá a traerle una cerveza al señor...
– Dos – corrigió Juan.
– Por nuestro encuentro –
dijo Jorge al tiempo que levantaba la Pilsener.
– ¿No vas a querer más? –preguntó
Juan.
– No, no. Es suficiente –
respondió Jorge.
– ¡Come, hombre! Mirá que
estás bien flaco...
– ¿Qué posibilidades hay
de vivir donde Toño? – preguntó Jorge.
– Yo creo que no hay
problema. Si querés le llamo por teléfono,
– Dígale que llegué hoy
de Guatemala y que estoy de paso.
Después del sabroso almuerzo,
Juan colocó su brazo derecho sobre el hombro de Jorge y caminaron sin rumbo
determinado sobre la avenida 29 de agosto. Había tanto que contar que Jorge no
encontró palabras ni por donde comenzar. Juan tampoco hacía preguntas. Así que
en silencio y sin darse cuenta llegaron al puente sobre el río Acelhuate. Muy
cerquita de allí había nacido Jorge. Pero el árbol de Amate ya no estaba ni el
cuartucho donde lo parió su madre. Muchas cosas habían cambiado desde entonces,
sin embargo la pobreza y la miseria del lugar seguían siendo las mismas. Jorge
todavía conservaba en su memoria sensorial el olor de aquella niñita con quien
él jugaba en el patio de tierra. Era el olor de los más pobres del mundo.
A las nueve de la mañana
tenía el contacto. Jorge había dormido en casa de su primo. Al entrar al cafetín
se dio cuenta que la compañera aún no había llegado. Decidió desayunar de nuevo
para darle tiempo al enlace. Buscó una mesa que le permitiera observar la
calle. A las nueve en punto apareció la compañera. Jorge se paró y la besó en
la mejilla a la usanza chilena. Había que aparentar naturalidad. Ambos tenían
pinta de pequeñoburgueses a más no poder y había que aprovechar esa situación.
Jorge colocó la cajetilla
de Marlboro sobre la mesa y las llaves del Toyota Corolla
– ¿Qué vas tomar? –
preguntó Jorge.
– Un café…
– ¡Pist, pist!, un café
por favor!
– ¿Y cómo salió todo? ¿No
hubo ningún problema?
– Todo bien. Pasamos
varios retenes, pero no nos controlaron.
– ¿Encontraste a tu papá?
– Si.
– Se debe haber puesto
muy contento…
– Claro, ¡ya te podrás
imaginar!
– ¿Y no hay ningún problema
que vivas con él?
– Es que no voy a vivir
allí sino donde unos familiares. Viven en otro barrio y es menos sospechoso.
– ¡Ah, está bien! Porque
nosotros estamos jodidos con los locales. La guerrillera iba a continuar
hablando cuando la punta del zapato de Jorge la hizo callar. : La camarera
traía el café.
– Mirá, Jorge. Nosotros
ya no nos vamos a encontrar de nuevo, mi tarea era solamente sacarte del frente
y dejarte conectado en la “metro”. El lunes te llevarán al hospital...
– Ojalá que la compa o el
compa también tenga la misma pinta de “pequebu” para que no haya mucha regazón, comentó Jorge en son de broma...
– No te preocupes, de eso
me encargo yo – comentó la compañera al tiempo que sacaba de su cartera una
cajetilla de Marlboro. Tomó un cigarrillo y lo prendió con mucha elegancia.
– Bueno, tengo que irme,
a las nueve y media tengo otro conecte.
Tomó la cajetilla que Jorge
había dejado encima de la mesa y Ia metió en su cartera.
– Dale a los compas estos
treinta colones. Dile a Mario[7] que lo reparta entre
todos.
– Está bien. Bueno,
cuidáte. ¿Eh? – dijo la guerrillera.
Jorge se paró y la besó
ritualmente.
– ¡Ahí nos vemos!
– ¡Chao!
Jorge tomó la cajetilla
de cigarrillos y salió a la calle. Se subió en el carro y comenzó a manejar sin
dirigirse a ningún lugar determinado. Después de comprobar que no era
perseguido por el enemigo, dobló a la derecha. Tomó la calle Arce hasta llegar
a la 25 avenida sur. Al frente, las araucarias del Hospital Rosales, a la
izquierda la antigua facultad de medicina que parecía una ruina, víctima de
algún terremoto. Jorge recordó los famosos desfiles Bufos de los estudiantes
universitarios. El cataclismo de la ignorancia había destruido en 1972 las
aulas de aquel recinto universitario. EI saqueo y la destrucción de la ciencia
había sido el emblema del espíritu neofascista de los gobiernos militares. Al
llegar a la avenida Roosevelt viró a la derecha. Los túmulos de concreto
atravesaban la ancha vía. En la entrada del Hospital Militar se agrupaban los
soldados heridos en los campos de batalla formando enjambres de zánganos verdes.
Desde el redondel del
paseo General Escalón se divisaba una parte de la ciudad de San Salvador. En
los últimos años la capital se había agrandado enormemente. EI cerro San Jacinto
albergaba a miles de salvadoreños. Los límites antiguos entre ricos y pobres
habían desaparecido.
Las colonias de la
burguesía y la pequeña burguesía, La Escalón y la San Benito, habían dejado de
ser los bastiones exclusivos de los mandamases
salvadoreños. Junto al corazón de la villa miseria de La Fortaleza, emergían
las lujosas mansiones de los nuevos ricos en la colonia San Francisco...
La Prensa Gráfica
informaba acerca deI ataque subversivo al puesto militar de Miramundo en las
cercanías del pico EI Pital, en Chalatenango. La ofensiva guerrillera
continuaba. Miramundo era un centro de comunicaciones estratégico deI enemigo
custodiado por la Guardia Nacional. A decir de los medios de comunicación
oficiales, el ataque había sido rechazado por las fuerzas gubernamentales. EI
ejército salvadoreño “ganaba la guerra” diariamente en el Diario de Hoy, La
Prensa Gráfica y Diario Latino. Los telenoticieros documentaban la guerra con
películas producidas para provocar efectos psicológicos en la población civil
de las grandes ciudades. Se mostraba el poderío y la efectividad de los
batallones de reacción inmediata. AI mismo tiempo que maquillaban de dulzura y
bondad el rostro duro deI soldado.
Mientras tanto, la verdad
de la guerra continuaba llenando el muro de cemento del Parque Cuscatlán de
soldados inválidos y mutilados.
En las faldas deI volcán
de San Salvador se construía el nuevo hospital militar, porque el antiguo ya no
daba abasto.
Diariamente los helicópteros
sobrevolaban el espacio aéreo de San Salvador transportando cientos de heridos.
Esa era la cruda verdad de la guerra. Obviamente, el ejército salvadoreño
estaba perdiendo la guerra en las montañas. En las calles de la capital se
respiraba la guerra. Los precios de los productos básicos habían aumentado
vertiginosamente. La inflación galopaba como caballo desbocado. Por las noches,
la lucha armada rompía la engañosa tranquilidad capitalina con los estruendos
de las bombas y los prolongados cortes de energía eléctrica. Sin embargo, para
la mayoría de la gente en las ciudades, la guerra estaba allá lejos, muy lejos:
En los cerros de Morazán, en Chalatenango, en San Pedro, en Guazapa y en San
Vicente.
EI espacio político para
las grandes manifestaciones se había perdido. EI pueblo guardaba silencio en
espera deI nuevo amanecer prometido por los muchachos. Ahí seguían los obreros
llenando diariamente el servicio de transporte urbano, los estudiantes de secundaria
continuaban visitando los colegios y los institutos, los maestros con sus
camisas almidonadas impartiendo sus clases. Los actores principales de la
contienda humana continuaban abarrotando las calles, no se los había tragado la
tierra, tampoco estaban todos en las montañas. ¿Qué pasaba entonces? ¿La
represión? ¿La falta de cuadros dirigentes? ¿Falta de vínculos orgánicos con
las masas populares? ¿Atrofia política deI pueblo? ¿Errores políticos deI
movimiento revolucionario? Las clases dominantes todavía mantenían su dominio y
control sobre los medios de producción. La oligarquía y la burguesía salvadoreña
seguían viviendo bien a pesar de la guerra. Eso sí, había más pobreza y miseria
en los sectores más pobres de la sociedad salvadoreña. Sin embargo, la
actividad política de las masas populares era prácticamente nula. Es decir, que
en el sentido estrictamente leninista no existía una situación verdaderamente
revolucionaria. Si las masas populares ya no hubieran querido seguir viviendo
“como antes” y si la oligarquía
salvadoreña hubiera sido incapaz de seguir viviendo como “hasta entonces”, con
la existencia y poderío del ejército popular de liberación en los frentes de
guerra, la insurrección popular hubiera sido posible.
Jorge meditaba acerca del
proceso revolucionario salvadoreño entre la nube azul del cigarrillo sin
encontrar respuestas adecuadas y coherentes a lo que diariamente veía en San Salvador.
Obviamente la revolución tenía dos caras. En una, la sonrisa optimista del
triunfo popular que embellecía la campiña cuzcatleca en los frentes de guerra y
en la otra, se reflejaba la apatía, el pesimismo y el cansancio de la guerra del
ciudadano de a pie en las calles y en las aceras de las ciudades.
A nivel militar se había
avanzado enormemente, pero en San Salvador, la clase obrera y los sectores más
populares no parecían estar interesados en la guerra o mejor dicho, en la
insurrección popular para la toma del poder. ¡Ni hablar de la pequeña burguesía
y demócratas progresistas!
XXXVII. De regreso al frente externo
"... Su atención par
favor, pasajeros con destino a la ciudad de Tegucigalpa, favor abordar por la
puerta tres... su atención por favor, pasajeros... "
– ¿Cuánto cuesta el
cuadro? – preguntó Jorge indicando con el dedo una replica del mapa de EI
Salvador.
– ¿Éste?
– Si.
– Ocho dólares –
respondió amablemente la vendedora.
– ¿Puedo verlo?
– ¡Por supuesto!
– ¿Dónde los fabrican?
– Estos son de La Palma –
contestó la chica.
– ¡Ah, sí! – exclamó Jorge
al tiempo que de sus Iabios brotaba una sonrisa que la muchacha interpretó como
un discreto piropo.
Juan se marcharía hasta
que el avión hubiera despegado.
Jorge había pasado sin
mayores problemas el control de aduanas. Saludó por última vez a su padre y se
dirigió al pasillo número tres.
Las luces del letrero se
encendieron: Fasten your seat beIt. No Smoking.
Las azafatas repartían cortésmente
los matutinos.
– ¿EI Diario o La Prensa?
–La Prensa por favor....
(IPS)..."recién
formado grupo de Contadora prepara plan de pacificación en Centroamérica...
"
(Reuter)... "La
iniciativa del grupo de Contadora busca poner fin a la crisis centroamericana....
Los cancilleres de México, Colombia, Venezuela y Panamá acordaron la elaboración
de un plan global de pacificación para terminar con el derramamiento de
sangre..."
(AP)... "La
Internacional Socialista afirma que apoyará la gestión de Contadora. Así lo
manifestó el Vicepresidente de ese organismo, Olaf Palme, en conferencia de
prensa celebraba en Estocolmo, Suecia…”
(UP)..."EI Papa Juan
Pablo II visitará EI Salvador el próximo mes. La visita del sumo pontífice
contribuirá a encontrar una solución pacífica al conflicto centroamericano. EI
representante de Dios en la tierra ha pedido, tanto al gobierno salvadoreño como
a los rebeldes, iniciar un diálogo constructivo... "
Jorge dobló el periódico
y lo colocó en el asiento vacío. AI frente, la azafata daba las instrucciones
de rutina.
– "Pareciera que
todo el mundo está por el diálogo y la negociación" – pensó Jorge. Luego, absorto
en sus pensamientos parecía hipnotizado tratando de distinguir las montañas de
Chalatenango.
– "... A lo mejor Lencho
– decía para sí – Ie estará explicando a un “nuevo recluta” que solamente se trata
deI avión de las nueve... "
–..."Sólo cuando vengan
los Fougas, entonces vas a conocer la diferencia – dijo Jorge en voz baja
mientras se secaba las lágrimas.
Desde arriba todo se veía
pequeño, imposible detectar a una persona bajo un arbusto o un árbol. Sin embargo,
estando en la tierra, el espacio se encogía y parecía que el único que se
distinguía entre la maleza era el guerrillero.
Allá abajo quedaban sus
maestros. Había entrado a Ia montaña con la inocencia casi de un adolescente.
EI ejemplo sencillo deI campesino, deI obrero, deI estudiante lo habían
transformado en Hombre. La risa contagiosa de Manuelón, la límpia mirada deI
bicho Frank y la madurez de Lencho era el tesoro más preciado que guardaba en el
corazón.
Sabía de lo que era capaz
el Hombre, incluso en las circunstancias más adversas, cuando defiende una
causa justa y la guerra revolucionaria salvadoreña era infinitamente justa. Mientras
vivieran los Medardos, los Tinos, las Chinas y las Ana Marías, la esperanza de
un nuevo amanecer no sería una utopía...
El vuelo transatlántico
del Boeing 747 fue tranquilo y agradable. Después de los trámites aduaneros Jorge salió buscando a su compañera y a su
hijita, como un niño a sus padres, después del primer día de clases, pero no
había nadie esperándolo. Tomó asiento y abrió el libro que venía leyendo en el avión:
“Historia y Conciencia de Clases" de George Lukas. No habían transcurridos
treinta segundos, cuando vio a su compañera con la niña en brazos buscándolo a
él entre los pasajeros que salían por la puerta. Se acercó lentamente,
desapercibido por los ojos de Silvia que trataban de localizarlo. La abrazó por
la espalda. Silvia giró violentamente sobre su eje y miró fijamente a su compañero
sin lograr reconocerlo.
– ¡Amor, soy yo! – exclamó
Jorge al notar extrañeza en la mirada de Silvia.
Milésimas de segundos los
separaron. Jorge no se daba cuenta que él había cambiado muchísimo físicamente:
la tez más cobriza que morena castigada por el sol tropical, exageradamente
flaco y para colmo de males, sin barba. La montaña lo había transformado en
otro hombre. Lo único que no había cambiado era el amor que sentía por Silvia,
su compañera y amiga. Se besaron tiernamente sin percatarse que ambos lloraban.
Les parecía lo más natural del mundo llorar en esos momentos. La pequeña observaba
la escena de amor y cariño.
– ¡Venga mi tesorito!
dele un abrazo fete, fete a su papito.
La niña lo envolvió todo
con sus diminutos brazos. Jorge sintió el palpitar acelerado del corazoncito de
su hija y la colmó de besos.
– ¿Cómo está mi pajarito?
– Ben – respondió quedamente la niña. Por la noche los amantes se
dedicaron a recorrer sus cálidos cuerpos, a explorar nuevos rincones, a
reconocer parajes conocidos, a saciar la sed de amor restringida durante largos
meses. Se hincharon de amor y deseo.
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