sábado, 15 de diciembre de 2012

Cerca del amanecer...16

XXXV. Adiós al campamento de La Laguna Seca


Desapercibidos por la tropa y la población civil, los comandantes más importantes habían salido del frente. El motivo: Una reunión del Comando Central de las FPL estaba en marcha. Nadie podía imaginarse las repercusiones históricas y las consecuencias estratégicas que dicho encuentro tendría en el futuro de la revolución salvadoreña. Ni siquiera ellos mismos, los comandantes guerrilleros.
Las ruedas de la historia de la lucha de clases en El Salvador, lubricadas con el fluido vertiginoso de la lucha armada, habían triplicado en poco tiempo las revoluciones del motor guerrillero. EI engranaje ejército popular–pueblo movía las correas del proceso revolucionario salvadoreño. Los pocos comandos armados de la alborada de los años setenta se habían convertido en ejército popular de liberación. Las unidades móviles y especiales del Frente Farabundo Martí recorrían las montañas de Morazán, Guazapa, Cerros de San Pedro, San Vicente y Chalatenango, golpeando a las fuerzas élites reaccionarias. En este marco de contraofensiva estratégica, el Comando Central de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL–FM) se reuniría en un lugar desconocido, para trazar y/o adecuar las líneas tácticas y estratégicas en Ia nueva fase de la guerra revolucionaria.
Antes de partir, el comandante Dimas había autorizado la salida de Jorge del frente. AI parecer, la Comandancia, independientemente de su enfermedad, ya había decidido trasladar a Jorge nuevamente a la zona dos, puesto que éste había recibido en esos días una carta de “Isabelona[1]”, la compañera deI Comandante Jesús, en la que le comunicaba que tenía que reintegrarse a las tareas de la sección política. Cariñosamente la tropa la llamaba “La Isabelona” debido a su porte y fortaleza. Chuzón y la Chabelona no eran una pareja dispareja, por el contrario, ambos eran cholotones, atractivos, estrictos, exigentes y bien educados. Isabel había remplazado a Alejandro en la sección política.
En un par de días saldría Jacinto, jefe de talleres, hacia la subzona dos y Jorge lo acompañaría...
Jorge se había despedido horas antes de Medardo y “La China”. A él le regaló la chumpa azul ADIDAS y la navaja suiza Victorinox. EI cuchillo brasileño pasó a las manos de Marvin, y a Pedrito, el simpático y afable estudiante de medicina le regalaría una copia de sus poemas escritos en la montaña. Lo único que se llevaría sería el viejo uniforme verde olivo, el reloj y el casete de música cubana requisado en EI Carrizal, y lo más valioso de todo, las páginas del diario que recopilaban sus experiencias en las montañas del frente norte Apolinario Serrano.
– ¡Cuídate mucho “Franky-Boy”!
– Muchas gracias – respondió risueño. Lo vamos a extrañar mucho...
– ¡Y yo a ustedes! – contestó Jorge con la voz entrecortada.

EI campamento de La Laguna Seca estaba desierto; parecía pueblo fantasma de película italiana del viejo oeste. Era un caserío en ruinas, sin vida. No había chiquillos jugando en la polvorienta calle ni mujeres con los cipotes chorreados en los brazos que salieran a saludarlo como la primera vez. Mucha gente había emigrado a la “subzona cinco”, como irónicamente se nombraba al campamento de refugiados en Las Mesas, ubicado en territorio hondureño. Las pocas familias de La Laguna Seca habían sido reubicadas en el caserío EI Chagüite próximo a La Laguna Seca.
Jorge se dirigió a El Chagüite a buscar a Doña Nila.
– ¿Qué tal, Doña Nila? ¿Cómo está usted?
– ¡Hola, compa Jorgito! ¡Qué alegría de verlo! ¡Tanto tiempo sin verlo!
– ¿Y cómo lo han pasado ustedes por acá?
– Más o menos. Tenemos poca comida. Mucha gente se ha ido a Las Mesas.
– Doña NiIa, ¿todavía tiene mis cositas?
– ¡Ay!, compa Jorge, esta vez voy a quedar mal con usted. Fíjese que los soldados me encontraron todas las cosas que tenía guardadas. Lo único que pude recuperar fueron unas colchas y una camisa suya.
– No importa, que le vamos a hacer – respondió Jorge sin darle mayor importancia a la pérdida deI blue jeans.
– ¿No quiere un cafecito? – ofreció la mujer campesina.
– Si, si – contestó pensando en el envejecimiento acelerado de doña Nila.
– Acá está la camisa – dijo. ¡Me da tanta pena lo del pantalón!
Jorge tomó la camisa típica guatemalteca con la que parecía papagayo costarricense y la guardó en la mochila.
– No se preocupe, compa. De todas maneras usted no tiene la culpa.
– Mire, compa Jorge. Si ve al compa Hugo me lo saluda ¿oye?
– Bueno doña Nila tengo que irme. Hoy por la tarde salimos para Guazapa...
– Adiós pues, ¡qué le vaya bien!
– Adiós doña Nila, cuídese mucho y gracias por todo.
– No hay de que compita. ¡Salúdeme a Ramiro y a Memo si los ve!

Al llegar a la casa-cuartel que durante varios meses había sido el campamento del pelotón dos y el puesto de mando del Negro Hugo, Jorge se encontró a Marcos, antiguo jefe de la columna guerrillera número cuatro. Venía llegando de la montañita. Visiblemente emocionado, Marcos relataba a un grupo de guerrilleros los últimos acontecimientos en la subzona tres.
"... hoy en la madrugada – contaba el jefe guerrillero – los compas atacaron el puesto militar de Tejutla. EI enemigo no opuso resistencia y abandonó las posiciones. Dicen que desde El Paraíso les dijeron que mejor se fueran, pues del cuartel no iban a salir refuerzos. Una sección de la Guardia Nacional que iba en desbandada cayó en una emboscada de contención. A los primeros vergazos el sargento gritó: ¡Nos rendimos! ¡Nos rendimos! ¡Imagínense todos los guardias levantando los fusiles y gritando!: ¡no disparen, no disparen! Solamente allí se recuperaron cincuenta y dos fusiles... “– comentaba Marcos eufórico.
Y Marcos tenía razón para estar contento y orgulloso del avance guerrillero en Chalatenango. La “benemérita” Guardia Nacional, famosa por su bravura y temple en el combate, entregaba las armas sin oponer la más mínima resistencia.
EI personal de servicios y logística comenzó a gritar consignas. Esa misma noche las unidades de vanguardia entrarían marchando al pueblo de Dulce Nombre de María y San Francisco Morazán. EI enemigo había abandonado sus posiciones sin oponer resistencia.

La ofensiva guerrillera iniciada con el ataque al pueblo de La Palma el 24 de diciembre de 1982 y acompañada por la exitosa emboscada de “aniquilamiento y recuperación” en El Barrancón continuaba arrolladora, barriendo al ejército reaccionario en el departamento de Chalatenango. Sucesivamente fueron cayendo los pueblos de San Rafael, Santa Rita y Comalapa que conformaban un anillo defensivo alrededor del cuartel de El Paraíso. El operativo de Tejutla realizado el jueves seis de enero, había coincidido casualmente con el levantamiento militar del destacamento número cinco del ejército salvadoreño con sede en la ciudad de Sensuntepeque, departamento de Cabañas. EI coronel Sigfrido Ochoa Pérez se negaba a entregar el mando del cuartel y él por su parte exigía la dimisión del ministro de defensa, general Guillermo García. Las contradicciones al interior de la cúpula de las Fuerzas Armadas salvadoreñas amenazaban con romper el equilibrio estratégico de las fuerzas en contienda. Aparte de las intrigas y luchas de poder en que se debatían los altos jerarcas castrenses, había también diferencias políticas y militares. Se comentaba que Sigfrido Ochoa, famoso por las masacres cometidas contra la población civil e indefensa de Cabañas, estaba vinculado al partido ultraderechista ARENA, liderado por el psicópata Roberto D' Abuisson, autor intelectual del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Mientras que el tristemente celebre General Guillermo García, coqueteaba con la democracia-cristiana, que a su vez era apoyada por la administración norteamericana.

A nivel militar existían dos concepciones en cuanto a la implementación de la estrategia de contrainsurgencia. García era el defensor de los gigantescos operativos militares que además de su inefectividad desde el punto de vista militar, eran muy costosos. La efectividad de los operativos militares era lo que menos le importaba al prepotente alto oficial pues con cada ofensiva militar su cuenta bancaria engordaba como chancho y por supuesto, la de sus lacayos. Sigfrido por su parte, defendía las operaciones antiguerrilleras continuas a nivel nacional. Se trataba de una combinación de ofensivas pequeñas y medianas con acciones de mayor envergadura, las cuales según él, hacían más daño a la guerrilla. La estrategia militar del ministro de defensa, apoyada por la administración norteamericana, había fracasado rotundamente. Los grandes operativos militares de “Yunque y Martillo” habían demostrado su ineficacia para combatir a las fuerzas militares guerrilleras. El hecho mismo que la guerrilla se encontrara a principios del año 1983 en los albores de una contraofensiva estratégica, era prueba irrefutable del fracaso militar del gobierno salvadoreño.
EI impase militar obligó al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas salvadoreñas a concentrar a sus tropas en los cuarteles, lo que permitió al ejército popular de liberación en apenas cuatro días, ganar el control de grandes extensiones de terreno en Chalatenango. La Fuerza Aérea mantuvo sus naves en los hangares del aeropuerto militar de Ilopango. De acuerdo a las informaciones de la radio nacional salvadoreña, la mayoría de los jefes de los batallones élites y principalmente de la aviación apoyaban a Sigfrido Ochoa Pérez. Cinco días duró aquel pequeño temblor que abrió una grieta minúscula en la pared “monolítica” del ejército salvadoreño.

EI enemigo comprendió rápidamente la situación político-militar que se había creado a raíz deI motín en Sensuntepeque. La administración de Ronald Reagan puso coto a la contienda entre los dos bandos militares y en lugar de enviar al coronel Sigfrido Ochoa a la República del Paraguay como attaché militar de la embajada salvadoreña, éste fue enviado a Washington en calidad de consejero militar.
Más allá de la disputa entre los militares, había un problema de fondo y éste era político-ideológico: El coronel Ochoa Pérez representaba los intereses de la oligarquía salvadoreña, la clase dominante más intransigente y recalcitrante en El Salvador, sólo comparable a la oligarquía chilena. Mientras que el general Guillermo García era el paladín de la derecha moderada de la sociedad salvadoreña, es decir, la burguesía “no oligárquica”, la que al parecer estaría dispuesta a conversar, dialogar y negociar con el movimiento revolucionario.
Solucionadas las contradicciones, al menos formalmente, los A-37 abrieron sus plateadas alas y se dirigieron a bombardear Chalatenango donde los destacamentos guerrilleros conducidos por el Comandante Bernardo Torres amenazaban con barrer las fuerzas terrestres del ejército salvadoreño en el frente norte Apolinario Serrano. Una vez más el elemento caótico de la guerra volvía a jugarles una mala pasada a los revolucionarios. Si en esas horas de atrofia operativa del Estado Mayor enemigo, la Comandancia de las FPL-FM hubiera dado la orden de continuar con el avance militar en el departamento de Chalatenango y si el FMLN hubiera impulsado con más energía la ofensiva militar a nivel nacional, se hubiera creado probablemente una situación político-militar desfavorable para el gobierno de Álvaro Magaña. Es decir un escenario hipotético beligerante que pudiera romper el equilibrio estratégico a favor de la revolución salvadoreña, en cuyo caso el gobierno de los Estados Unidos hubiera arriesgado la carta de la intervención militar en El Salvador. La intervención directa norteamericana no era una amenaza retórica ni propagandística. Cada día que las Fuerzas Populares de Liberación y sus aliados incrementaban el accionar militar, en la misma medida, la “vietnamización” del conflicto salvadoreño se volvía más real. Pero esa información solamente la podían manejar las altas esferas de la política y la diplomacia, es decir, la Comandancia General del FMLN, los aliados estratégicos de la revolución salvadoreña, el gobierno salvadoreño, la oligarquía , las Fuerzas Armadas y obviamente la administración norteamericana. Pero en esos momentos históricos de enero de 1983, el Comando Central de las Fuerzas Populares de Liberación estaba en camino de reunirse en algún lugar del planeta tierra para decidir sobre el futuro de la revolución salvadoreña.

Jorge meditaba tendido sobre una banca de madera en la casa-cuartel esperando la hora de emprender la marcha rumbo al Felipe Peña. A las cuatro de la tarde llegaron los correos que acompañarían al grupo de guerrilleros al otro lado del lago Suchitlan.
En pocos minutos el cerro La Bola y el cerro Talzate decían adiós a Jorge desapareciendo en el horizonte. Los chistes del cura guerrillero entretenían a los caminantes. En el atrio de la destruida iglesia de San Antonio Los Ranchos esperaron a otros guerrilleros provenientes del campamento de EI Alto.
El lago artificial dormía apacible mientras el cayuco dejaba un surco en la alfombra verde. EI croar de las ranas cantoras se confundía con el chapotear de los remos. Poco a poco la otra orilla se iba acercando.
Después de tres días de larga caminata las luces de San Salvador brillaban con más fulgor. Ya no eran las amarillentas manchas que se veían desde EI Candelero. Desde el cerro de Guazapa, San Salvador casi se tocaba con las manos. En algún lugar del Felipe Peña varios guerrilleros esperaban la orden para abandonar el frente de guerra.
– ¡Hola, Inti! –exclamó Jorge sorprendido al encontrar al joven guerrillero costarricense. Yo pensé que ya estabas afuera.
– ¡Qué va! Ya tengo más de dos meses de estar acá – dijo Inti con desdén y un poco amargado. Jorge tenía varios meses de no verlo. Había tenido que esperar más de un año para obtener el visto bueno de la Comandancia para salir del frente. Fue dado de baja semanas más tarde de la “guinda de octubre de 1981”. Durante largo tiempo había vivido en casa de doña Nila, alejado de toda actividad política y militar.
– ¿Querés un cafecito?
– Claro – respondió Jorge.
A lo lejos se escuchaban los estruendos de las bombas arrojadas por los A-37 en contra de las posiciones rebeldes en las montañas de Chalatenango.


XXXVI. Rencuentro con Juan

La gente corría en las calles. Era el trajín típico de las ciudades superpobladas de la periferia capitalista. La densidad de población en San Salvador, ciudad capital de la República de El Salvador, había aumentado en los últimos años a consecuencia del conflicto armado. Las “locatarias” anunciaban a viva voz la mercancía que ofrecían en las bolsas de plástico. Vendían de todo. Desde mangos verdes con alguashte[2] hasta piñas “para las niñas”. Los niños con pinta de adultos pululaban en los portales de “La Dalia[3]” ofreciendo sus servicios como lustradores de zapatos. La estatua del parque de la Libertad observaba impávida el atraco del que era victima un transeúnte. La iglesia del Rosario con sus paredes pintadas con viejas consignas revolucionarias, recordaban los días gloriosos del movimiento de masas. Los “Coyotes[4]” ofreciendo relojes, pulseras y toda clase de baratijas. El centro de San Salvador seguía siendo el mismo hervidero de “tacuaches[5]”, mercaderes ambulantes, indigentes, borrachos y enfermos mentales, tal y como Jorge lo había conocido en la década de los sesenta, cuando el famoso “Carrito”, un enfermo mental que padecía de esquizofrenia, recorría las calles de San Salvador haciendo ruidos con los labios a modo de motor de coche y haciendo gesticulaciones con la mano derecha que emulaban cambios de velocidad. Efectivamente, “Carrito” murió en un accidente de tránsito, cuando por un descuido fatal, se pasó la luz roja de un semáforo y fue atropellado.
Las calles atascadas del humo negro del transporte público, polvo, suciedad, chuchos[6], gatos, policías y soldados. Jorge atravesó rápidamente las angostas calles del barrio El Calvario. Se dirigió a buscar a su padre. Desde lejos divisó a Juan, quien se encontraba recostado en la pared de una casa viendo despreocupadamente pasar a la gente y conversando de vez en cuando con los cargadores de banano.
EI barrio donde Juan vivía era muy pobre y popular. Las hileras de borrachos con sus manos abiertas pidiendo limosna se conjugaban con las putas colgadas en los balcones mostrando las piernas llenas de varices, pintarrajeadas de colores chillantes y perfumadas con polvos baratos. Las aceras con sus mosaicos de mierda y vómito acentuaban más la condición de miseria en que vivía una parte del pueblo salvadoreño.
Jorge se acercó lentamente a su padre.
– ¡Hola!, dijo Jorge cambiando un poco la voz.
Juan sorprendido se le quedó mirando sin lograr reconocerlo.
– ¡Hijo! ¡Vas a creer que en vos estaba pensando! – exclamó Juan.
Se estrecharon en abrazo interminable. Por la mejilla de Jorge corrieron lágrimas de alegría.
– ¡Qué seco estás!, comentó su padre.
– Si, pero me siento bien.
– ¿No tenés hambre? – preguntó Juan viendo la cara de hambriento de su hijo.
– Un poco...
– Veníte, vamos al mercado.
Ambos se dirigieron al Mercado Central.
– ¿Qué vas a querer?
– Pollo asado con arroz y un poco de ensalada – dijo suavemente Jorge aún no acostumbrado a la multitud de gente.
– Dáme dos platos de pollo frito y arroz – pidió Juan dirigiéndose a una mujer.
– Y también ensalada – intervino Jorge.
– ¿Qué van a tomar? – preguntó Ia muchacha. Hay fresco de chan, horchata, ensalada, tamarindo y carao.
– ¿No tiene cerveza? – preguntó Jorge.
– No, pero si gusta se la mando a comprar.
– Vaya, pues.
– ¡Mira, vos! – dijo la mujer dirigiéndose a una niña. Andá a traerle una cerveza al señor...
– Dos – corrigió Juan.
– Por nuestro encuentro – dijo Jorge al tiempo que levantaba la Pilsener.
– ¿No vas a querer más? –preguntó Juan.
– No, no. Es suficiente – respondió Jorge.
– ¡Come, hombre! Mirá que estás bien flaco...
– ¿Qué posibilidades hay de vivir donde Toño? – preguntó Jorge.
– Yo creo que no hay problema. Si querés le llamo por teléfono,
– Dígale que llegué hoy de Guatemala y que estoy de paso.

Después del sabroso almuerzo, Juan colocó su brazo derecho sobre el hombro de Jorge y caminaron sin rumbo determinado sobre la avenida 29 de agosto. Había tanto que contar que Jorge no encontró palabras ni por donde comenzar. Juan tampoco hacía preguntas. Así que en silencio y sin darse cuenta llegaron al puente sobre el río Acelhuate. Muy cerquita de allí había nacido Jorge. Pero el árbol de Amate ya no estaba ni el cuartucho donde lo parió su madre. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, sin embargo la pobreza y la miseria del lugar seguían siendo las mismas. Jorge todavía conservaba en su memoria sensorial el olor de aquella niñita con quien él jugaba en el patio de tierra. Era el olor de los más pobres del mundo.


A las nueve de la mañana tenía el contacto. Jorge había dormido en casa de su primo. Al entrar al cafetín se dio cuenta que la compañera aún no había llegado. Decidió desayunar de nuevo para darle tiempo al enlace. Buscó una mesa que le permitiera observar la calle. A las nueve en punto apareció la compañera. Jorge se paró y la besó en la mejilla a la usanza chilena. Había que aparentar naturalidad. Ambos tenían pinta de pequeñoburgueses a más no poder y había que aprovechar esa situación.
Jorge colocó la cajetilla de Marlboro sobre la mesa y las llaves del Toyota Corolla
– ¿Qué vas tomar? – preguntó Jorge.
– Un café…
– ¡Pist, pist!, un café por favor!
– ¿Y cómo salió todo? ¿No hubo ningún problema?
– Todo bien. Pasamos varios retenes, pero no nos controlaron.
– ¿Encontraste a tu papá?
– Si.
– Se debe haber puesto muy contento…
– Claro, ¡ya te podrás imaginar!
– ¿Y no hay ningún problema que vivas con él?
– Es que no voy a vivir allí sino donde unos familiares. Viven en otro barrio y es menos sospechoso.
– ¡Ah, está bien! Porque nosotros estamos jodidos con los locales. La guerrillera iba a continuar hablando cuando la punta del zapato de Jorge la hizo callar. : La camarera traía el café.
– Mirá, Jorge. Nosotros ya no nos vamos a encontrar de nuevo, mi tarea era solamente sacarte del frente y dejarte conectado en la “metro”. El lunes te llevarán al hospital...
– Ojalá que la compa o el compa también tenga la misma pinta de “pequebu” para que no haya mucha regazón, comentó Jorge en son de broma...
– No te preocupes, de eso me encargo yo – comentó la compañera al tiempo que sacaba de su cartera una cajetilla de Marlboro. Tomó un cigarrillo y lo prendió con mucha elegancia.
– Bueno, tengo que irme, a las nueve y media tengo otro conecte.
Tomó la cajetilla que Jorge había dejado encima de la mesa y Ia metió en su cartera.
– Dale a los compas estos treinta colones. Dile a Mario[7] que lo reparta entre todos.
– Está bien. Bueno, cuidáte. ¿Eh? – dijo la guerrillera.
Jorge se paró y la besó ritualmente.
– ¡Ahí nos vemos!
– ¡Chao!
Jorge tomó la cajetilla de cigarrillos y salió a la calle. Se subió en el carro y comenzó a manejar sin dirigirse a ningún lugar determinado. Después de comprobar que no era perseguido por el enemigo, dobló a la derecha. Tomó la calle Arce hasta llegar a la 25 avenida sur. Al frente, las araucarias del Hospital Rosales, a la izquierda la antigua facultad de medicina que parecía una ruina, víctima de algún terremoto. Jorge recordó los famosos desfiles Bufos de los estudiantes universitarios. El cataclismo de la ignorancia había destruido en 1972 las aulas de aquel recinto universitario. EI saqueo y la destrucción de la ciencia había sido el emblema del espíritu neofascista de los gobiernos militares. Al llegar a la avenida Roosevelt viró a la derecha. Los túmulos de concreto atravesaban la ancha vía. En la entrada del Hospital Militar se agrupaban los soldados heridos en los campos de batalla formando enjambres de zánganos verdes.
Desde el redondel del paseo General Escalón se divisaba una parte de la ciudad de San Salvador. En los últimos años la capital se había agrandado enormemente. EI cerro San Jacinto albergaba a miles de salvadoreños. Los límites antiguos entre ricos y pobres habían desaparecido.
Las colonias de la burguesía y la pequeña burguesía, La Escalón y la San Benito, habían dejado de ser los bastiones exclusivos de los mandamases salvadoreños. Junto al corazón de la villa miseria de La Fortaleza, emergían las lujosas mansiones de los nuevos ricos en la colonia San Francisco...

La Prensa Gráfica informaba acerca deI ataque subversivo al puesto militar de Miramundo en las cercanías del pico EI Pital, en Chalatenango. La ofensiva guerrillera continuaba. Miramundo era un centro de comunicaciones estratégico deI enemigo custodiado por la Guardia Nacional. A decir de los medios de comunicación oficiales, el ataque había sido rechazado por las fuerzas gubernamentales. EI ejército salvadoreño “ganaba la guerra” diariamente en el Diario de Hoy, La Prensa Gráfica y Diario Latino. Los telenoticieros documentaban la guerra con películas producidas para provocar efectos psicológicos en la población civil de las grandes ciudades. Se mostraba el poderío y la efectividad de los batallones de reacción inmediata. AI mismo tiempo que maquillaban de dulzura y bondad el rostro duro deI soldado.
Mientras tanto, la verdad de la guerra continuaba llenando el muro de cemento del Parque Cuscatlán de soldados inválidos y mutilados.
En las faldas deI volcán de San Salvador se construía el nuevo hospital militar, porque el antiguo ya no daba abasto.
Diariamente los helicópteros sobrevolaban el espacio aéreo de San Salvador transportando cientos de heridos. Esa era la cruda verdad de la guerra. Obviamente, el ejército salvadoreño estaba perdiendo la guerra en las montañas. En las calles de la capital se respiraba la guerra. Los precios de los productos básicos habían aumentado vertiginosamente. La inflación galopaba como caballo desbocado. Por las noches, la lucha armada rompía la engañosa tranquilidad capitalina con los estruendos de las bombas y los prolongados cortes de energía eléctrica. Sin embargo, para la mayoría de la gente en las ciudades, la guerra estaba allá lejos, muy lejos: En los cerros de Morazán, en Chalatenango, en San Pedro, en Guazapa y en San Vicente.

EI espacio político para las grandes manifestaciones se había perdido. EI pueblo guardaba silencio en espera deI nuevo amanecer prometido por los muchachos. Ahí seguían los obreros llenando diariamente el servicio de transporte urbano, los estudiantes de secundaria continuaban visitando los colegios y los institutos, los maestros con sus camisas almidonadas impartiendo sus clases. Los actores principales de la contienda humana continuaban abarrotando las calles, no se los había tragado la tierra, tampoco estaban todos en las montañas. ¿Qué pasaba entonces? ¿La represión? ¿La falta de cuadros dirigentes? ¿Falta de vínculos orgánicos con las masas populares? ¿Atrofia política deI pueblo? ¿Errores políticos deI movimiento revolucionario? Las clases dominantes todavía mantenían su dominio y control sobre los medios de producción. La oligarquía y la burguesía salvadoreña seguían viviendo bien a pesar de la guerra. Eso sí, había más pobreza y miseria en los sectores más pobres de la sociedad salvadoreña. Sin embargo, la actividad política de las masas populares era prácticamente nula. Es decir, que en el sentido estrictamente leninista no existía una situación verdaderamente revolucionaria. Si las masas populares ya no hubieran querido seguir viviendo “como antes” y si la oligarquía salvadoreña hubiera sido incapaz de seguir viviendo como “hasta entonces”, con la existencia y poderío del ejército popular de liberación en los frentes de guerra, la insurrección popular hubiera sido posible.

Jorge meditaba acerca del proceso revolucionario salvadoreño entre la nube azul del cigarrillo sin encontrar respuestas adecuadas y coherentes a lo que diariamente veía en San Salvador. Obviamente la revolución tenía dos caras. En una, la sonrisa optimista del triunfo popular que embellecía la campiña cuzcatleca en los frentes de guerra y en la otra, se reflejaba la apatía, el pesimismo y el cansancio de la guerra del ciudadano de a pie en las calles y en las aceras de las ciudades.
A nivel militar se había avanzado enormemente, pero en San Salvador, la clase obrera y los sectores más populares no parecían estar interesados en la guerra o mejor dicho, en la insurrección popular para la toma del poder. ¡Ni hablar de la pequeña burguesía y demócratas progresistas!

XXXVII. De regreso al frente externo

"... Su atención par favor, pasajeros con destino a la ciudad de Tegucigalpa, favor abordar por la puerta tres... su atención por favor, pasajeros... "
– ¿Cuánto cuesta el cuadro? – preguntó Jorge indicando con el dedo una replica del mapa de EI Salvador.
– ¿Éste?
– Si.
– Ocho dólares – respondió amablemente la vendedora.
– ¿Puedo verlo?
– ¡Por supuesto!
– ¿Dónde los fabrican?
– Estos son de La Palma – contestó la chica.
– ¡Ah, sí! – exclamó Jorge al tiempo que de sus Iabios brotaba una sonrisa que la muchacha interpretó como un discreto piropo.
Juan se marcharía hasta que el avión hubiera despegado.
Jorge había pasado sin mayores problemas el control de aduanas. Saludó por última vez a su padre y se dirigió al pasillo número tres.
Las luces del letrero se encendieron: Fasten your seat beIt. No Smoking.
Las azafatas repartían cortésmente los matutinos.
– ¿EI Diario o La Prensa?
–La Prensa por favor....
(IPS)..."recién formado grupo de Contadora prepara plan de pacificación en Centroamérica... "
(Reuter)... "La iniciativa del grupo de Contadora busca poner fin a la crisis centroamericana.... Los cancilleres de México, Colombia, Venezuela y Panamá acordaron la elaboración de un plan global de pacificación para terminar con el derramamiento de sangre..."
(AP)... "La Internacional Socialista afirma que apoyará la gestión de Contadora. Así lo manifestó el Vicepresidente de ese organismo, Olaf Palme, en conferencia de prensa celebraba en Estocolmo, Suecia…”
(UP)..."EI Papa Juan Pablo II visitará EI Salvador el próximo mes. La visita del sumo pontífice contribuirá a encontrar una solución pacífica al conflicto centroamericano. EI representante de Dios en la tierra ha pedido, tanto al gobierno salvadoreño como a los rebeldes, iniciar un diálogo constructivo... "
Jorge dobló el periódico y lo colocó en el asiento vacío. AI frente, la azafata daba las instrucciones de rutina.
– "Pareciera que todo el mundo está por el diálogo y la negociación" – pensó Jorge. Luego, absorto en sus pensamientos parecía hipnotizado tratando de distinguir las montañas de Chalatenango.
– "... A lo mejor Lencho – decía para sí – Ie estará explicando a un “nuevo recluta” que solamente se trata deI avión de las nueve... "
–..."Sólo cuando vengan los Fougas, entonces vas a conocer la diferencia – dijo Jorge en voz baja mientras se secaba las lágrimas.
Desde arriba todo se veía pequeño, imposible detectar a una persona bajo un arbusto o un árbol. Sin embargo, estando en la tierra, el espacio se encogía y parecía que el único que se distinguía entre la maleza era el guerrillero.
Allá abajo quedaban sus maestros. Había entrado a Ia montaña con la inocencia casi de un adolescente. EI ejemplo sencillo deI campesino, deI obrero, deI estudiante lo habían transformado en Hombre. La risa contagiosa de Manuelón, la límpia mirada deI bicho Frank y la madurez de Lencho era el tesoro más preciado que guardaba en el corazón.
Sabía de lo que era capaz el Hombre, incluso en las circunstancias más adversas, cuando defiende una causa justa y la guerra revolucionaria salvadoreña era infinitamente justa. Mientras vivieran los Medardos, los Tinos, las Chinas y las Ana Marías, la esperanza de un nuevo amanecer no sería una utopía...
El vuelo transatlántico del Boeing 747 fue tranquilo y agradable. Después de los trámites aduaneros  Jorge salió buscando a su compañera y a su hijita, como un niño a sus padres, después del primer día de clases, pero no había nadie esperándolo. Tomó asiento y abrió el libro que venía leyendo en el avión: “Historia y Conciencia de Clases" de George Lukas. No habían transcurridos treinta segundos, cuando vio a su compañera con la niña en brazos buscándolo a él entre los pasajeros que salían por la puerta. Se acercó lentamente, desapercibido por los ojos de Silvia que trataban de localizarlo. La abrazó por la espalda. Silvia giró violentamente sobre su eje y miró fijamente a su compañero sin lograr reconocerlo.
– ¡Amor, soy yo! – exclamó Jorge al notar extrañeza en la mirada de Silvia.
Milésimas de segundos los separaron. Jorge no se daba cuenta que él había cambiado muchísimo físicamente: la tez más cobriza que morena castigada por el sol tropical, exageradamente flaco y para colmo de males, sin barba. La montaña lo había transformado en otro hombre. Lo único que no había cambiado era el amor que sentía por Silvia, su compañera y amiga. Se besaron tiernamente sin percatarse que ambos lloraban. Les parecía lo más natural del mundo llorar en esos momentos. La pequeña observaba la escena de amor y cariño.
– ¡Venga mi tesorito! dele un abrazo fete, fete a su papito.
La niña lo envolvió todo con sus diminutos brazos. Jorge sintió el palpitar acelerado del corazoncito de su hija y la colmó de besos.
– ¿Cómo está mi pajarito?
Ben – respondió quedamente la niña. Por la noche los amantes se dedicaron a recorrer sus cálidos cuerpos, a explorar nuevos rincones, a reconocer parajes conocidos, a saciar la sed de amor restringida durante largos meses. Se hincharon de amor y deseo.



[1] Virginia Peña Mendoza: También conocida como „Chana“
[2] Adobo preparado con semillas de calabaza
[3] Famoso almacén ubicado frente a la Plaza de la Libertad
[4] Vendedores de mercancía de contrabando o robadas. Personas que ofrecen sus servicios para realizar trámites burocráticos a cambio de una remuneración económica.
[5] Ladrones de poca monta, pero capaces de matar por un reloj o por una cadenita de oro.
[6] perros
[7] Compañero de las UV en Chalatenango herido en combate.

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