martes, 26 de abril de 2011

“Koba, para que necesitaste mi muerte”

Para criticar a Iossif Wissarionowitsch Dschugaschwili, Stalin, no es necesario profesar las teorías político-ideológicas de Lev Davidovich Bronshtein, conocido como Trotsky, ni ser un recalcitrante anticomunista ni un versado en marxismo-leninismo. Basta con una pizca de humanismo.

Sé que no escribo nada nuevo, pues mucho y con lujo de detalles se sabe acerca de los años del terror estalinista (1934-1938) y los crímenes cometidos bajo el pretexto de defender la revolución bolchevique de 1917, pero es bueno recordarlo para que nunca más vuelva a ocurrir algo semejante. Lo que sucedió en la antigua Unión Soviética en esos años, no tiene parangón alguno en la historia del movimiento comunista internacional. Repetir aquí cifras, números y nombres de las víctimas del estalinismo, sería una redundancia innecesaria. Además, mi objetivo no es demostrar lo históricamente comprobado, sino más bien, reflexionar, partiendo de la experiencia soviética, acerca de la cuestión del poder.

Según los historiadores de la sociedad soviética, el asesinato del líder revolucionario Sergei Mironowitsch Kostrikov, conocido como Kirov, el 1 de diciembre de 1934, marcó el punto de inflexión político-ideológico al interior del partido comunista soviético bolchevique. Aunque no se ha demostrado la participación directa de Stalin en la conjuración del crimen, es irrefutable el hecho, que a raíz de la muerte de Kirov, se desató una campaña de persecución y acoso al interior del partido bolchevique. En el ojo del huracán estalinista se encontraban los líderes de la vieja guardia bolchevique, tanto Trotsky, Sinoviev y Kamenev, así como sus seguidores y simpatizantes. Los tres dirigentes políticos habían sido expulsados en 1927 del partido comunista por su oposición a Stalin. Después de la muerte de Lenin, en enero de 1924, la revolución de octubre de 1917 entró en un proceso lento de descomposición ideológica que culminó con la disolución de la Unión Soviética en 1991. Stalin y el estalinismo, jugaron un papel preponderante en este proceso involutivo de la revolución soviética. Stalin convirtió la ciencia del marxismo-leninismo en un catequismo político-ideológico, obtuso y rígido, transformándola en la doctrina estalinista. Con su quehacer político, Stalin negó la esencia del marxismo-leninismo, que es la justicia social y su vocación humanista e internacionalista. Después de la sangrienta catarsis de los años treinta, el partido comunista soviético bolchevique quedó huérfano de los líderes y teóricos marxistas más elocuentes y brillantes de ese entonces. La generación de revolucionarios que se había formado junto a Lenin y que había dirigido la revolución de octubre, había sido aniquilada física-o políticamente. El partido comunista que heredó Nikita Kruschev y que continuó dirigiendo el destino de la Unión Soviética hasta su derrumbe, estaba corrompido hasta la médula por el estalinismo. Por eso, el esclarecimiento del crimen de Kirov, después de la muerte de Stalin en marzo de 1953, se convertiría en una misión imposible, puesto que algunos dirigentes que habían vivido los hechos de cerca, aún estaban ocupando altos cargos dentro del partido. Cualquier acusación contra Stalin podía convertirse en un bumerang político, que bien los hubiera podido golpear contundentemente.

Las preguntas que surgen son múltiples: ¿Cuáles fueron las causas de tanto crimen? ¿La defensa de la revolución? ¿La falta de cultura de Stalin? ¿Su debilidad teórica marxista y desprecio hacia los intelectuales marxistas? ¿Las bajas pasiones? ¿Oportunismo político? ¿Complejo de inferioridad? ¿El ansia de poder?

Stalin utilizó toda su fuerza, astucia y voluntad para llegar al poder y lo logró. Sintió la fuerza seductora del poder y se creyó omnipotente, capaz de decidir sobre la vida o la muerte de seres humanos, lo cual representa el poder absoluto de un hombre sobre sus semejantes. Ascendió al poder, pisoteando los escalones de la pirámide partidaria, manchados con la sangre de pensadores comunistas, quienes eran más y mejor preparados que él. Atrapado en las redes del poder y sintiéndose teórica e intelectualmente inferior a muchos bolcheviques de la vieja guardia, desconfiaba y temía de cualquiera que pudiera hacerle sombra. Utilizó la mentira y la coerción como método de trabajo y torpedeó los órganos de control colegiado del partido. Stalin fue destruyendo poco a poco el centralismo democrático, que es la garantía de la dirección colectiva. En la lucha por el poder sobre el partido, después de la muerte de Lenin, aprovechó tácticamente las circunstancias objetivas y subjetivas contrarrevolucionarias reales de la década de los treinta para sus fines personales. Todo aquel que criticaba sus tesis políticas era considerado de facto un contrarrevolucionario y traidor a la causa. Stalin sabía que a pesar de la represión, los destierros y los ajusticiamientos al interior del partido había miembros del partido que se oponían a su línea. Un ejemplo tácito fue su proceder en las elecciones secretas de 1934 en las que se elegía a los miembros del Comité Central en el XVII Congreso del Partido Comunista Bolchevique, en la cual 292 delegados votaron en contra de Stalin. Éste ordenó manipular los votos, haciendo desaparecer 289 papeletas, de manera tal, que al final, quedaron solamente tres votos protocolados en su contra. Por esta razón, veía enemigos potenciales en todos los rincones y en cada hombre o cuadro del partido. Kirov bien pudo haber sido uno de ellos.

La segunda guerra mundial desplazó definitivamente la lucha político-ideológica del partido a un plano secundario y la dimensión militar pasó a ocupar la atención de todos los cuadros del partido y del pueblo entero, situación que favoreció considerablemente la consolidación del estalinismo y el culto a la personalidad de Stalin.
Lo que el estalinismo construyó en la Unión Soviética y que Stalin llamó Socialismo, no tenía nada que ver con la sociedad a la que Marx, Engels, Lenin y miles de bolcheviques de la vieja guardia habían aspirado y por la cual habían luchado.

Tanto Stalin como Hitler, al estilo de los antiguos emperadores romanos, hicieron también suya la máxima de “Yo, Emperador y Dios”.

Cualesquiera que sean las respuestas, ninguna puede por sí sola justificar y explicar tanto crimen y persecución política. La justificación de Kaganowitsch, más que cínica fue vergonzosa, cuando expresó lo siguiente: “somos culpables de haber cometido excesos y ciertamente muchos errores, pero al mismo tiempo ganamos la segunda guerra mundial”. Durante la Gran Guerra Patria murieron aproximadamente veinte millones de soviéticos.
El número exacto de las víctimas del estalinismo se desconoce y causa ignominia nombrar la cifra calculada por el historiador francés Nicolás Werth, estudioso de la historia de la Unión Soviética. Y aunque la cifra real fuera sólo el 0,00001% de la estimada por Werth, es decir 2 víctimas, sépase que basta con un sólo comunista asesinado injustamente para desautorizar política y moralmente al estalinismo y su macabro concepto de socialismo.

Probablemente, el crimen de Kirov no sea esclarecido nunca, pero siempre prevalecerá la sombra tenebrosa de Stalin detrás de estos crueles sucesos. Stalin supo astutamente, rodearse de gente incondicional como Lazar Mossjewitsch Kogan, también conocido como Kaganowitsch, Wjatscheslaw Michailowitsch Molotow, Georgi Maximilianowitsch Malenkow, Andrei Alexandrowitsch Schdanow, Kliment Jefremowitsch Woroschilow, Anastas Hovhannessi Mikojan y Lawrenti Beria, una de las piezas importantes en el exterminio de comunistas y no comunistas durante el estalinismo. Todos, con la excepción de Schdanow, quien murió en 1948 de un paro cardíaco y Lawrenti Beria, quien fue fusilado en diciembre de 1953, siguieron ocupando cargos y funciones en el partido y en el gobierno, aún después de la muerte de Stalin.

Nikolai Iwanowitsch Bucharin, el preferido de Lenin y muy querido dentro del partido comunista bolchevique, antes de ser ejecutado el 13 de marzo de 1938, escribió en un papel: “Koba, para que necesitaste mi muerte”, frase que es legado histórico que pone en evidencia la crueldad y falta de escrúpulos de Stalin.

Pero a Stalin, a Koba, como lo llamaban familiarmente los camaradas más cercanos, ya no lo detenía nada ni nadie. Con la ayuda de sus más fieles súbditos, como Kaganowitsch se cargaron a Kirov y a cientos de miles comunistas y los que no murieron en el paredón, Beria se encargó de desterrarlos a la Siberia.

Roberto Herrera 26.04.2011

1 comentario:

  1. Buena labor, la de salvar las distancias de lo que unos y otros líderes aportaron al comunismo.
    Muy documentada la entrada. Gracias por tanta información y sobre todo por aportar tu visión que parece bastante objetiva.
    Saludos
    Gabriela

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