Cuando el norteamericano Norbert Wiener utilizó por primera vez el termino griego “cibernética” en 1947 para designar el estudio de los informes y particularmente de las rutinas (mensajes) que efectivamente ordenan el funcionamiento de las máquinas calculadoras, nunca se imaginó la trascendencia y el papel decisivo que tendría en el desarrollo de las ciencias de la informática y la revolución tecnológica. La palabra cibernética significa precisamente el arte del piloto, es decir, la facultad de conducir un navío, a la cual Platón le dio la connotación política del “arte de dirigir a los hombres” o “el arte de gobernar”. La navegación como la política, son sistemas cerrados con leyes y principios específicos que el timonel debe saber controlar y comunicar para el buen funcionamiento del sistema. Lo cual no significa que el piloto sea infalible u omnipotente.
Dicho sea de paso, tanto la cibernética, como la teoría de la relatividad, la teoría cuántica, la teoría de la resonancia de Linus Pauling y la lógica matemática, fueron consideradas por el timonel Stalin como ciencias infectadas de imperialismo y de idealismo. Esta connotación equivocada de las ciencias naturales, producto de la interpretación estalinista acerca del materialismo y la dialéctica, contribuyó en gran medida al atraso científico-tecnológico en la Unión Soviética. Situación que solamente se pudo superar paulatinamente después de la muerte de José Stalin.
En nuestros días, navegar por el inmenso mar cibernético es tan peligroso y al mismo tiempo tan fascinante como lo era el mar Egeo para Jasón y los Argonautas, con la diferencia que en la actualidad, el marinero de internet conduciendo un navío virtual, eleva anclas en el momento en que teclea una palabra en cualquier buscador de la red, pudiendo atracar en puertos conocidos o desconocidos. Estando en alta mar y en dependencia del tipo de redada informativa que persigue, el usuario cibernético lanza su nasa o bien una amplia red de arrastre en las aguas frías, a la espera de una buena pesca. Al final de muchas arduas horas de trabajo virtual, la faena puede concluir en una pesca fructífera o en un cúmulo de basura o en el peor de los casos en una infección viral incurable. El piloto de la nave tendrá a bien, apuntar en el cuaderno bitácora todo lo concerniente a los aspectos técnicos, así como las peripecias y accidentes durante el periplo.
Mientras dura la travesía náutica, el solitario piloto cibernético se encontrará inevitablemente con otros navíos. Las banderas izadas en el mástil delantero facilitan la intercomunicación naval. En dependencia de las circunstancias y de la experiencia, el piloto se aproximará a una distancia razonable para detectar intenciones hostiles, en cuyo caso se recomienda cambiar de azimut. Aunque el ducho y experimentado internauta, desconfiado por naturaleza, recelará del color de las banderas, pues a veces resulta que hay arpías que navegando con bandera de pendejos, saltan al abordaje como en los mejores tiempos de los corsarios imperiales británicos y españoles.
Muchos peligros acechan a los internautas incautos en los siete mares cibernéticos modernos. Así como Ulises desembarcó en la isla de Eea, las Circes modernas disfrazadas de Facebook, Twitter, Hi5 y muchas otras más, invitan a los internautas a banquetes sociales, envenenando las viandas con tóxicas pociones y posiciones ideológicas , convirtiéndolos en un rebaño dócil y manipulable. También hay islas habitadas por sirenas y pedófilos perversos con sus cantos tentadores pornográficos y degenerados. Así como el poeta mítico Orfeo, el internauta íntegro y sin aberraciones sexuales, pasa de largo y hace caso omiso al canto quimérico.
Al final del viaje, cuando atraque de nuevo en su puerto de origen, y si el sueño aun no lo devora, podrá leer las noticias que se editarán el día de mañana. Si detecta anomalías o comportamientos extraños en el funcionamiento de su navío, y si usted es un novato en las lides informáticas, le recomiendo que llame inmediatamente al doctor Norton. Si tiene suerte, podría ser que se trate de un troyano que se coló de repente en la popa o en la proa del barco y con una inyección de penicilina “intra softwareiana” estará curado. Al día siguiente, al amanecer, en caso que su entorno familiar y la cuenta de teléfono se lo permita, seguro estoy, que emprenderá de nuevo su viaje por el interesante y maravilloso mundo cibernético.
¡Elevemos pues las anclas!, queridos internautas, a lo mejor nos encontramos en mar abierto o en algún puerto informativo que valga la pena.
Roberto Herrera 10.04.2011
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